13 de agosto de 2019

Te digo adiós, pero siempre te he llevado conmigo

Por Fabiola Martínez Díaz


Carlos y yo hicimos un largo trayecto en metro para trasladarnos del consulado mexicano a la casa de la familia Pilshikov. Yo era consciente de que esa ocasión era mi última vez en ese emblemático metro, así que me deleité con el diseño de las estaciones principales, también me adapté al cambio drástico de la realidad tangible de otras estaciones de metro menos afortunadas o más mundanas.

Como siempre, al salir de la última estación del metro, abordamos el autobús que nos llevó a conjunto habitacional donde estaba tantas veces pernocté, me alimenté y me sentí protegida. Ahora mismo la memoria me traiciona y no puedo asegurar que esa misma noche tomé el tren o si dormí en Moscú. Lo que sí recuerdo es haber comido kasha manaia, té negro, pan negro con mantequilla y una deliciosa sopa.

Mi vuelo a La Habana estaba programado para la media noche o iniciada la madrugada. En mis recuerdos remotos me veo en la habitación de Tania organizando mis maletas y verificando documentación y recibiendo refrigerios con bastante frecuencia...

Después de alistarme con ropa "cómoda" e improvisada para el viaje, mi gran barriga y yo salimos de la habitación para despedirme de los padres de mi amiga mientras Carlos enfiló mis maletas hacia la puerta. Los Pilshikov me abrazaron, pero la señora me susurró al oído: "te vamos a llevar al aeropuerto". Cuando pensaba que ya había recibido mucha hospitalidad de su parte, siempre tuvieron un poco más para darme.

El señor me miraba con cariño, tal vez con la mirada típica de las despedidas. Él hablaba poco conmigo y expresaba menos sus emociones, todo lo que se espera en un hombre educado en la sociedad patriarcal y totalitaria, era un hombre bueno que no tenía permitido expresar su sentir, tal como hasta hoy existen varones en todo el mundo.

Subimos al auto e inició el largo recorrido hasta el aeropuero Sheremitevo II. El trayecto fue silencioso, yo veía por última vez los paisajes y bosques de Moscú, capital de la URSS al mismo tiempo que pensaba: ¡Qué ganas tengo de largarme de aquí!

A mis 23 años, en mis pensamientos y fantasías (alimentadas en la confianza que dí a las descripciones de Valeri y sus amigos), estaba segura que me aguardaba una vida mejor. Así que, ¡sí!, me despedí con la mirada de la ciudad, del país y de esos cinco años de mi vida en aquélla nación que sin duda marcó mi vida de manera contundente.

Llegamos al aeropuerto y bajaron las maletas, mientras el señor Pilshikov aparcó el auto, los demás entramos al edificio para registrarme en la aerolínea, la emblemática Aeroflot. El momento definitivo de decir adiós tuvo lugar después de que todos se aseguraron que yo tenía todo listo para abordar sin verme en la necesidad de cargar nada.

Contenta, me volví hacia el señor y le di las gracias, lo abracé con profundo cariño y recibí un cariño similar por parte de él. La señora, mostrando un poco más de emoción, también me abrazó y me dio un beso. A Carlos lo abracé con mucha gratitud y cariño también, pero con esa ligera esperanza de que lo vería nuevamente o que por lo menos sabría de él. Pero no fue así. Hasta hoy sigo sin encontrarlo.

En la sala de espera tuve que aguardar no más de dos horas, en realidad fue corta la espera.

Cuando llamaron a los pasajeros al avión, mi interior gritaba, ¡por fin!... Ya en el avión, por mi condición física y por el espacio en primera clase, pude dejar la clase económica y estar en la sección de la "gente bien". Me recosté ocupando todos los asientos, pero antes, pedí a la sobrecargo despertarme para las comidas, que como siempre fueron soberbias, caviar y pollo en Moscú y algunas meriendas.

Literalmente en un abrir y cerrar de ojos cambié de página mi vida. De una forma similar terminan mis relatos.

Las vivencias son así, se escriben como se viven, sin aderezos pero sí con reflexiones. Cuando empecé este blog, nunca tuve en mente cómo lo terminaría. Es más, no imaginé siquiera que me llevaría tres años realizarlo. Pero como solía cantar Juan Gabriel de mis amores, "dicen que Dios perdona, pero el tiempo a ninguno", el plazo se está cumpliendo justo ahora, mientras me enfrento al síndrome de la hoja en blanco.

Un psiquiatra español, Enrique Rojas, dice que, cuando somos jóvenes, estamos llenos de posibilidades, y cuando somos mayores, estamos llenos de realidades. También explica que en cierta época de la edad adulta es necesario hacer un balance existencial de lo que albergamos como seres humanos, de lo que consideramos como lo mejor de nosotros.

En el balance o corte de caja del que habla Rojas, enfatiza la revisión de los cuatro grandes rubros más importantes para él (que también los son para mí):

  1. Amor
  2. Trabajo
  3. Cultura 
  4. Amistad

Este blog ha sido y será una bitácora fundamental de un periodo de mi vida que considero como uno de los más felices y enriquecedores, porque de él adquirí la habilidad de ver al mundo y a las personas desde diversas perspectivas y no desde el reducto de la cosmovisión local de la que muchas personas adolecen. Me declaro afortunada por ello...

Cada escrito me dio la oportunidad de sumar saldo a favor en mi balance de vida. Soy una persona que ha tenido la suerte de saberse feliz y reiterarse en esa condición. El amor, el trabajo, la cultura y la amistad (sobre todos estos dos últimos rubros) son los grandes ganadores.

De unos meses a la fecha, las vueltas de la vida me dieron la oportunidad de volver a aprender de la diversidad, de despertar el placer por conocer cómo viven, piensan y sueñan los demás en otro punto del planeta. Hoy como ayer, me sigo sabiendo afortunada por contar con la consideración y afecto de gente que ni siquiera me conoce, de gente que no teme decir que les agrada conversar conmigo y que mi personalidad "no irrita a sus demonios".

Otro dato curioso de mi última entrega es que la escribo y publico la víspera de mi cumpleaños 53 y en una época llena de cambios buenos... todo cambio es bueno.

FIN

Escrito y publicado el día del planeta Marte 
el 13 de agosto del año 2019 , 
en algún punto de Nueva Inglaterra. 




30 de julio de 2019

La paz comienza cuando terminan las expectativas [S. Chinmoy]

Por Fabiola Martínez 

La puerta de la residencia 3 se cerró detrás de mí por última vez un día de junio de 1990. Sólo me detuve unos instantes para disfrutar de la agradable temperatura del aire, respirar profundo y dar un paso adelante. Lo mismo que hice en agosto de 1985.

Por la noche Carlos y yo abordamos el tren Kiev-Moscú; al final del día, lo mejor que me pudo pasar fue contar con la grata compañía de mi amigo y confidente. Una vez instalados en el camarote designado por la agencia de viajes Intourist (los extranjeros sólo podíamos viajar comprando a través de esta oficina), nos sentamos y tomamos una bocanada de aire que expulsamos con alivio.

Llegado el momento la persona encargada del vagón nos trajo té negro y una rebanada de pan. Dormimos. Por la mañana el encargado avisó que nuestra llegada a Moscú estaba próxima, Carlos y yo nos aseamos y preparamos para dejar el tren.  

Al bajar de mi vagón tuve una inesperada y grata sorpresa. Los padres de Tatiana Pilshikova me esperaban en el andén. Esa hermosa gente . Esa pareja que con un auténtico amor siempre abrió las puertas de su hogar para mí, que me cuidó y alimentó, ¡vamos! Me vio como hija, no como una xéno

La pareja soviética, considerando mi avanzado estado de gestación, llevó a la estación su auto (maca Lada) para recogerme y llevarme a su apartamento. En su momento, el gran gesto del matrimonio Pilshikov me pareció motivado por la certeza de que nunca más nos volveríamos a ver. Y puede ser que sí haya sido así, pero hoy me inclino, también, a una respuesta cultural hacia la mujer embarazada, algo frecuente en ese pueblo.

