4 de junio de 2019

¿Y si la vida concede lo que pedimos?

Por Fabiola Martínez

Hoy, antes de salir a caminar, me detuve a ponerme alguna fragancia y sólo tenía a la mano mi favorita, la que suelo usar en lo que para mí son, "ocasiones especiales": Sur le  nil. Me pregunté, ¿vale la pena gastarla?... De repente llegó a mi mente una frase que pocas veces pongo en práctica: 'vive este día como si fuera el último'. Así que coloqué ese exquisito aroma sobre mi cuello.

En mi trayecto, la reflexión de lo que hice me llevó a analizar diversas situaciones en las que reservé lo mejor esperando 'la ocasión especial', por ejemplo, en lo mucho que pienso en el ayer o en el mañana disfrutando menos el aquí y ahora; en las tantas veces que me quejé por compartir mi primera habitación con otras tres chicas en la Facultad Preparatoria de Jarkov, en el enorme deseo de tener mi propia habitación para estar sola...

Mientras pensaba, me di cuenta de varias ocasiones en las que, las ocasiones especiales estaban frente a mi nariz y no me di cuenta de ello. Por ejemplo, estaba sola y embarazada, pero gozaba de salud y podía recuperar el tiempo perdido con esos amigos que aparté de mí. En vez de eso, me enfoqué en no abandonar la opción de vivir sola en una habitación a pesar de estar llena de cucarachas y de hacerme sentir sola y mal en general. 

Ya con mi vientre crecido, el bloque donde vivía se quedó sin ascensor alrededor de dos semanas, así que tuve que subir y bajar ocho pisos, al menos, dos veces al día. Situación por la que me restringí visitas a mis amigas, que vivían en el bloque opuesto. Con quien sí me veía seguido era con Inna, la esposa de un cubano del grupo de Valeri, ella vivía un piso abajo del mío, así que era fácil tomar té juntas o acompañarnos a la ducha. A pesar de esa linda compañía, empecé a sentirme triste y sola.

La situación con el ascensor me llevó a planear mis días de forma tal, que pudiera pasear, o visitar a mis amigas antes de tener que subir ocho pisos caminando. Hice largas caminatas para vivir la ciudad y, de paso, comprar fruta en un mercadito, pan y mantequilla de la tienda, o para tomar sol. De regreso visitaba a Riita y Natasha y luego iba a mi cuarto.

Al cerrar la puerta, inevitablemente me enfrentaba a mi realidad: un espacio para mí sola y un no saber cómo disfrutar de mi propia compañía. Podía pasar de la alegría y la esperanza a la nostalgia, desazón y otras emociones parecidas. 

Para colmo, el segundo temblor que sentí en Kiev tuvo lugar una de esas noches difíciles. Recuerdo haber salido del cuarto en un segundo' y llegar al de Inna, quien ya estaba de pie para ir a verme. 

Ahora que narro se momento, pienso que me habría gustado decirle: ¿Puedo dormir aquí? Pero no me atreví, temí verme mal o ser rechazada... La vida habría sido menos difícil si hubiera aprendido expresar lo que sentía y a actuar en consecuencia, obviamente con educación y amabilidad. 

Los fines de semana Carlos, mi amigo mexicano de la universidad, iba por mí a la residencia para llevarme a la casita que tenía alquilada con su novia Paty. A pesar de que los tres nos divertíamos mucho conversando, esos remilgos con los que los mexicanos somos educados, ese qué dirán, y ese sentirme poco merecedora de tales atenciones, me llevaron a sentirme limitada, fuera de lugar y a seguir experimentando sentimientos encontrados.

Tenía todo lo que le había pedido a la vida pero, ¿lo que pedí era lo que requería?, ¿estaba preparada para recibirlo?, ¿solicité correctamente lo que deseaba? Todo apunta a un rotundo: ¡No! Pero, ¿por qué razón?

No tengo la respuesta precisa, en mi experiencia, las competencias socioemocionales que no poseía jugaron un papel casi determinante. Sumado a la inconsciencia de tener un embarazo sin evaluar y estar preparada para los cambios hormonales y emocionales también jugaron en contra mía. Es posible que las mujeres que me leen y han estado embarazadas a temprana edad puedan sentirse identificadas con ese desconcierto que provocan el choque de emociones y sentires. 

De mi reflexión juvenil se desprende una idea: Toda decisión que implique la propia vida y la de un nuevo ser, en mi opinión, debiera ser tomada a partir de pilares educativos que hasta el año 2017 se consideran en la educación básica mexicana y que años antes ya fueron difundidos por la Unesco:
  1. Aprender a conocer
  2. Aprender a hacer
  3. Aprender a vivir
  4. Aprender a ser
  5. Aprender a trascender
Tal vez con esas habilidades podríamos enfrentar con más acierto la dureza de la vida, o simplemente podríamos levantarnos con más facilidad de tantas caídas...

Como saben, todas las carencias que experimenté en mi estancia en la URSS, incentivaron mi interés y pasión por abordar temas sobre desarrollo humano para los adolescentes. Es por ello que no puedo evitar pensar y lamentar el tardío avance de la educación mexicana en la adquisición de tales competencias: 2017

Ese conato de avance se detuvo desde los primero días de diciembre de 2018 por razones políticas y por el nuevo reparto poder. Mientras todavía se discute cómo será repartido el pastel, miles de jóvenes, a diario, toman decisiones de vida sin las habilidades adecuadas. No es de extrañar que mi país ocupe uno de los primeros lugares del mundo en el tema del embarazo adolescente.

A pesar de todo, sé que requiero intentar vivir, todos los días, como si fuera el último. Espero tener la suficiente consciencia para rebobinar y replantear mis actos, como lo hice hoy. Espero también, seguir aprendiendo a reiniciar la vida siempre que sea necesario, a pesar del miedo. 

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