18 de diciembre de 2018

Bratislava, ¡Acá sigo! parte 2

Por Fabiola Martínez

Los días transcurridos entre Navidad y año nuevo significaron, para Valery y para mí, aprendizajes sobre los procesos de "democratización" de los países del llamado "bloque socialista". 

Un sin fin de preguntas, respuestas y explicaciones transcurrieron entre Valery y su tío T., con su respectiva traducción, para que yo comprendiera todo.

La mañana del 31 de diciembre de 1989, Valery y yo observábamos la vista desde la ventana, desde donde se podía divisar la frontera con Austria.

-¿En verdad habrán quitado la frontera? -Mientras Valery me hacía esa pregunta el tío T. nos escuchó.
-Sé que están pasando libremente en la garita hacia Viena, yo ya pasé con la familia, pero no estoy seguro que hayan caído todas las alambradas. ¿Qué te parece si lo comprobamos?
-¿Cómo?
-Vamos caminando hacia allá, eso está no más de 15 minutos caminando. Pónganse sus zapatos.

Sin pensarlo dos veces nos calzamos y salimos con los dos primos pequeños de Valery. Según recuerdo, antes de la Revolución de Terciopelo, se había establecido un límite que no podía ser rebasado a pie por nadie cercano a la frontera.

Avanzábamos sin que nadie nos detuviera, y eso hizo crecer la confianza en el tío T., pronto vimos las cercas caídas. Yo jugaba dando un paso hacia un lado y hacia el otro de la cerca, imaginando algo así como: "ahora estoy en Eslovaquia... y ahora estoy en Austria".

Saqué mi cámara para tomar fotos y sólo alcanzamos a sacar la que comparto ahora...


En la imagen todos estamos sentados en una especie de enorme cruceta de madera que servía para sostener la alambrada. El punto señalado con una línea rosada muestra las torres desde donde los militares eslovacos cuidaban la frontera para evitar que la gente local cruzada hacia Austria.

Frente a nosotros, y a menor distancia, se encontraba una torre similar, desde donde venían a paso veloz dos militares con armas largas. No los vimos antes porque parecía que las torres de vigilancia estaban abandonadas.

Fue el tío quien se dió cuenta de lo que pasaba.

-¡Ey!, todos, sigan actuando igual. Valery, dile a Fabiola que por ningún motivo hable. Yo me haré cargo...
-Buenas tardes, ¿qué los trae por acá? -me quedé muda del miedo.
-Hola oficial, tomamos un paseo antes de la cena de fin de año.
-Llegaron muy lejos.
-Vivimos en el edificio de allá, como puede ver, estamos muy cerca. La verdad es que escuchamos que el gobierno quitaría la frontera y quisimos ver qué sucedía.
-Les sugerimos regresar a casa a festejar, -le dijo un militar al tío mientras le devolvía su documento de identificación-.
-Muchas gracias por la atención, de hecho ya íbamos a regresar. Feliz fin de año.

Con la velocidad propia de un paseo dimos la media vuelta y tomamos el camino de regreso actuando como si todo lo que acabamos de vivir fuera algo cotidiano. En el fondo nos acojonamos, ya que, en otra época  nos habrían disparado desde lejos antes de llegar al punto donde tomamos la fotografía.

Después del susto, hablé de la increíble experiencia de estar en dos países casi al mismo tiempo. También expresé mi deseo de conocer Austria. Así que tío T. organizó una salida a Viena el 1 de enero de 1990.

Pasar la garita de migración fue otra gran experiencia, pues también íbamos a riesgo. Los documentos de identificación de Valery eran cubanos, no eslovacos, por tanto habría requerido un permiso especial que, por cierto, migración eslovaca no pidió. A mí se me pidieron pasaporte y visa.

Una vez pasada la garita eslovaca, los austriacos ni nos voltearon a ver, T. dijo que no lo hacían porque sabían que los eslovacos ya habían hecho el trabajo duro, y si nos dejaron pasar fue porque no encontraron nada sospechoso, ¿para qué se desgastarían ellos?

Ya en suelo austriaco el paisaje cambiaba mucho, las construcciones de las casas eran diferentes. Llegando a Viena corrimos a la iglesia del centro, creo que se llama Santa Sofía. Caminamos por el andador turístico y vimos a lo lejos un palacio hermoso con grandes jardines. El dinero que yo llevaba sólo me alcanzó para comprar un café, el más caro de mi vida, hasta hoy.

En una de las calles centrales de Viena.

Los intrépidos, en Viena, 1ro. de enero de 1990.
Y a propósito del tema, del fin de año, de la Navidad, adjunto un escrito que me regaló Belinda, mi entrañable amiga y compañera de habitación.