Luego de llegar al apartamento y bajar las cosas, la madre de Tania nos preparó un desayuno (enorme), al terminar Carlos y yo fuimos a la embajada mexicana a apostillar documentos y a realizar todos los trámites pendientes. 

Nos atendieron rápido, ¿qué hacemos en lo que esperamos tus papeles? 
—Vamos a la Plaza Roja, más bien, quiero hacer el último intento por entrar a San Basilio, desde que llegué a este país ha estado cerrado por remodelación, quién sabe, hoy puede ser mi día de suerte. 

Atravesamos parte de la Plaza Roja y llegamos a San Basilio, para suerte y sorpresa mía el sitio estaba abierto y era posible entrar a mirar sin pagar un kopek (moneda soviética equivalente a un centavo)

En cuanto crucé la puerta de entrada de la famosa catedral, todos mis sueños se rompieron cual ventana después de recibir tremendo pelotazo. El interior del lugar estaba prácticamente vacío, las paredes aún se mostraban repelladas y, el sitio que identifiqué como posible nave central era muy pequeño en comparación con las grandes expectativas que forjé a lo largo de mi vida. No sé cuántas ni cuáles de las torres  estaban abiertas al público pero pudimos subir a una de ellas, asomarnos por una pequeña ventana y ya. 

¿Quién iba a pensar que justo antes de dejar la URSS, para siempre, experimentaría una segunda desilusión debido a mis grandes expectativas? en un intento por comprender la falta de la hermosa iconografía ortodoxa rusa, empecé a crear en mi mente una teoría de conspiración relacionada con el robo de obras de arte... 

Para quitarme ese mal sabor de boca, saliendo de San Basilio, Carlos y yo nos detuvimos a admirar el cambio de guardia del mausoleo de Lenin. En ese acto tenía la capacidad de disparar con entusiasmo casi todos mis sentidos, así, al escuchar el sonido de las campanas mis ojos se dirigían hacia mi lado izquierdo y, antes de llegar a la puerta principal del Kremlin, se detenían en la famosa estrella colocada en la torre de la entrada principal 

Mientras los militares marchaban hacia el mausoleo, me parecía que las personas cercanas al lugar guardaban silencio haciendo posible que sólo se escucharan las pisadas sincronizadas de esos guapos hombres.

Luego de caminar por la Plaza Roja y llenar mis sentidos con todo lo que estaba puesto allí, Carlos y yo regresamos a la embajada mexicana, recogimos mis papeles y emprendimos el regreso al apartamento de la familia Pilshikov...


San Basilio. Imagen de Diego Delso, cortesía de Wikicommons.
Fotografía de Roter Platz, imagen compartida en los términos de Wikicommons

16 de julio de 2019

Quien vive de prisa no vive de veras (J.S. Chocano)

Por Fabiola Martínez

La siguiente tarea restante en mi apresurada mente, consistió en organizar la entrega de mi habitación. Durante el tiempo en que esto sucedía, el cambio de divisa por rublos había crecido aceleradamente y el pago por dolar en el mercado negro equivalía a 75 rublos, una verdadera fortuna; me permitió vivir y comer con bastante comodidad. 

La hora señalada me reuní con una de las encargadas o administradoras de la residencia, una mujer bonita y a la vez ruda, con una hija adolescente y mal carácter. Ella tocó a mi puerta y comencé a explicarle que dejaba un refrigerados (mini), alfombra, parrilla, librero improvisado y ropa de cama que yo había comprado hacía dos años, etcétera, etcétera. 

Dejaba también gorros, bufandas y un abrigo ligero que me había conseguido mamá en Estados Unidos, además de dejar el abrigo pesado y gris que había recibido a mi llegada a la URSS. Si bien, como lo he dicho en diversas ocasiones, era horrible y pesado, formaba parte de mí historia y me pesaba dejarlo. 

Yo tenía conciencia que emigraba a un lugar totalmente opuesto, con clima tropical, playa y sol infinito, pero no podía soltar esas prendas, sentía pesar. Mientras le hablé a la mujer de lo que dejaba, percibí una expresión facial de triunfo, de algo logrado... Algo equivalente a una expresión mexicana de: ¡Ya chingué!

Vivir con tanta prisa, tener una fijación mental de llegar a un punto sin percatarme de mi entorno o de mi gente tuvo consecuencias que evalúo como negativas; porque me di cuenta que, mi prisa era tal que me olvidé de vivir. Tal vez recuerdo puntos fundamentales, como gestionar mi billete de regreso (gratis), porque así estaba estipulado en el convenio de mi beca, pero pareciera que se me borró la mente. 

Recuerdo que tenía comunicación constante con Riita, Natasha y sus parejas. Coincidí un poco más con Bassem (de Líbano) y un poco menos con Murad (Marruecos). Carlos, por iniciativa personal estuvo muy cerca de mí y tal vez con él conversaba mucho más sobre mis sentimientos y emociones. 

Como parte de mis preparativos llamé a Tania Pilshikova a Moscú, para pedirle que me dejara llegar al departamento de ella y sus padres para pernoctar, pues yo debía hacer un par de gestiones en la embajada -relativas a mis apostillamientos. Como siempre, las puertas de su hogar se abrieron para mí. Tania me dijo que no estaría en Moscú porque viajaría a Bulgaria con unas amistades y sólo me pedía llamar a sus padres para avisarles exactamente el día que llegaba.

Creo que la noticia del viaje de Tania fue algo tan impactante que me obligó a detenerme a ver que la URSS experimentaba cambios más drásticos que los que imaginé, claro, yo vivía sumergida en mi mundo. 

Dichos cambios eran de esperarse después de la caída del muro de Berlín ya nada fue igual. Muchos soviéticos viajaban con menos preguntas y trámites a los países que aún formaban parte del bloque, la gente en la calle comenzaba a compartir lo que pensaba. 

Si no mal recuerdo, hacía poco tiempo que ya había sucedido el gran acontecimiento del siglo XX, la inauguración del primer McDonald´s en una avenida principal de Moscú, cerca de la Plaza Roja. Increíblemente la llamada a Tania me hizo reflexionar sobre la cantidad de cambios que se vivía en mi segunda patria, pues jamás imaginé ver una transnacional en el corazón del país... 

Una vez que ya tuve asegurada mi pernocta, compartí con Carlos mis planes. 

-¿Te vas sola a Moscú?
-Sí, no estoy enferma, sólo estoy embarazada. 
-¿Ya viste la cantidad de cosas con las que viajarás? (una pregunta importante que ni Valeri me había hecho a pesar de llevar en mi vientre a su hijo), es imprudente que viajes sola, ¡ya tienes siete meses de embarazo!
-Yo te acompaño. 
-¿En verdad? -hice la pregunta con mucho asombre, pues hacía tiempo no recibía de un varón tanta atención sobre el proceso que vivía. 

No recuerdo cómo fue, pero el día acordado, Carlos y yo teníamos boletos en el mismo camarote para viajar a Moscú. Recuerdo que Natasha y Riita llegaron a mi habitación para despedirse, mientras Carlos bajaba las maletas desde el piso 8 y luego fue a buscar un taxi. 

Las tres amigas permanecimos unos minutos en el amplio espacio de la recepción, todas conteníamos nuestros sentimientos, yo mi prisa y ellas, la realidad de que se trataba de una despedida definitiva, nunca más nos veríamos, cada una tomaría un rumbo distinto. 

Natasha, nos abrazamos y besamos con cariño, también nos dimos un beso. Luego me volví hacia Riita y la abracé fuerte, nos dimos un beso en la mejilla y luego intenté verle la carita por última vez. 

