Por Fabiola Martínez
Dedicado a Tatiana e Iván
Sábado por la tarde, después de clases, la comunidad latina de Kiev y las soviéticas estudiantes de español, principalmente, regresamos a nuestra residencia a ponernos muy guapas para ir a la celebración anual más importante: El Festival Latinamericano.
A pesar del letargo provocado por esa maraña de tristeza y soledad que me cargaba, Natasha y sus compañeras me animaron a asistir al Festival Latinoamericano de Kiev, que este año, por primera vez (y quizás por última, no lo sé), se celebraría en el Teatro de la Ópera Nacional de Ucrania, en el Centro Histórico de esa ancestral ciudad.
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Teatro de la Ópera de Ucrania. Fuente: Wikipedia. En https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Kiev_Opera.jpg |
Mientras me arreglaba para tan importante evento, me dí cuenta que por primera vez, la invitación no había venido de un latino, situación que me hizo ver lo mucho que me había alejado de mis amigos y compañeros, que en los tiempos más difíciles, los de adaptación, estuvieron allí para darme una palabra de aliento, acompañarme o simplemente para invitarme a bailar merengue.
Ese día no supe por qué razón no me puse de acuerdo con las chicas para ir juntas al teatro; hoy entiendo que todo se debió a mi necedad de hacerme la valiente o simplemente para no darle gusto a las personas que siempre pensaron que Valery y yo éramos como el agua y el aceite.
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Interior del Teatro. Fuente: Wikipedia, autor, Tatyana Klimenko. |
En el trayecto que recorrí caminando de la avenida hacia el teatro las sospechas se confirmaron. Por todos lados caminaba se sumaban estudiantes latinoamericanos cantando, bailando, jugueteando. Felices, por el buen clima, por el evento o por que cuando somos jóvenes es más sencillo encontrar motivos para alegrarse.
Con paso más firme y veloz pasó junto a mí, Sayonara, mi amiga gimnasta ecuatoriana que estudiaba con los nicas en el Instituto de Cultura Física, cerca de mi Instituto. Hasta ahora no olvido que se veía hermosa, fresca. Me llamó la atención verla con el cabello largo y un aspecto esbelto. Sayo, como le llamamos de cariño, se movía con el dominio que nos daba la madurez de varios años vividos como estudiantes de la URSS, estaba rodeada de amigos y con una sonrisa tocaba su cabeza para no perder un bonito sombrero de fieltro.
La mente es la máquina más increíble y perfecta que puede haber, pues me viene a la mente que mientras la miraba pasar, veía todo aquéllo que yo habría querido vivir y expresar a esas alturas de mi vida, sin embargo, la diferencia entre ella y yo no era grande, sólo nos separaban dos o quizás tres decisiones de vida. Así de sencillo.
Al llegar al teatro me esperaban Natasha y las chicas, quienes me ayudaron a conseguir un buen lugar en el centro, junto a ellas, con una buena vista, cosa que mi barriga agradeció porque el camino cuesta arriba me había pesado un poco. El interior del teatro era hermoso. Recuerdo haberme preguntado: ¿Cómo rayos le hicieron para conseguir este lugar?
De repente una voz con acento hispano comenzó a hablar para dar la bienvenida en ruso e iniciar con el programa. Como siempre, las asociaciones de cada país hicieron su mejor esfuerzo para ofrecer un espectáculo cultural de buen nivel.
Destacaron los enormes agrupaciones musicales de Bolivia y Perú, con sus kenas, zampoñas, charangos, guitarras y bombo. Conforme los representantes de cada país pasaban, la euforia creció, los adultos soviéticos que estaban en el centro del teatro miraban con susto las expresiones tradicionales latinoamericanas.
El público empezó a reclamar la muy gustada intervención de la pareja nicaragüense conformada por Ivan y Tatiana, cuya interpretación dejó huella en todos los latinos de mi tiempo: El Palo de Mayo, una danza típica de la región africana de nicaragua asociada a los ritos previos a la siembra (si no mal recuerdo y, si me equivoco algún nica me hará el favor de corregir).
Finalmente escuchamos las palabras mágicas:
"Bнимание, теперь с вами Пало де Майоooooooo"
(Atención, ahora, con ustedes, Paloooo de Mayoooooo)
Hecho el anuncio, las palmas y gritos hicieron retumbar el edificio, literalmente. Los soviéticos estaban asustados e indignados, lo cual era comprensible porque todo estaba sucediendo en un recinto para ópera, cuya concepción está asignada a la "alta cultura" y lo que vivíamos era la expresión de la cultura viva de varios pueblos. Ese festival no pudo haber un cierre mejor ni del festival ni de mi historia en la URSS con los festivales latinos.
"La Tatiana", como suelen hablar en Nicaragua, terminó sus estudios universitarios pero su vida sigue siendo el baile y el canto. Supe que tiene una carrera exitosa en Alemania y se conserva tan bella y alegre como en aquéllos tiempos. Mi querido hermano Iván regresó con su esposa e hija a Nicaragua, es un excepcional profesionista, esposo y padre de familia.
Por cierto, si alguien sabe de Tatiana o tiene una foto de ella y de Iván, ojalá pueda compartirla para enriquecer este recuerdo.
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