4 de diciembre de 2018

Bratislava, ¡aquí ando!

Por Fabiola Martínez

La víspera de navidad Valery y yo  cambiamos algunos de mis dólares en el todavía vigente mercado negro para usar coronas (moneda local) y comprar cositas para nuestro "nidito de amor". Creo que me alcanzó para un juego de cubiertos, uno de tazas para café exprés y un hermoso frutero de cristal de Bohemia, ¡una ganga!

La celebración navideña en ese país fue muy diferente a lo que esperaba. El día inicia con una visita a familiares cercanos, en este caso tocó visitar a la familia política del tío T. Se estila (si no mal recuerdo), que quienes van de visita llevan galletas, pastelillos o confites, y a quienes llegan se les comparte  todo tipo de bocadillos y té negro o café. Esa vuelta terminó con una reunión donde todos los tíos y tías de Valery.

El ambiente en la casa de la tía era una mezcla de alegría y euforia, básicamente por parte del marido de ella, todo un personaje. El hombre estaba feliz por lo que el pueblo checoslovaco logró mediante las jornadas de protestas durante la llamada revolución de terciopelo, de hecho, él prometió no cortarse la barba durante todo el proceso de liberación. Cuando le preguntaban, con cierta ironía, por qué aún no se cortaba la barba él contestaba que todavía tenía sus dudas sobre el futuro del país y por el destino que otros países del Europa del Este, en ese momento no comprendí su punto de vista.


Luego del preámbulo pasamos a los temas del día, a preguntas típicas sobre la organización de la ceremonia, sobre regalos pre boda que recibimos, sobre las costumbres del uso del apellido, en aquél entonces en Eslovaquia se estilaba que la mujer tomaba el apellido del esposo y dejaba de usar  sus apellidos originales, no sé si las cosas hayan cambiado en la actualidad. El caso es que pasamos un buen rato compartiendo conversación y bocadillos. ¡La mesa nunca se quedaba vacía!, mi panza no podía más.


Cuando todos nos despedimos, al darse el abrazo, unos a otros se recordaron encender una vela blanca para mostrar solidaridad por Rumania, país del bloque socialista donde las manifestaciones estaban siendo reprimidas con violencia. A partir de ese  comentario entendí a que se refería el tío eufórico con esperar a quitarse la barba. Rumanía era algo así como el hermano en desgracia, el compañero de batalla que aún no lograba levantarse.

En navidad, cada familia nuclear se reúne en su casa y cenan después de adornar el árbol de navidad. Por esas épocas se acostumbraba colocar caramelos con chocolate e incluso se podían poner luces de vengala como adorno del árbol, mismas que se encendían luego de intercambiar regalos. Mientras eso sucedía, T. colocó la vela blanca en una de las ventanas del apartamento. Cuando me asomé a ver el exterior, prácticamente todas las ventanas del complejo habitacional tenía una vela. Comencé a interesarme en la seriedad del asunto.


No sé si fue el mismo 24 de diciembre o al día siguiente u horas después, pero de repente a todos les despertó el interés por las noticias y nos sentamos a ver televisión, que en esa casa, como en otras de la ciudad, captaba señales de canales en alemán (supongo que de Austria) y la nota del día giraba alrededor de la captura de Nicolae Ceaușesc y esposa,  también sobre un juicio sumario y la ejecución casi inmediata de la pareja...


Aunque no podía entender nada de alemán, las imágenes fueron impactantes, como lo fue ver a la gente 
entrar a una casa llena de lujos excesivos. Lo que más me impactó fue la rapidez del juicio, la sentencia y ejecución de la pareja, ya que duró menos que el capítulo de una telenovela turca (que en México son de los más largos). Si bien en esa casa había felicidad por el fin de una era, también percibí la inquietud que generó el proceso y la ejecución. 

En el fondo, creo que a todos nos pareció una sentencia medieval que, al ser mostrada en público, generaba una mezcla de morbo e insatisfacción inexplicable. Al igual que yo, la gente que me hospedaba se preguntaba, ¿qué cambios reales se lograron al actuar de la misma forma que durante años lo hizo Ceaușesc?


Pronto llegó el bombardeo de noticias sobre las "fosas clandestinas" encontradas, supuestamente "desaparecidos" por el régimen de la pareja presidencial. El aluvión de noticias, a mi parecer, trataba de justificar el asesinato de un presidente, ¿o es que en una democracia o en una sociedad que busca la democracia y la justicia la turba puede matar sin ningún apego a los derechos humanos? 