Con los ojos cristalinos la escuché decir: уходи, это очень тяжело (vete, esto es muy difícil). Miré hacia la recepción de la residencia, la babushka en turno nos observaba, miré hacia la salida y salí feliz y con premura. No me despedí de nadie, me olvidé de todo y de todos, simplemente dejé de vivir por darme espacio a la prisa.  

2 de julio de 2019

Cuenta regresiva...

Por Fabiola Martínez

La segunda quincena de mayo de 1990 pasó con celeridad. Debía apegarme al plan  que tracé para ajustar la realidad a mis urgencias (en esa creencia de la juventud que nos lleva a pensar que sólo basta un buen plan para que la vida se resuelva).

Desde que supe de mi embarazo hice planes para llegar a La Habana antes de que corriera el octavo mes de gestación, pues mis conocidas me habían explicado que las líneas aéreas no permitían viajar a mujeres en estados avanzados de embarazo, nunca verifiqué si ese comentario fue verdad y, lo irónico es que tomé decisiones sin información realmente confiable.

Acordé con mis maestros para adelantar exámenes y contar con tiempo para solicitar al decanato mi tira de materias (historial de asignaturas) que luego llevaría a registrar al Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania, radicado en Kiev, esos documentos eran vitales para que pudiera concluir mis estudios universitarios.

No tengo idea de cómo estudié o de cuántas clases tuve que adelantar por cuenta propia, sólo recuerdo las ocasiones en que me presenté a mis exámenes, de forma especial tengo en mente a mi joven maestra de Economía Política del Capitalismo, misma que el semestre anterior nos impartió Economía Política del Socialismo. Una mujer inteligente, de pensamiento agudo y con un amplio criterio que la hacía una de las mejores en autocrítica al sistema de los soviets (incluía lo bueno y lo malo).

En general, me fue bien con todas las asignaturas, siempre tiré a obtener 5 de calificación (nota máxima), pero oscilé entre el cuatro y el cinco. Y todo por empeñarme en recibir el famoso "diploma rojo", el que entregaban a los alumnos (de países del bloque) que concluían sus estudios sin tener ningún 3 en sus notas. Este dato es un punto importante de reflexión, pues mi enfoque no estaba bien dirigido, pues si bien aprendí mucho en mi formación superior, sólo enfaticé la nota, lo que luce, y no lo que se aprende y aplica en la vida.

Quizás una de mis profesoras sí tenía claro lo que pasaba porque fue más que exigente en el examen, me hizo regresar dos veces. En el fondo, quizás ella no estaba de acuerdo en que yo me adelantara mes y medio fuera el proceso enseñanza-aprendizaje que implica el acompañamiento del docente.

Además de mis exámenes de fin de año, había dos temas que me distraían de la maravilla de lo cotidiano, una consistió en un mayor alejamiento de mis amigas, incluso de mi propia residencia y otra tenía relación directa con el dilema que representaba, para mí, determinar qué hacer con la gran cantidad de cosas que no podía empacar en una maleta.

Escuché decir que para Siddharta Gautama (Buda), el origen del dolor radicaba en el apego y yo, sin duda, sentía apego por mis bienes materiales, creo que este es un mal común, al menos entre los hijos del capitalismo. Pasado el tiempo, también creo que sentía una urgencia por irme a seguir a mi <<amor>> al mismo tiempo que me costaba desprenderme de mi hogar.

Atrás del monumento a Lenin y del edificio caminé
una o dos calles para encontrar la oficina.
La zona tenía mucho encanto. 
Al fin llegó el día de ir a apostillar mis documentos, busqué la dirección de la oficina y me lancé a buscarla. Para llegar al lugar me dirigí primero al centro de la ciudad, a la avenida Kreshatik, luego subí por una calle lateral al monumento a Lenin. Recuerdo haber caminado una loma empinada y transitar por unas hermosas calles angostas que nunca antes vi. Ese trámite se convirtió en un paseo tan agradable...

Hace un mes me mudé del departamento  donde viví por casi 17 años, después del hogar materno, este fue el lugar donde viví la mayor cantidad de años de mi vida. Al empacar pude hacer un recorrido de todas las veces que me mudé de ciudad en ciudad, de país en país. El proceso de acariciar los recuerdos y colocarlos en cajas me dio espacio para recordar, sin prisa, todo lo que he tenido que dejar atrás, todo lo que forma parte de lo desechable y de lo imprescindible...

Facebook me ha permitido reencontrar a entrañables amistades y me ha permitido expresarles lo que tanto tiempo he tenido guardado: lo siento mucho. Esos amigos y otras personas conocidas suelen decirme que no debo lamentar nada, que es lo que nos tocaba vivir. En este tema discrepo con ellos porque sí, no debemos vivir atrapados en el pasado, en el "hubiera", pero tampoco creo que yo deba callar en la primera oportunidad que la vida me da para decirles que habría querido estar con ellos más tiempo que el que dediqué a adelantar asignaturas, que me seguirá pesando no haberme despedido, no haberlos abrazado por última vez o decirle lo importante que fueron para mí.

19 de junio de 2019

Atención, con ustedes... ¡Paaaalooooo de Mayo!

Por Fabiola Martínez
Dedicado a Tatiana e Iván

Sábado por la tarde, después de clases, la comunidad latina de Kiev y las soviéticas estudiantes de español, principalmente, regresamos a nuestra residencia a ponernos muy guapas para ir a la celebración anual más importante: El Festival Latinamericano. 

A pesar del letargo provocado por esa maraña de tristeza y soledad que me cargaba, Natasha y sus compañeras me animaron a asistir al Festival Latinoamericano de Kiev, que este año, por primera vez (y quizás por última, no lo sé), se celebraría en el Teatro de la Ópera Nacional de Ucrania, en el Centro Histórico de esa ancestral ciudad. 

Teatro de la Ópera de Ucrania. Fuente: Wikipedia.
En https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Kiev_Opera.jpg

Mientras me arreglaba para tan importante evento, me dí cuenta que por primera vez, la invitación no había venido de un latino, situación que me hizo ver lo mucho que me había alejado de mis amigos y compañeros, que en los tiempos más difíciles, los de adaptación, estuvieron allí para darme una palabra de aliento, acompañarme o simplemente para invitarme a bailar merengue. 

Ese día no supe por qué razón no me puse de acuerdo con las chicas para ir juntas al teatro; hoy entiendo que todo se debió a mi necedad de hacerme la valiente o simplemente para no darle gusto a las personas que siempre pensaron que Valery y yo éramos como el agua y el aceite. 

Interior del Teatro. Fuente: Wikipedia, autor, Tatyana Klimenko.
En el trayecto que recorrí hacia la avenida principal de la ciudad, la calle Kreshatik, me encontré con varios latinoamericanos planchados y perfumados, supuse que era para ir al festival. 

En el trayecto que recorrí caminando de la avenida hacia el teatro las sospechas se confirmaron. Por todos lados caminaba se sumaban estudiantes latinoamericanos cantando, bailando, jugueteando. Felices, por el buen clima, por el evento o por que cuando somos jóvenes es más sencillo encontrar motivos para alegrarse. 

Con paso más firme y veloz pasó junto a mí, Sayonara, mi amiga gimnasta ecuatoriana que estudiaba con los nicas en el Instituto de Cultura Física, cerca de mi Instituto. Hasta ahora no olvido que se veía hermosa, fresca. Me llamó la atención verla con el cabello largo y un aspecto esbelto. Sayo, como le llamamos de cariño, se movía con el dominio que nos daba la madurez de varios años vividos como estudiantes de la URSS, estaba rodeada de amigos y con una sonrisa tocaba su cabeza para no perder un bonito sombrero de fieltro.

La mente es la máquina más increíble y perfecta que puede haber, pues me viene a la mente que mientras la miraba pasar, veía todo aquéllo que yo habría querido vivir y expresar a esas alturas de mi vida, sin embargo, la diferencia entre ella y yo no era grande, sólo nos separaban dos o quizás tres decisiones de vida. Así de sencillo. 

