6 de diciembre de 2016

Rutina

Por Fabiola Martínez

A mi regreso de Leningrado el único tema relevante fue Valeri, quien estuvo muy pendiente de contarme que, en mi ausencia, asistió a un par de fiestas en mi residencia y que se pasó de tragos, que me lo contaba porque quizá alguien me llegaría con el chisme. En su momento tanta información me pareció innecesaria, pero a los pocos años de conocerlo supe que quedar bien (a toda costa) y culpar a los demás de cualquier error era el sello de patente del sujeto en cuestión.

El tiempo siguió su curso sin novedades: paseos y romance con el novio, interminables charlas entre chicas, frío, nieve, ganas de quedarse en cama todo el día, prepararse para concluir el semestre, más charla con las chicas, tomar vodka, fumar, tomar té con varenye...

Llegó otra navidad sin posibilidad alguna de celebrarla, con varios зачёть (una especie de pre exámenes). La única fecha de celebración concedida fue el Año Nuevo, que pasé con el novio y sus compañeros de habitación. Bajo los efectos del "amor", vi la celebración como una experiencia exótica, pero con el paso del tiempo se convirtió en algo muy ajeno a mí.

El centro de la celebración no era Año Nuevo, sino el "triunfo" de la Revolución Cubana, prácticamente era un pecado no mencionar el suceso. Además del congrí y el cerdo con salsa de tomate, todos jugaban dominó vociferando y azotando las fichas sobre la mesa de juego...

Honestamente, desde que vi por primera vez ese griterío y manotazo de mesa todo me pareció vulgar, y en ese día de festejo las escenas nada tenían que ver con un asunto de festividad y comida rica, como en las navidades de toda mi vida en México: bacalao a la vizcaína, pierna o pavo al horno, pasta, ponche, chiles rellenos de queso, ensalada de manzana y otras cositas más.

Pero el amor es ciego, mejor dicho, el enamoramiento nubla la razón y la conciencia, dicho en una palabra, el amor apendeja, y mucho. Si en ese tiempo Dios me hubiera puesto la película de lo que sería mi vida como casada, le habría asegurado que estaba equivocado, que yo cambiaría las cosas. ¡Cuánta necedad!

Pasado el festejo regresamos a la rutina, con más té y charla de chicas donde aprendimos mucho de los países de origen de cada una, particularmente de un grupo que formamos compañeras y amigas de Ucrania, Finlandia, Perú, Cuba y México. Nuestras charlas eran interminables y deliciosamente intelectuales. Pasados los años ha sido un placer reencontrarme con todas ellas por el ciber espacio y percatarme que todas trazamos distintas rutas de vida, pero permanecieron intactos los principios y valores que nos hicieron afines.

El más grande regalo que este año me dio fue volver a ver y abrazar a mi amiga cubana después de 30 años. El 21 de noviembre del 2016, Franki Hernández manejó más de cuatro horas de Sacramento a Los Ángeles sólo para verme, tal gesto sólo lo hace una verdadera amiga.

Reencontrarme fue conmovedor, parecía que apenas ayer nos dejamos de ver. Esa noche del lunes cerramos el día con una charla concienzuda sobre nuestros países. Intensa e inteligente como en esos tiempos de juventud, pero con la m
adurez de una mujer que se lanzó al mundo, Franki habló de sus amores y de sus dolores, uno de ellos su amada Cuba... Sí, hubo mucha tela para cortar.

¡Qué grato es charlar con personas coherentes con sus principios!, creo que todos la pasamos bien, aunque nos faltó tiempo y energía.

Gracias a nuestro reencuentro tuve la oportunidad de reconciliarme con la comida cubana y cambiar mi opinión, el martes la ciudad de Los Ángeles nos dio la oportunidad de hacer una visita turística por la gastronomía isleña de los tiempos anteriores a esta última dictadura. ¡Qué delicia!, cuántos maravillosos platillos que ni remotamente imaginé.

La vida no deja de asombrarme, justo ahora que narro mis andanzas del primer año de carrera se me presenta la oportunidad de ver a una entrañable persona de ese tiempo, de esos días de rutina que hoy desmenuzamos gustosas preguntándonos sobre el destino de otras brillantes personas con las que compartimos el día a día de entonces.

Día lunes, visita al museo de ciencias. 


Franki y yo antes del desayuno.

Tarde medieval, novedoso.

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