En poco tiempo, los medios de comunicación de Francia descubrieron que, en lo referente al tema de las fosas clandestinas, se trató de un montaje para agilizar o dar más argumentos al juicio sumario, esa noticia me dio pesar y me hizo cuestionarme 

¿por qué?
¿para qué?
¿quién ganó qué? 
Aún hoy me hago las mismas preguntas. Sobre todo cuando veo que Rumania no ha podido despuntar como sí lo hicieron Eslovaquia, Polonia y hasta los países de la antigua Yogoslavia a pesar de haber vivido una guerra tan cruel. 

Cuando conocí algo de la vida y obra de Ganghi, entendí que mi malestar, en el caso de Rumania, radica en que "los medios impuros desembocan en fines impuros". 


Ahora que mi país vive el anhelo de cambio, veo con tristeza que, nuevamente, a pesar de que el nuevo gobierno en el poder pueda tener los más sublimes fines, su escencia se mancha con los medios empleados por todos aquéllos que se sienten con el derecho a todo: sólo porque sí, 
sólo porque... ¿Por qué no? 
sólo porque ¿los demás, los que estuvieron antes también lo hicieron, por qué nosotros no?

Como toda narración, la mía se acerca a un desenlace. Mientras eso sucede, personas muy queridas y significativas de mi vida, me están haciendo regalitos para compartir con ustedes,
espero les agraden.



20 de noviembre de 2018

Bratislava... ¡ya llegué!

Por Fabiola Martínez

Envuelta en conversaciones interesantes, casi ni me percaté de los sucesos relevantes del viaje, como el cambio de ruedas del tren, el pase de migración y aduana o el paisaje. Llegamos a Bratislava entre las ocho y las nueve de la mañana y ahí nos esperaba sonriente el tío de Valery, T., quien nos instaló en su apartamento y nos preparó un delicioso desayuno. Por la fecha que puse al reverso de mis fotografías, parece ser que llegamos a Bratislava  el 21 o 22 de diciembre de 1989. 

Para esa visita mis expectativas consitían en repetir la visita a lugares que había disfrutado en mi primera visita en verano, como café y pastel en espacios abiertos, o una actividad citadina activa. Por eso quise visitar el centro de la ciudad, la parte histórica. Como no calculé los efectos del invierno, al llegar al centro me topé con calles prácticamente vacías. 

En ese año parece que en lugar de nevadas sólo hubo agua nieve y temperaturas entre 1 y 0 grados celsius. Teníamos pocas opciones, así que decidimos entrar a una tienda donde vendían de todo, comida, ropa, muebles... El lugar era muy bueno, mucho mejor que los de Kiev, donde, como ya lo mencioné, comenzábamos a padecer la falta de productos básicos. 

En esta ocasión fui mejor preparada con cámara y rollos de película a color, por lo que pude tomerme fotografías en la ciudad en diversos momentos del paseo. Valery calculó la hora de llegada de su tía S., y programamos hacer la siguiente parada en de departamento, muy cercano a la residencia donde vivió su padre cuando llegó a Checoslovaquia a estudiar la carrera. 

El recibimiento fue amable y lleno de comida caliente y rica, allí nos dio el encuentro el tío T., quien llegó con sus hijos. En la sala todos comenzaron a contarle a Valery el reciente gran suceso, las protestas que marcaron el principio del fin de la era socialista, proceso conocido mundialmente como la revolución de terciopelo. 

Al momento de la conversación los adultos de esa familia todavía expresaban la intensidad de sus emociones, también se podían apreciar los sentimientos encontrados de S. y T., una con mucha precaución que rayaba en el temor y el otro con grandes esperanzas de un verdadero cambio permanente. 

Tal vez para desviar la consersación o como consecuencia de una reacción muy femenina, S., planteó la gran pregunta: Cómo organizarían nuestras pernoctas. Mi interacción con las personas de esa familia no fue tan complicada como pensé, pues el ruso y el eslovaco son idiomas parecidos y, al menos, podía seguir la idea general de las conversaciones. Esa tarde quedó decidido que estaríamos en el departamento del T.

De camino a su casa Valery preguntaba a su tío más detalles de las protestas y, sobre todo, de las razones por las cuales la población no tuvo miedo de ser violentada. Entendí que, para la población, estaba claro el mensaje que Gorvachov enviaba al resto de los países del bloque socialista para que ellos llevaran a cabo su propia Perestroika. En este contexto, parece ser que hubo manifestaciones reprimidas en las capitales de ambas repúblicas, pero la población civil respondió con manifestaciones que se organizaron para manifestarse después de las jornadas laborales. 