Al llegar al teatro me esperaban Natasha y las chicas, quienes me ayudaron a conseguir un buen lugar en el centro, junto a ellas, con una buena vista, cosa que mi barriga agradeció porque el camino cuesta arriba me había pesado un poco. El interior del teatro era hermoso. Recuerdo haberme preguntado: ¿Cómo rayos le hicieron para conseguir este lugar?

De repente una voz con acento hispano comenzó a hablar para dar la bienvenida en ruso e iniciar con el programa. Como siempre, las asociaciones de cada país hicieron su mejor esfuerzo para ofrecer un espectáculo cultural de buen nivel. 

Destacaron los enormes agrupaciones musicales de Bolivia y Perú, con sus kenas, zampoñas, charangos, guitarras y bombo. Conforme los representantes de cada país pasaban, la euforia creció, los adultos soviéticos que estaban en el centro del teatro miraban con susto las expresiones tradicionales latinoamericanas. 

El público empezó a reclamar la muy gustada intervención de la pareja nicaragüense conformada por Ivan y Tatiana, cuya interpretación dejó huella en todos los latinos de mi tiempo: El Palo de Mayo, una danza típica de la región africana de nicaragua asociada a los ritos previos a la siembra (si no mal recuerdo y, si me equivoco algún nica me hará el favor de corregir).

Finalmente escuchamos las palabras mágicas:
"Bнимание, теперь с вами Пало де Майоooooooo" 
(Atención, ahora, con ustedes, Paloooo de Mayoooooo)

Hecho el anuncio, las palmas y gritos hicieron retumbar el edificio, literalmente. Los soviéticos estaban asustados e indignados, lo cual era comprensible porque todo estaba sucediendo en un recinto para ópera, cuya concepción está asignada a la "alta cultura" y lo que vivíamos era la expresión de la cultura viva de varios pueblos. Ese festival no pudo haber un cierre mejor ni del festival ni de mi historia en la URSS con los festivales latinos. 

"La Tatiana", como suelen hablar en Nicaragua, terminó sus estudios universitarios pero su vida sigue siendo el baile y el canto. Supe que tiene una carrera exitosa en Alemania y se conserva tan bella y alegre como en aquéllos tiempos. Mi querido hermano Iván regresó con su esposa e hija a Nicaragua, es un excepcional profesionista, esposo y padre de familia. 

Por cierto, si alguien sabe de Tatiana o tiene una foto de ella y de Iván, ojalá pueda compartirla para enriquecer este recuerdo. 

4 de junio de 2019

¿Y si la vida concede lo que pedimos?

Por Fabiola Martínez

Hoy, antes de salir a caminar, me detuve a ponerme alguna fragancia y sólo tenía a la mano mi favorita, la que suelo usar en lo que para mí son, "ocasiones especiales": Sur le  nil. Me pregunté, ¿vale la pena gastarla?... De repente llegó a mi mente una frase que pocas veces pongo en práctica: 'vive este día como si fuera el último'. Así que coloqué ese exquisito aroma sobre mi cuello.

En mi trayecto, la reflexión de lo que hice me llevó a analizar diversas situaciones en las que reservé lo mejor esperando 'la ocasión especial', por ejemplo, en lo mucho que pienso en el ayer o en el mañana disfrutando menos el aquí y ahora; en las tantas veces que me quejé por compartir mi primera habitación con otras tres chicas en la Facultad Preparatoria de Jarkov, en el enorme deseo de tener mi propia habitación para estar sola...

Mientras pensaba, me di cuenta de varias ocasiones en las que, las ocasiones especiales estaban frente a mi nariz y no me di cuenta de ello. Por ejemplo, estaba sola y embarazada, pero gozaba de salud y podía recuperar el tiempo perdido con esos amigos que aparté de mí. En vez de eso, me enfoqué en no abandonar la opción de vivir sola en una habitación a pesar de estar llena de cucarachas y de hacerme sentir sola y mal en general. 

Ya con mi vientre crecido, el bloque donde vivía se quedó sin ascensor alrededor de dos semanas, así que tuve que subir y bajar ocho pisos, al menos, dos veces al día. Situación por la que me restringí visitas a mis amigas, que vivían en el bloque opuesto. Con quien sí me veía seguido era con Inna, la esposa de un cubano del grupo de Valeri, ella vivía un piso abajo del mío, así que era fácil tomar té juntas o acompañarnos a la ducha. A pesar de esa linda compañía, empecé a sentirme triste y sola.

La situación con el ascensor me llevó a planear mis días de forma tal, que pudiera pasear, o visitar a mis amigas antes de tener que subir ocho pisos caminando. Hice largas caminatas para vivir la ciudad y, de paso, comprar fruta en un mercadito, pan y mantequilla de la tienda, o para tomar sol. De regreso visitaba a Riita y Natasha y luego iba a mi cuarto.

Al cerrar la puerta, inevitablemente me enfrentaba a mi realidad: un espacio para mí sola y un no saber cómo disfrutar de mi propia compañía. Podía pasar de la alegría y la esperanza a la nostalgia, desazón y otras emociones parecidas. 

Para colmo, el segundo temblor que sentí en Kiev tuvo lugar una de esas noches difíciles. Recuerdo haber salido del cuarto en un segundo' y llegar al de Inna, quien ya estaba de pie para ir a verme. 

Ahora que narro se momento, pienso que me habría gustado decirle: ¿Puedo dormir aquí? Pero no me atreví, temí verme mal o ser rechazada... La vida habría sido menos difícil si hubiera aprendido expresar lo que sentía y a actuar en consecuencia, obviamente con educación y amabilidad. 

Los fines de semana Carlos, mi amigo mexicano de la universidad, iba por mí a la residencia para llevarme a la casita que tenía alquilada con su novia Paty. A pesar de que los tres nos divertíamos mucho conversando, esos remilgos con los que los mexicanos somos educados, ese qué dirán, y ese sentirme poco merecedora de tales atenciones, me llevaron a sentirme limitada, fuera de lugar y a seguir experimentando sentimientos encontrados.

Tenía todo lo que le había pedido a la vida pero, ¿lo que pedí era lo que requería?, ¿estaba preparada para recibirlo?, ¿solicité correctamente lo que deseaba? Todo apunta a un rotundo: ¡No! Pero, ¿por qué razón?

No tengo la respuesta precisa, en mi experiencia, las competencias socioemocionales que no poseía jugaron un papel casi determinante. Sumado a la inconsciencia de tener un embarazo sin evaluar y estar preparada para los cambios hormonales y emocionales también jugaron en contra mía. Es posible que las mujeres que me leen y han estado embarazadas a temprana edad puedan sentirse identificadas con ese desconcierto que provocan el choque de emociones y sentires. 

De mi reflexión juvenil se desprende una idea: Toda decisión que implique la propia vida y la de un nuevo ser, en mi opinión, debiera ser tomada a partir de pilares educativos que hasta el año 2017 se consideran en la educación básica mexicana y que años antes ya fueron difundidos por la Unesco:
  1. Aprender a conocer
  2. Aprender a hacer
  3. Aprender a vivir
  4. Aprender a ser
  5. Aprender a trascender
Tal vez con esas habilidades podríamos enfrentar con más acierto la dureza de la vida, o simplemente podríamos levantarnos con más facilidad de tantas caídas...

Como saben, todas las carencias que experimenté en mi estancia en la URSS, incentivaron mi interés y pasión por abordar temas sobre desarrollo humano para los adolescentes. Es por ello que no puedo evitar pensar y lamentar el tardío avance de la educación mexicana en la adquisición de tales competencias: 2017

Ese conato de avance se detuvo desde los primero días de diciembre de 2018 por razones políticas y por el nuevo reparto poder. Mientras todavía se discute cómo será repartido el pastel, miles de jóvenes, a diario, toman decisiones de vida sin las habilidades adecuadas. No es de extrañar que mi país ocupe uno de los primeros lugares del mundo en el tema del embarazo adolescente.

A pesar de todo, sé que requiero intentar vivir, todos los días, como si fuera el último. Espero tener la suficiente consciencia para rebobinar y replantear mis actos, como lo hice hoy. Espero también, seguir aprendiendo a reiniciar la vida siempre que sea necesario, a pesar del miedo. 

22 de mayo de 2019

Confesiones

Por Fabiola Martínez

A pesar de que cada segundo de cada día representa oportunidades para aprender a vivir con plenitud y a partir de la conciencia de pertenecer al género humano, la educación del hogar y de la sociedad presta poca o nula atención para que las personas desarrollemos habilidades para lograr ese cometido.Muestra de lo anterior es lo que a continuación contaré.

Poco después de la boda de Natalia, comencé a notar que, por las noches, del refrigerador de mi cocina comenzaban a salir cucarachas. Conseguí un insecticida y, sin importar mi proceso de gestación, arremetí contra tan desagradables insectos. Al poco tiempo los bichos regresaron con más fuerza.

Moví muebles e hice limpieza para combatir toda fuente cucarachil, pero mis esfuerzos fueron vanos. Enojada, presté una atención obsesiva a las actividades cercanas a mi habitación. Pronto me percaté de que la habitación de las vietnamitas era el origen de la plaga, lo cual me llevó a observar su forma de vida: acumulación de pilas y pilas de objetos y hacinamiento de, al menos, ocho personas.

Mi descubrimiento, a su vez, se convirtió en la fuente de antipatía hacia los vietnamitas en general, no hacia mis vecinas, sino a todo un pueblo. Confieso aquí que, independientemente del grado académico que yo había adquirido y de vivir en carne propia los estragos del racismo, en un parpadeo me convertí en ese tipo de personas.

Cada vez que comentaba con mis amistades la 'desgracia' que vivía, recuerdo haber justificado mi proceder e insultos resaltando los defectos que, desde mi perspectiva, tenían ellas y su pueblo. Para mi desgracia, la plaga se extendió tanto, que por las noches los bichos caminaban por mi cara, obligándome a dormir todos los días con la luz encendida y a dejar mi habitación periódicamente para llenarla de insecticida.

Quiero enfatizar que dije, 'para mi desgracia', porque me dejé llevar por esa situación y fui desarrollando un sentimiento de rechazo que alcanzó niveles vergonzosos que no necesariamente expresé, pero que sí sentí. ¡Es tan sutil la línea que nos hace pasar hacia al racismo o la enajenación!

A 30 años de lo sucedido, veo que la conducta humana no se modifica, lo que quizás sí hay es una disposición para que las personas, al menos, intentemos ser políticamente correctas, albergo la esperanza de que logremos avanzar y nos vayamos comportando motivados por el espíritu de  los derechos humanos y por tomar conciencia del 'otro', ese ser distinto y al mismo tiempo semejante.

Para fortuna mía, pude tomar la oportunidad que me dio la vida para reconsiderar, con honestidad, mi relación con el pueblo de Vietnam. No sin esfuerzo, actitud de apertura y la conciencia de que se trata de una labor cotidiana y perfectible.

¿Hay más confesiones por hacer?... Lamentablemente sí. Confieso que últimamente he experimentado desesperanza ante la ola de descalificaciones y polarización que vive mi país, que es promovida ni más ni menos que por el jefe del Poder Ejecutivo.

Lucho para comprender y respetar la cerrazón mental de quienes dejaron a un lado el pensamiento crítico y el análisis para respaldar, a ojos cerrados, lo que el presidente dice, confieso también sentirme desencantada de mucha gente a la que consideré modelos de ciudadanos y representantes del gremio educativo y cultural.

¿Les falta inteligencia? No lo creo, considero que en este punto, quizás, la motivación que guía los actos de esas personas es cargar la etiqueta de liderazgo moral, que a más de uno nos ha limitado la capacidad de reconocer los errores cometidos, ya que nos comemos el cuento de ser 'adultos instruidos y llenos de razón y sabiduría', es así como se deja de "revisar al poder para aplaudirlo".



7 de mayo de 2019

Natalia (parte 2)

Por Fabiola Martínez 

Después de la sesión fotográfica fuimos al lugar donde sería la recepción. Cuando el auto se detuvo frente a un hotel famoso (creo había unos dos o tres hoteles y ese era el más popular) muy cerca de la Kreshatik, avenida principal de la ciudad, mi cabecita no lograba conectar para comprender  cómo podía celebrarse una boda en un restaurante concurrido por turistas y estudiantes...

Pero la existencia de otras culturas y otras circunstancias de vida hacían que sucediera. Sí, era posible, normal y viable que una pareja de novios reservara varias mesas del restaurante para celebrar su enlace, al final ¿por qué empeñarme en medir todo con la misma vara?, es decir, a partir de mi sólo de lo que ocurría en mi país. 

La fiesta consistió en conversar, comer compartiendo la alegría de un proyecto de vida que iniciaba, pero bailar era algo complicado en mi limitada cosmovisión juvenil, pues no llevaba pareja y no veía que alguien más lo hiciera. Todos estaban muy cómodos en sus lugares.

Yo busqué un lugar donde pudiera dominar la vista de todo y conversar un poco con alguien cercano a mí, ya que había también varios invitados del novio. Así que me senté junto a Riita y familia. Luego de cenar pedí a mis amigos y conocidos posar para mis fotos de recuerdo, y eso hicieron. Gracias a los momentos captados por mi cámara hoy cuento con recuerdos que casi son tangibles; puedo mirar al pasado y recordar la mirada y las sonrisas de personas con las que compartí la vida en la residencia número 3 y en el Instututo Estatal de Lenguas Extranjeras, de población predominantemente femenina

Sobre la fiesta no recuerdo detalles sobresalientes o extraordinarios, sólo vienen a mí las sensaciones de plenitud, de deseos de conquistar al mundo... En resumen, viene a mí la certeza de haber sido feliz.

Cuando pensé cómo comenzar esta entrega, lo primero que vino a mi mente fue una la felicidad materializada. Después pasó por mi cabeza una conversación que tuve hace algunos meses con mi pareja, quien afirmó que la felicidad no existe o que se trata sólo de alegría momentánea, o el mensaje que respondió mi hijo cuando le pregunté si creía en la felicidad.

Sin restar relevancia a los debates filosóficos o morales acerca de la felicidad, el conocimiento que me obsequia la madurez permite determinar, por contraste, que sí existe la felicidad, como también existe la tristeza o el dolor. Es ese contraste que me permite decir ahora que la boda de Natalia fue quizás, el último climax de felicidad que experimenté en la URSS.

Desde que hago este ejercicio de escribir, compartir y contar mi experiencia a lo largo de cinco años de estancia en la URSS, los sueños de regresar a estudiar persisten.

Sueño que regreso a mi residencia, que camino en la Kreshatik, que estoy a punto de abordar el avión, que me falta dinero para viajar y otros detalles relacionados con mi vida al otro lado del mundo.

Sin importar la situación de mi regreso a Kiev, lo sobresaliente había sido la nostalgia de tiempos felices... La catarsis de contar mi historia ha rendido frutos. Hoy mis sueños siguen alimentados por la nostalgia de ese lapso tan intenso de mi vida, pero, gracias a Dios, en la actualidad incluyen la dicha de estar en mi país, de recorrer el camino que elegí y disfrutar de lo que encuentre a mi paso. Al final, la vida es una. En caso de que la saudade pegue, puedo recurrir al Facebook y las videollmadas, sólo es cuestión de empatar los horarios en otros puntos del planeta.

De derecha a izquierda, Anya, Natalia, el padrino del novio, Belinda, yo y el novio de Beli. 

Belinda y yo con cuatro meses de embarazo.

Junto a mí, el novio de Belinda, Riita, Tamara...