Según recuerdo, para resguardar la integridada de los manifestantes, en Bratislava se movilizó una organización llamada Verejnosť proti násiliu, cuyo nombre se tradujo al español como Ciudadanos contra la violencia. Al llegar a casa de T., la conversación prosiguió y sus hijos y esposa (de entonces), se involucraron para contarnos su experiencia en las marchas. Los chicos sacaron broches con el nombre de la asociación y me regalaron uno, que desde entonces y hasta el último día de mi estancia llevé en mi chaqueta. 

Envueltos en la dinámica de nuestra vida estudiantil en Kiev, nos resultaba complicado comprender y aceptar que un cambio político tan grande hubiera surgido después de más de dos semanas de protestas pacíficas. Creo que esto se debió, de mi parte, a la costumbre de ver los asaltos sin sentido que cometían los estudiantes de la Universidad Autónoma de Puebla (hoy BUAP), mi experiencia consistía en verlos protestar de manera beligerante por temas que no concernían a la universidad, más bien al sindicato de Volks Wagen. Eso sí, asaltando camiones de refrescos, papas fritas y quemando camiones de transporte local. 

Por su parte Valery vivía en un régimen política e ideológicamente represivo, tanto que entre los mismos estudiantes se fomentaba la denuncia incluso, por expresiones críticas contra Fidel Castro y el gobierno de su isla. Creo que, en el fondo, Valery y yo permanecimos incrédulos de los logros que los eslovacos creyeron alcanzar...











13 de noviembre de 2018

Martes de blog, martes recargado...

Por Fabiola Martínez

Agosto es el mes de mi última publicación, ya entrando a la recta final de los relatos de este blog, las disyuntivas de mi vida me obligaron a postergar este adorable ejercicio de memorias. En estos meses, como hace treinta años, aposté por un proyecto lleno de incertidumbre que forma parte de mi pasión: hacer contenidos de libros de texto para educación secundaria. Sólo que ahora, las consecuencias de tales apuestas cobran una factura muy cara, es el precio de perseguir sueños... Pero ya estoy de regreso para contar cómo fue mi vida en diciembre de 1989. 

Valery y yo organizamos una visita a Bratislava para pasar las fiestas de fin de año con la familia materna de él. Antes de viajar yo debía concluir el semestre y adelantar mis exámenes, además, ya teníamos fecha para la boda y comenzamos a preparar los trámites necesarios. Así que no tuve ni tiempo ni cabeza para enterarme sobre las últimas noticias relacionadas con las consecuencias de la caída del muro de Berlín. Sin embargo, la Europa Oriental continuaba agitada. 

La noche del 21 de diciembre de 1989, Valery y yo viajamos a la estación de trenes de Kiev y pasamos allí la noche, de esta forma nos aseguramos de estar puntuales en el tren que nos llevaría a Bratislava. Aunque contaba con la seguridad de un boleto, una visa y un hogar en mi residencia, todas las terminales del mundo son inseguras y pasar la noche en vela o alternando roles para cuidarnos daba miedo.  

Una vez que las personas contamos con el calor de un lugar seguro, el panorama nos cambia. Así que no tuvimos reparo en echarnos a dormir con rapidez ya estando en el camarote del tren. Al levantarnos, nuestros compañeros nos dieron la bienvenida y nos convidaron té negro con pan, una delicia. Era una pareja de adultos robustos, veteranos de guerra, que estaba haciendo un recorrido en diversos países de Europa del Este para encontrarse con sus compañeros de trinchera. 

Ellos comenzaron a preguntarnos nuestra opinión sobre lo sucedido con la caída del Muro de Berlín y la posibilidad de la unión de las dos Alemanias. Como muchos pensábamos en ese tiempo, les comentanos que la unificación nos parecía un asunto difícil de resolver dadas las condiciones de vida impuestas por el antagonismo generado por el capitalismo vs. socialismo o viceversa. Para sorpresa nuestra, la pareja nos reveló que, en efecto, eran veteranos de guerra pero habían formado parte de la resistencia alemana contra el fascismo. 

Valery y yo nos miramos con asombro...

- ¿En verdad son alemanes?
- Sí, ¿por qué la sorpresa?
- Porque hasta donde sabemos la URSS derrotó a Alemania y se nos hace raro saber que existen alemanes amigos de los soviéticos. 
- No sólo somos amigos de ellos, estamos viajando para  encontraremos con nuestros camaradas eslovacos, junto a ellos formamos parte de la resistencia, éramos casi unos niños, pero todos nos involucramos. La Segunda Guerra Mundial fue algo terrible para todos. 
- Bueno, ¿y ustedes qué piensan de la situación de su país?
- Nosotros tenemos miedo, no sabemos qué va a pasar, la mayor parte de nuestra vida ha sido en un país socialista sin relaciones con la otra Alemania. No nos imaginamos cómo puede ser la vida. 
- Lo poco que sé -dije yo-, es que los jóvenes de las dos Alemanias están contentos, pero que existen jóvenes en la parte Occidental que forman parte de grupos con tendencia fascista. 
- Es verdad, y ese es uno de los temas que nos angustia. Hoy, en ambos lados del muro te puedes encontrar jóvenes que admiran a Hitler y nos horroriza su falta de conciencia, ¿por qué no entienden que lo que hizo ese monstruo fue horrible?
- Seguro es rebeldía. 
- No importa el motivo, lo relevante es lo que sucederá si nos unimos, nuestra parte, el Este, tiene muchas desventajas con respecto a Alemania occidental. Tenemos mucho atraso industrial, en el tema de la vivienda y el nivel de vida es muy distinto...
- No tenemos idea de cómo es la vida en ninguna de las Alemanias, -les dijimos. 
- Tenemos miedo de que nos sometan con el argumento del atraso, nos da miedo que nos traten como alemanes de segunda...

Valery y yo no sabíamos qué contestar, tal vez la pareja se daba cuenta que con su charla nosotros nos estábamos enterando de la incertidumbre que vivía gran parte de la población alemana. Nunca antes me había planteado lo que un adulto maduro sí. Decidimos preguntarles sobre su forma de vida, lo que hacen y sienten, dejarlos hablar sobre sus dudas y miedos fue la mejor manera de aprender y de comprender el peso real de un suceso que, hasta ese momento, lo habíamos visto de reojo, como si no nos afectara. 

Las 30 horas de viaje en tren fueron maravillosas para mí, sólo hasta ese momento comenzaba a tomar conciencia de la dimensión histórica que me había tocado vivir. Tal vez desde entonces me quedó claro que en algún momento de mi vida, compartiría mis vivencias. La Europa que yo conocí en ese tiempo, tenía una idea más clara del significado de una guerra, del horror de perderlo todo, de huir y esconderte para ganar un día de vida, quizás. 

Los horrores de la guerra continúan en otros puntos del planeta, Siria, Somalia... Quienes alguna vez fueron víctimas, hoy son victimarios, ejemplo de ello son las acciones de Israel contra Gaza. América Latina vive nuevas formas de guerra, México a través del crimen y a las enormes cantidades de armamento que entra a mi país desde la casa de mis vecinos del Norte. Centroamérica con la violencia o pobreza extremas en puntos muy ácidos.

El 4 de noviembre fui testigo de un suceso que jamás imaginé. Mi hijo y yo salíamos de mi pueblo para tomar la autopista hacia Ciudad de México y justo en el entronque vimos a una multitud de hondureños pidiendo "aventón" o ride a los autos que nos dirigíamos para la capital. Se trataba de integrantes de la conocida caravana de migrantes que han caminado parte de nuestro continente para tener otra vida, quizás. 

Leer noticias sobre la "caravana" es una cosa, ver los rostros de esa gente me cambió  la perspectiva de la vida, lo que ví no eran personas, sino fantasmas. ¿Hasta dónde son capaces de llevarnos los dueños del mundo?, ¿qué le espera a mi país tan lleno de incertidumbre e ignorancia? 

Estoy conciente de que las teorías de conspiración de quienes movieron a la caravana tienen sus fundamentos, no obstante, como ser humano y como la persona errante que he sido, sé que no es fácil ser migrante, mujer y latinoamericana, como no es fácil caminar por el mundo sin la certidumbre de llegar a un techo que te resguarde, a beber algo caliente y gozar de la charla y camaradería de la gente que lleva el mismo camino que yo. Las personas de "a pie" somos presa fácil de la demagogia local o global. 

Mis dos deseos antes de concluir esta entrega son: que mis hermanos centroamericanos no mueran en el camino y que su elección de dejarlo todo no sea peor, aunque, ¿qué se hace cuando ya se ha perdido todo? En mi humilde opinión, lo peor que puedes hacer es quedarte inmovilizado. 


10 de julio de 2018

¡La última y nos vamos!

Por Fabiola Martínez

La tradición oral cuenta que hay tres mentiras clásicas de los mexicanos: "Mañana te pago", "nada más la puntita" y "la última y nos vamos". A pesar de que esas frases sí forman parte del comportamiento generalizado de la población, existen momentos de la vida en los que las experiencias con el  alcohol son tan desagradables que, al menos mi caso, me llevó a tomar una decisión importante.