Natalia y Darek. A un lado de mí las amigas de Naty, cuyo nombre no recuerdo,
pero tengo presente que las dos me peinaron el día de mi boda. 

16 de abril de 2019

Natalia (parte 1)

Por Fabiola Martínez


Recuerdo la tarde cuando, después de llegar del instituto, me acosté para descansar. Mientras intentaba relajarme sentí un movimiento brusco en mi vientre... ¿Es posible que ya sea la creatura? En efecto, ese día fue el primero de todos y cada uno los días en los que Gabriel estremecería mi mundo. A partir de entonces también empecé a experimentar cambios en mi apariencia física, situación que anhelaba con gran impaciencia.

Mi felicidad se exponenciaba ante la inminente celabración de la boda de Natalia. Ella, Riita y yo seguimos unidas a causa de los preparativos para su boda. A estas alturas de mi vida la memoria ya me traiciona, pero hubo una celebración o evento solemne previo a la ceremonia oficial, tal vez se trató de la tradición de pedir la mano... El caso fue que Darek, Natasha (y quizás) Belinda fueron a festejar con los padres de la novia al pueblo natal de Naty.

Recuerdo que Natalia y buscó el momento adecuado para explicarme las razones por las que no podía invitarme, cosa que no hacía falta, pero que le agradecí mucho. En aquél entonces confirmé lo que ya había aprendido, que sólo los soviéticos que fueron nuestros compañeros y amigos intentaron entender o ser empáticos ante el crisol de culturas, usos y costumbres que se veía en nuestros centros de estudio. Para el resto de las personas, sobre todo de mayor edad que nosotros, convivir con extranjeros no era un tema sencillo, más bien un espacto que vulneraba su privacidad.

El día de la boda civil, y el anterior, fueron muy placenteros y emotivos para mí. Anya, una de las amigas más cercanas de Naty llegó desde España para participar en la celebración. También llegó de Moscú Belinda, con quien compartimos habitación en el primer curso. Ella fue la madrina de la novia. Todas nos reunimos para conversar de todo un poco, incluso de la hora para salir el día después.

Hasta hoy me emociona vivir el proceso de preparación de las mujeres para la ceremonia de boda, ese día no fue la excepción. Recuerdo haberme apresurado para llegar al cuarto de Natasha y verla ponerse el vestido de novia. Allí también estaba Belinda y su novio.

El vestido era sencillo pero hermoso, ella misma lo confeccionó, quizás tomó inspiración de una revista de novias que le llevé de México y que a mí me gustaba mucho: Bride.  Resalté este hecho porque en la URSS, así como en otros países del bloque, la costumbre era rentar vestidos de novia y todos los accesorios, era cosa de ir a la tienda para tal fin y elegir un vestido que te quedara y luego lo devolvías para que otras mujeres lo puedieran tener a su alcance. A mí me pareció un reto lo que Natalia hizo y lo que logró.

La novia y la madrina estaban listas y bajamos a la recepción. Al mismo tiempo que terminamos de bajar, un auto de modelo antiguo llegó por la novia. Los taxis reservados para quienes asistimos a la boda de la residencia también llegaron.

En el Palacio donde se realizaban las bodas nos reunimos todos; la madre y la tía de Darek, llegados de Polonia, su mejor amigo y su esposa. Estábamos también todos los que fuimos mejores amigos. Para mí, la parte más emotiva de la boda fue cuando nos organizamos para la foto oficial, el en sillón clásico donde todos posaban. Esta sería la última vez que conviviríamos todas juntas, todas las chicas con quienes compartimos la vida y fuimos grandes amigas y camaradas.

Si no mal recuerdo, del palacio de casamientos  fuimos a dejar el ramo de la novia a un hermoso templo ortodoxo ruso muy bonito y famoso (creo que se llama San Andrés). A partir de allí hicimos un recorrido en los sitios emblemáticos de la ciudad para que la pareja  se tomara más fotografías. Yo, aproveché la invitación para recorrer festivamente la ciudad y para atesorar recuerdos de mis amigos en la ciudad donde fui muy feliz.

Tomando un té y acompañando a la novia mientras se arreglaba. 

Esta fue la última ocasión en que todas estuvimos juntas como en el primer curso.
En el sillón los novios y los padrinos. De derecha a izquierda, la madre de Darek, Anya
de blanco, junto a Anya, Tamara, Fausto con Janny Ernesto en brazos, junto a él Riita
sigo yo, la más pequeña de estatura, el novio de Belinda y amigos y familiares del novio. 

Hace 29 años, en el mes de abril, saliendo del edificio donde se realizaban las bodas civiles en Kiev

En las escaleras del museo iglesia de San Andrés (s. XVIII) 


2 de abril de 2019

Las simples cosas

Por Fabiola Martínez

Es grato recordar cómo mis amigos estaban para mí a mi regreso de Moscú. Inna y yo nos hicimos más cercanas (ella era una soviética casada con un cubano compañero de Valeri que vivía un piso arriba de mí). Con ella no sólo compartía el té y los postres y mermeladas que me invitaba, también era una persona que escuchaba con paciencia mi anhelo de ver crecer mi vientre.

Carlos, el mexicano, empleaba parte de su tiempo en visitarme o en llevarme los fines de semana al hogar que compartía con su pareja. Con Paty y Carlos pasé noches repletas de charlas sobre México, sus aventuras en Noruega o su pesadilla con unos pequeños ratones que se aparecía de vez en cuando cerca de la estufa de su pequeña cobacha. Mi amigo también se daba tiempo de pasear conmigo, recuerdo que me llevó a escuchar un concierto de orquesta en un teatro del centro de Kiev, fue una experiencia maravillosa.

Amal y yo nos hicimos más cercanas, se convirtió en la persona cercana para acompañarme a comer o tomar un bocadillo entre descanso y descanso. Ella siempre fue una mujer dulce y apacible con la que podía hablar de todo lo que pensaba y sentía.

Amal ocupó el espacio de amistad y complicidad que tenía con Rashid y Jamal, quienes desde que estaba cerca mi boda marcaron una distancia conmigo que yo no noté, hasta que la nostalgia de los tiempos felices me hizo ver todo lo que yo había abandonado.

Darek, quien había sido compañero de Valeri y estaba a punto de casarse con mi amiga Natalia, podía viajar periodicamente de Polonia a Kiev y siempre me llevaba de regalo fruta, específicamente plátano, no se imaginan lo feliz que me hacía comer una fruta tan tropical al final del invierno. Bassem me prestaba su lavadora cada vez que me ganaba la flojera de lavar a mano en los lavabos del baño.

Riita respondía con paciencia y cariño a todas las preguntas que yo tenía sobre el proceso de embarazo, parto y cuidado de los bebés. Hasta Khema y nuestra compañera tailandesa cuyo nombre ahora no recuerdo, mostraban interés en que todo lo que estuviera alrededor de nosotros, como estudiantes, fuera una zona segura para mí y mi hijo.

Sentirme cobijada, acompañada y protejida me venía bien ante el hecho de enfrentarme a un embarazo sola, lejos de mi pareja y de mi madre, figura fundamental en un proceso como el mío. Hoy tengo la oportunidad de experimentar un poco de aquéllos, pues a pesar de la distancia, el sólo hecho de saber que mis amigos ya forman parte de mis redes sociales me hace sentir bien, pues todos construimos un nexo único, quizás uno de los más sinceros.

Quizá esta es la razón por la cual, cuando pienso en lo que viví, en mi mente suenan diferentes canciones, en esta ocasión, desde ayer cuando construía la entrega de hoy, no sacaba de mi mente una canción del argentino Armando Tejeda Gómez llamada 'Canción de las simples cosas'.

Y como lo que no mata, fortalece, aquí estoy, con algunos golpes, raspaduras y una que otra cicatriz, lista para seguir adelante con más conciencia de mí, de quién soy, qué quiero y qué elijo amar. Tejiendo con calma esta tarea de exorcizar mis desaciertos del pasado para vivir con plenitud cada instante del presente.