Como ya les había contado, en la habitación de la resdiencia 3 que compartí con Valeri, hubo una fuerte presencia de vietnamitas con las que el resto de  extranjeros de ese bloque tuvimos complicaciones de adaptación cultural, situación que tuvo un lado positivo porque en poco tiempo, mis relaciones de amistad con los compañeros de Marruecos se hicieron muy cercanas, sobre todo porque, extrañamente, Valeri se llevaba muy bien con esos chicos, por cierto uno fue de mi grupo y era (o es) un hombre muy inteligente.

Además de su inteligencia y carisma, mi compañero Murad tenía ese don divino de cocinar delicioso. Siempre me pregunté cómo le hacía para lograr excelente sazón en una ciudad donde cada día era mayor la escasez de productos. ¡Dios!, todavía recuerdo el delicioso aroma de su comida...

Un fin de semana, Murad y su compatriota nos invitaron a comer. Fue un sábado encantador porque conversamos mucho sobre muchos temas interesantes, como  las tradiciones culturales y las hermosas medinas de los anfitriones, además de resaltar el exquisito sabor de sus guisos.

Como casi siempre me solía pasar, también hablamos del muy famoso "chile mexicano" o salsa picante, para mi asombro, me enteré que los marroquíes disfrutan comerlo. Fue por eso que corrí a mi cuarto y saqué de entre mis tesoros, una de mis deliciosas latas de chile chipotle marca "La Morena". En cuanto percibieron el aroma, Murad y Mohamed lanzaron su tenedor sobre la lata y les encantó; tanto que entre los dos se comieron todo lo que había en la ella, como si se tratara de duraznos en almíbar.

Para acompañar el pescado tomamos vino, pero se terminó y Valeri sacó un poco de vodka... que también nos terminamos  pronto,  entonces recurrimos a la cerveza. Pero no teníamos bebida en grandes cantidades, precisamente por lo poco que teníamos empezamos a combinar lo que fuera y ese fue mi error...

Yo estaba acostumbrada a tomar vodka, los fines de semana de invierno nos sentábamos a conversar y siempre había vodka que duraba tanto como la conversación y resultaba una experiencia agradable. Pero ese sábado en especial, entre conversaciones y tragos empecé a sentirme mareada de una manera  inusual. A pesar de eso seguía compartiendo porque la convivencia estaba tan, pero tan amena e intercultural que no podíamos parar de hablar sobre las costumbres de unos y otros países, siempre con respeto absoluto de nuestras formas de vida.

Valeri estaba animoso y quiso mostrar sus fotos a los marroquíes, quería presumir las playas cubanas y, por supuesto, presumir el brillante sistema político de su Isla. Así que invitó a Murad y Mohamed a nuestra habitación. Al calor de tantas alegrías sacó una botella de ron Havana Club 7 años, que yo le había traído del aeropuerto cubano. En lo que nos acomodamos y abrieron la botella, llegaron a visitarnos Riita y Fausto (Finlandia y Nicaragua), también estaban de fiesta porque había llegado de visita Belinda (Perú). Con Fausto llegó Joel, un hermano nica de la facultad preparatoria (PODFAK) a quien pocas veces veía.

Mientras bebía lentamente mi primer trago de ron, Joel le contó a Valeri que había sido mi pretendiente en la PODFAK, cosa que yo ya había olvidado y que nunca pensé que fuera un interesante tema de conversación para un primer encuentro entre mi prometido y mi amigo. Los hombres son un misterio para mí...

Mientras Valeri le sacaba la sopa a Joel, yo iba a tomar mi segundo ronda de ron, apenas mojé los  labios y me sentí fatal.

-Me siento mal-. Dije a todos, pero creo que nadie me escuchaba. -Me siento mal, insistí y tomé con fuerza el brazo de alguien.

Todos se levantaron de la alfombra y me levantaron. Reunidos en la cocina, empezaron a analizar lo que me estaba pasando y lo que se debía hacer al respecto.

-Debe respirar aire fresco- Dijo Mohamed, y me sacó al balcón de la escalera de emergencia sin abrigo y con unos 5 grados bajo cero.
-Tengo mucho frío y me siento mal- Seguí insistiendo.
-Tiene que vomitar, dijeron Fausto y Joel, y me llevaron a los lavabos.

Ya en el baño comunitario, frente al lavabo y con un enorme público que me apoyaba, intenté hacer lo imposible: vomitar. Eso es algo que no puedo hacer nunca, no al menos por voluntad propia. Entonces alcé la cabeza y miré a mi grupo de apoyo y les dije.