 Canción de las simples cosas
Uno se despide insensiblemente
de pequeñas cosas
lo mismo que un árbol en tiempo de otoño
muere por sus hojas.
Al fin la tristeza es la muerte lenta
de las simples cosas
de esas cosas simples
que quedan doliendo en el corazón.
Uno vuelve siempre a los viejos sitios
en que amó a la vida
y entonces comprende
como están de ausente las cosas queridas.
Por eso muchacho no partas ahora
soñando el regreso
que el amor es simple
y a las cosas simples
las devora el tiempo.
Demórate aquí en la luz mayor
de este mediodía
donde encontrarás
con el pan al sol la mesa tendida.





27 de marzo de 2019

Madre e hija

Por Fabiola Martínez 
A la memoria de Ma. Luisa.

Quizás, a principios de febrero, Valeri tuvo que defender su tesis, al igual que el resto del grupo. Recuerdo haber estado, como pegote, viendo los cálculos de su trabajo y ayudarle en el repaso del planteamiento de su tesis. La defensa de la tesis suponía el final de su estancia en Kiev, pero él logró negociar un tiempo de gracia para permanecer conmigo en la ciudad de los jardines. 

Para esas fechas, las vietnamietas de nuestro bloque ya se movían con soltura en la ciudad. Todas recibían a sus novios, de otras facultades y vivían en un total hacinamiento. A pesar de que todos padecíamos los estragos de la escasez y de no haber avanzado en el dominio del ruso, las chicas contaban con los contactos suficientes para comprar enormes cantidades de bateas para freír y lavar, que tenían apiladas del piso al techo. 

El resto de las personas que vivíamos en ese bloque: Khema y su amiga de Tailandia, Murad, Mohamed, perdimos la batalla para lograr que mantuvieran limpia la cocina y apagadas las hornillas de la estufa eléctrica. 

Un día, estando Valeri y yo en la habitación alguien tocó a nuestra puerta. Cuando la abrí, tres vietnamitas me miraron y comenzaron a hablarme en su idioma pensando que yo era su compatriota. Recuerdo que sólo las miré con asombro, moví la cabeza en señal de negativa y les dije: 'no entiendo su idioma, por favor hablen ruso'. 

Valeri no paraba de reír y yo, hasta hoy, sonrío y me divierto cuando recuerdo y comparto la anécdota. Ya en una ocasión las soviéticas me acusaron de ser mongola y ahora las vietnamitas me asumían como su igual. Lo sucedido sólo acentuaba que mis raíces indígenas me habían dado un fenotipo parecido al asiático; ahora que soy más observadora de las personas y su conducta, me percaté del enorme parecido que podemos llegar a tener los mestizos de México y América Latina. ¡Bendita diversidad!

Antes de regresar a Cuba, Valeri envió por barco, en un contenedor, la parte pesada de su equipaje. Recuerdo que el chip o 'modo mamá' ya lo traía prendido y compré una cuna para mi  hijo y le pedí a Valeri que lo enviara en el contenedor que compartía con uno o dos compañeros. 

Como lo he mencionado, el primer trimestre de embarazo es una locura total, de esas que hacen que las mujeres actuemos impulsadas por cualquier otra cosa que el sentido común. Cuando Valeri tuvo su vuelo Moscú-La Habana, yo me fui con él en el tren para acompañarlo a Moscú. Recuerdo que todavía hacía mucho frío, pero no tanto como en el mes de enero. 

Ya en Moscú Valeri y yo tuvimos todo el día para pasear y hasta de tomarnos una foto en una calle peatonal muy concurrida, donde ya era visible el efecto de la glasnost y perestroika. Lo que más me llamó la atención fue ver que, en el lugar donde tomamos la foto, se vendían souvenirs como si fuera un parador turístico, allí podían encontrarse matrioshkas con la cara de Mijail Gorvachov en la que destacaba su emblemático lunar. 

Mi penúltimo viaje a Moscú.

Valeri y yo estuvimos en el aeropuerto Sheremitevo toda la noche, pues el avión salía casi de madrugada. La pasamos mal porque yo tenía tanto sueño que acomodé las maletas para hacer un espacio donde dormir, ya que el sueño me vencía. 

Así como organicé el viaje a Moscú, también tomé la decisión de llamar a México desde el aeropuerto, para comunicarle a mi mamá que estaba embarazada. 

Creo que a todos nos ha pasado que, antes de enfrentar situaciones complicadas, organizamos en la cabeza escenarios y escenas de cómo consideramos que manejaremos los sucesos. En mi caso, sin embargo, ya estando a punto de confrontar la verdad, me sentí muy acojonada. Tanto, que al hablar con mi madre no hice las cosas como las había ensayado, sino como el miedo me permitió hacerlo. 

Debo aceptar que no fui nada sutil en dar la noticia. Ahora entiendo que contribuí a aumentar las preocupaciones de mi madre sobre mi salud, cuidados y sobre el rumbo que tomaría mi vida. Creo que, aunque la reacción de mi madre fue de felicidad, en el fondo tenía sentimientos encontrados. 

El último año de vida de mi madre lo pasó conmigo en la Ciudad de México, siendo yo una joven divorciada. Las circunstancias de mi vida, sumadas a las circunstancias que le impuso una grave depresión y la aparición de una extraño cáncer , nos permitieron, por primera vez, hablar con honestidad como mujeres y madres. 

Recuerdo con mucho cariño y gratitud las largas horas de charlas sobre aciertos y desaciertos de nuestra vida. Recuerdo también la amorosa forma en que me narró todo lo que pasaba en su cabecita cada vez que yo daba giros tan complicados a mi vida. 

Aunque tuve muchos momentos de reproche hacia ella, por educarme con pocas habilidades para enfrentar la vida como una mujer más libre y responsable (según mi juicio de entonces); y también gastaba mucho tiempo de mi vida culpándome por mis elecciones, la madurez me hizo ver que, como persona, viví con las habilidades que tenía, pero he podido reorientar el rumbo, aprender de los errores y buscar, siempre, la forma de volver a levantar ante cada embate de la vida. 

Cuando madre y yo reflexionábamos sobre nuestra vida, corroboré la importancia que tiene el dotar a los adolescentes de una formación ética que les permita aprender en libertad y vivir plenamente su sexualidad (afectividad-identidad de género-erotismo-reproducción). Sigo pensando que los padres pueden ser los mejores guías para sus hijos, pero requieren una dosis de honestidad y de preparación. Mientras eso sucede, yo continúo con mi labor y me enfoco en mejorar el contenido de los textos que elaboro con mi coautor. 

13 de marzo de 2019

Obcecación

Por Fabiola Martínez

Es curioso cómo coincide el tiempo, cómo se acomodan los sucesos para seguir relatando la vida en la URSS. Hace 29 años, por estas fechas, días antes y después, orienté mi atención al proceso de embarazo. Para entonces, el abasto de productos se agudizaba, por ejemplo, un artículo tan elemental como el té negro, se había convertido en un producto casi de lujo.

Las costumbres de los latinoamericanos se habían modelado en mucho a las costumbres locales y por ello nos resultaba imprescindible tener té negro, quien localizaba una tienda con abasto solía correr la voz y los demás corríamos a comprar.

En ese periodo, empezó a venderse en abundancia té verde, las tiendas estaban atascadas y todos nos conformamos con él. Pasaron al menos un par de semanas o quizás más, cuando, gracias a la apertura en los medios de información, se publicó una nota donde nos pedían no consumir el té verde, ya que había sido sembrado o tratado en lugares contaminados por la radiación de Chernóbil.

Además del té, había otros productos contaminados, el que tengo presente es la leche, pues a mí me gustaba tomar una taza de leche caliente con cocoa antes de dormir (una costumbre muy mexicana).

Cuando Valery llegó a nuestra habitación con el periódico en la mano, me puse frenética y tiré todo el té que habíamos acumulado (una tradición de los regímenes totalitarios). Comencé a reclamar a Valery lo que no podía reclamar  al sistema. Sentí terror por el proceso de gestación que vivía. Por mi mente pasaron las peores imágenes de tragedia, ¡qué barbaridad!

En pocos años me di cuenta de que, después de tener la capacidad de engendrar vida, otro gran regalo que llega con los hijos es que gocen de salud. Sí, aunque la frase sea un lugar común, la verdad yo sólo deseaba salud para mi hijo, regalo que me fue concedido. Otras muchas madres no tuvieron la misma suerte y por esas tierras lejanas a México y cercanas a Chernóbil, aún nacen niños enfermos, discapacitados y personas con un sin fin de enfermedades. 

Hace 33 años llegué a URSS, un año después tuvo lugar la explosión nuclear más peligrosa del mundo y hace 29 que comencé esta narración, la radioacitividad es un enemigo letal y silencioso al que fui restando importancia, como si al ignorar el daño se detuviera. Es vergonzoso confesar que, sólo ante el peligro que podía correr mi hijo, tomé consciencia del peligro en que había estado mi salud. 

Quizá por esta confesión entiendo lo difícil que resulta tomar consciencia respecto a la acción humana en el medio ambiente, tal vez es más difícil cambiar hábitos, pero sí se puede. Basta ver los desastres naturales con los que es azotado el planeta entero. Pero la política y la consciencia, al parecer, son enemigos, sin ir más lejos, en mi país el Ejecutivo Federal pretende construir un tren en una de las principales zonas naturales protegidas, sin estudio de impacto ambiental, por que sí, porque quiere, porque puede... También está encaprichado con una hidroeléctrica y una refinería en sitios que hacen peligrar el frágil equilibrio del humano y su entorno. Pero tiene el escudo, escusa y pretexto de contar con legitimidad avalada por 30 millones de votos. Cuando legitimidad y legalidad no son sinónimos pero, ¿qué más le da a él y a sus simpatizantes?



26 de febrero de 2019

Menos tu vientre, ¿todo es confuso?

Por Fabiola Martínez 

Narrar esta etapa de mi vida equivale a repetir charlas interminables de madres, tal vez por esta razón me costó trabajo encarar esta entrega, pero aquí está, una historia más de una futura madre...

Después del ajetreo de la boda, comencé a cuidar de mí y del embarazo. Recuerdo que me canalizaron a un edificio donde estaba mi clínica. Un lugar que nunca vi a pesar de su cercanía con el besaravski rinok (nombre de un mercado).

Luego de recetarme lo pertinente para el embarazo, compartí con la doctora el fuerte y constante dolor abdominal que tenía.

-Debes guardar reposo y tomar vitamina E
-¿Por cuánto tiempo el reposo?
-Puedes ir a clases pero trata de descansar después, no hagas esfuerzo.
-¿Algún día se me quitará el dolor o el embarazo está en peligro?
-Lo usual es que el dolor permanezca hasta que el feto se afianza dentro de tu vientre.

Obedecí a todo, además de enfrentarme a un espantoso carrusel hormonal que me llevaban a comportarme como una bipolar. Mi amiga finlandesa Rita fue de gran ayuda, me
explicó todo lo que sucedía. La verdad es que, entre la extrema valoración de la sociedad patriarcal y el fenómeno animal que provoca la maternidad, el embarazo es pintado como hermoso de principio a fin. Pero en verdad es un proceso complejo y lleno de cambio que todo lo confunden, en mi caso provocó que se me cerrara el mundo.

Afortunadamente la sabia naturaleza compensa ese proceso. Al término del trimestre le dije adiós a los dolores y a la locura hormonal. Sólo me quedé, desde entonces, con la lágrima a ras del párpado, a puntito de salir a cada instante. No me pude deshacer del enorme calor, ni del malestar provocado por los lugares encerrados. Si bien es verdad que nunca tuve un sólo vómito, también es cierto que me alimenté, básicamente, de jitomate y pepino encurtidos. Por ello perdí mucho peso.

El apetito volvió para quedarse. Los más de tres kilogramos perdidos fueron recuperados gracias a mi apetito voraz. Recuerdo que mi amiga Amal me acompaño al comedor de la Facultad de Cultura Física, porque la comida de allí me encantaba. Ese día comí tanto, que ella me dijo: "cuando me dijiste de tu embarazo no lo creí, sólo ahora que te veo comer me es posible creerte.

El clima tuvo un papel favorable, la primavera se asomaba con rapidez y, aunque yo me sentía triste porque Valery tenía que irse a su país, las largas caminatas de regreso del instituto fueron de gran ayuda para mi salud. Ellas me dieron la oportunidad de disfrutar mi ciudad con la certeza de que había comenzado la cuenta regresiva, saturé mis cabeza con recuerdos de casas, gente, parques y jardines. Viví un romance contradictorio con mi hermosa ciudad. La quería conmigo, era parte de mí, y al mismo tiempo quería terminar ya con esa etapa de mi vida.

Bien dice la letra de la canción de Joan Manuel Serrat: "No hay nada más amado, que lo que perdí". Hoy, mi gran anhelo, es regresar a esa ciudad donde fui tan feliz, donde aprendí tanto, donde tuve a la mejor familia...

En una entrega pasada hablé de los regalos que me trajo el año 2018, un reencuentro con Amal, Rashid y Jamal, mis amados hermanos palestinos. Nunca pensé extrañarlos tanto y, sin embargo, cuando tuve la oportunidad de estar más cerca de ellos, mi embarazo me llevó a tomar decisiones que lamento, porque hice muy grande la brecha entre ellos y yo.

En mi caso, conservar las ilusiones es lo que motiva mi vida, por muy pesadas que sean las circunstancias. Tengo fe en el destino y creo que pronto los podré ver, abrazarlos a todos es un anhelo muy grande. En ese abrazo incluyo también a Riita, que fue mi mejor ayuda, a Natasha, Belinda, Isa Morais, Lefteris, Jenny (de Tailandia) y también a mis maestros, sólo con uno de ellos tengo enlace en Facebook. Me encantaría volver a ver y conversar con mi maestro de Literatura Serguei Fateev.

El título de esta entrega es un juego de palabras que hice con la letra de un poema de Miguel Hernández, quizás a él, como a otras personas, el proceso de dar vida a otro ser es un asunto que da certeza, y su perspectiva es hermosa, pero tan poco apegado a la realidad.

Tener un hijo es un proyecto de vida que dura toda la vida de la madre, es una decisión trascendental que no debemos tomar a la ligera. Las mujeres lo vivimos en una vorágine hormonal inexplicable que provoca enormes confusiones y tropiezos. Quizás es por ello que agudizamos nuestra obsesión de control, ya que, si no fuera por el gran papel del instinto maternal, quién sabe qué sería de nosotras.

Dice un refrán que, si del cielo te caen limones, debes hacer limonada. Yo continúo capitalizando mi experiencia juvenil para documentarme y aprender sobre las implicaciones de un embarazo en edades tempranas. La educación sexual así como la maternidad y paternidad juvenil es uno de mis temas favoritos. Tal vez se deba a que aún creo que hubiera deseado que como parte de mi educación me hubieran hablado del tema con honestidad y claridad, haciendo a un lado el velo *Mariano.

El tema de la paternidad y maternidad es algo que seguiré trabajando y, ahora que cuento con una socia igualmente especializada e interesada en el tema, estamos preparando interesantes cursos al respecto. Esperen noticias por este medio.

*Mariano. De María, en este caso hago referencia a la carga cultural que tiene la virgen María en la formación judeo-cristiana de mi país.

En una cena de parejas cubanos, soviéticas y mexicana.
Al tomar esta foto ya era evidente la cantidad de peso que había perdido