-No puedo vomitar y me siento mal-. E insistí en meter  mi dedo a la boca para tocar mi paladar.
-Valeri, hay una técnica para hacerla vomitar, sólo tenés que estimular su estómago.- Dijo Fausto.

Valeri se colocó detrás de mí y empezó a aplicar la técnica, pero lo estaba haciendo mal. Entonces Fausto se colocó detrás de Valeri para explicarle cómo debía masajear mi estómago. Mientras esto sucedía las vietnamitas entraron al baño y salieron con rapidez y cara de susto. Según me contaron los demás.

El show del tren masajeador tuvo que detenerse, porque Fausto estaba haciendo vomitar a Valeri y yo simplemente no daba una. Todos acordaron que lo mejor era acostarme con muchas almohadas y cuidarme. Después de que me acostaron no recuerdo lo que pasó con exactitud. No sé a qué hora se fueron todos, qué pasó después. Aunque tenía pavor de dormir, no pude evitarlo.

Al día siguiente me fueron a visitar mis vecinos y amigos Fausto, Riita, Belinda y su novio. Creo que también fue Natalia. Los atendió Valeri, yo seguía en cama con un dolor de cabeza de "puta su madre", nunca he vuelto a sentir  un dolor y un malestar así... Creo que los nicas se quedaron preocupados, dijeron que palidecí mucho, algunos creían  que fue por toda la mezcla que bebí, otros dijeron que fue el frío del balcón.

De lo único que sí estoy segura es que les aseguré que nunca más volvería a emborracharme y que jamás mezclaría bebidas. Y es verdad, hasta la fecha sólo consumo un tipo de bebida y de preferencia sin refresco alguno. Prefiero el tequila y el vino tinto, el vino blanco me gusta más pero creo que sí me provoca resaca, a lo que en México llamamos "cruda".

De unos años a la fecha prácticamente no he tenido oportunidad de convivir en una buena charla y beber algún tequila. Quizá por la falta de costumbre o por la edad, mi cuerpo tolera poco. Pero en mis tiempos de estudiante universitaria tomé todo el vodka que la vida tenía reservado para mí y para otras diez personas más, así que la vida y yo estamos a mano. Aunque puedo correr el riesgo de caer en la tentación, pues aún no he gastado todas mis oportunidades de decir: ¡La última y nos vamos!

26 de junio de 2018

El siglo XX termina en Berlín (parte 1)

Por Fabiola Martínez

En esta semana me enteré que el gobierno de Hungría censuró la puesta en escena de una obra llamada "Billy Elliot", misma que, independientemente de abordar el tema de un bailarín adolescente, refleja la intensa crisis que vivió la clase obrera británica con el cierre de las minas de carbón. Si lo que se dice en el diario "El País" es cierto, lo que hizo la población de Hungría para quitarse de encima un régimen represor en 1989, ahora está llevando a su propio país al extremo contrario que, al final de cuentas, es la otra versión de la represión y el totalitarismo. 

Notas periodísticas como la mencionada me llegan en lo más profundo porque, a mi parecer, los logros de Hungría a finales de los 80, inspiraron a Alemania del Este para dar un paso tal, que cambió el destino del mundo...

Una tarde de noviembre, en un estado de exaltación, euforia e incredulidad llegó a visitarme Susana, la mexicana tapatía que vivió conmigo el curso pasado. 

-Fabiola, ¿ya te enteraste?
-¿De qué? -Le respondía sin mucho entusiasmo.
-Anoche los jóvenes empezaron a derribar el Muro de Berlín. 
-¡Estás loca, eso es imposible!
-Todo mundo habla de eso y vine a verte para que vayamos juntas a Berlín.
-¿Estás loca? Estamos en pleno curso, no sabemos si es cierto lo que está sucediendo y tampoco sabemos si es seguro, si entrará la policía... Además no puedo faltar a clase porque pedí adelantar exámenes para irme a pasar navidad con la familia eslovaca de Valery, estamos preparando la boda. 
-Fabiola, no te entiendo, ¿te perderás de estar en el lugar y en el momento de la historia del mundo? En verdad cómo me cae mal tu novio, ya sé que no cuento contigo. De todas formas iré.
-Susi, por favor cuídate mucho, si es verdad lo que dices, entonces puede ser muy peligroso para ti. No quiero defraudarte pero la verdad es que no creo que el muro vaya a caer. Por favor vamos a vernos cuando regreses. 
-Está bien, yo te busco. 

Susana fue a Berlin exactamente para ser parte de esa aventura que a mí me parecía inverosímil. Estuve atenta de su regreso porque tenía miedo de que le pasara algo. Nos vimos enseguida y todavía recuerdo como si fuera hoy, la expresión de sorpresa y plenitud que tenía su hermosa carita. 

-Fabiola, no tienes idea de lo que te perdiste. 
-Creo que lo sé, estuve preguntando por el asunto del muro y tú estabas en lo cierto. Todos rumoran que Alemania se unificará y yo ahora creo que todo puede suceder. ¡Pero cuéntamo todo por favor!
-Llegué a Berlín con un par de amigas que viajaron en tren conmigo. Enseguida nos fuimos al muro. El lugar estaba lleno de jóvenes de las dos alemanias, los chavos cantaban, se abrazaban, tocaban la guitarra, tomaban, fumaban... Era como un enorme campamento. El muro tenía muchos hoyos y la gente seguía turándolo con picos, otras personas sólo hacían grafiti. 
-¿Sentiste que había algún peligro para tí?
-Yo me sentía muy emocionada por lo que veía, hasta me senté a tomar una cerveza con los chavos que estaban allí. Todos compartíamos, no puedo decirte si algo estaba bien o mal. Yo sólo me dejé llevar por lo que sucedía. Por cierto, mira, me traje un trozo del muro. 

Entonces Susana me enseñó un pedazo de concreto con algo de pintura de grafiti. Era un trofeo bien merecido; fue audaz y supo comprender el alcance que implicaba este suceso. ¿Me arrepiendo de mi decisión?, ¡claro que sí! Aunque la vida me recompensó con otras vivencias, esa fue controvertida y determinante. 

Ahora regresaré al inicio de este relato: el papel de Hungría. Ya en mi vida adulta en México he aprendido e investigado los sucesos de la historia de la que formé parte y por ello me enteré que los húngaros, al ver los cambios que vivía la URSS gracias a las señales de radio o televisión que llegaban desde Austria, se animaron a preguntar a Gorvachov si ellos podían iniciar sus propias reformas. Éste les contestó que sí y les aseguró que su gobierno no intervendría militarmente como lo hizo en 1968. 

Entiendo que en el verano de 1989, los húngaros se acercaron a la frontera y nadie les disparó. Después cortaron algunas de las alambradas que los separaban de Austria, y nadie los mató o los llevó presos. Entonces se animaron a entrar caminando al país vecino y se dieron cuenta que podían pasar y pasear en Austria sin ser detenidos por nadie. 

De lo anterior, se enteraron varios alemanes que vacacionaban en Hungría y aprovecharon la coyuntura para reunirse con la familia que había quedado al otro lado del muro, en la República Federal Alemana. Fue así como los alemanes del Este, comenzaron a organizarse para gestionar visitas y tránsito libre a la otra Alemania, con el enorme temor de perder la vida, pues todavía estaba vivo el recuerdo y la deuda que Alemania tenía con toda Europa y el mundo por la Segunda Guerra Mundial. 

Ahora que retomo la recta final de estas entregas, me doy cuenta que mi siguiente escrito será publicado después de que México realice elecciones presidenciales y de la Cámara de Senadores. Veo, con tristeza, cómo el populismo gana un lugar protagónico no sólo en América, sino en Europa, espacio geográfico que a tantas naciones invadió para imponer "la democracia" y su idea de "civilización". 

Desde mi perspectiva, pareciera que los dueños del mundo ahora usan como bandera la antiquísima y fracasada idealización de la "izquierda" o del pseudo socialismo para empoderar a candidatos que generen intolerancia, racismo, exclusión, muerte y destrucción de los sitemas económicos que hemos construido. Lo que más me pesa es que el pueblo se ha convertido en su propio verdugo aquilatando su ignorancia por encima del juicio crítico. 

En fin, veamos qué decide la mayoría de los mexicanos el fin de semana. Le deseo la mejor de las suertes a las personas de Sudán y Nigeria que huyen de la precariedad hacia Europa; de igual manera deseo que Europa salde la deuda histórica que tiene con África y Medio Oriente, consecuencia de su colonialismo rapaz.

https://elpais.com/cultura/2018/06/22/actualidad/1529666535_621124.html

1 de mayo de 2018

Cuando el más ciego es quien no quiere ver...

Por Fabiola Martínez

Siempre que transitaba Moscú-México-Moscú, tenía la sensación de viajar entre dos mundos por la diversidad cultural, económica e ideológica, principalmente. Sin embargo el curso de los acontecimientos cotidianos del otoño de 1989 se dejaba sentir haciendo cambiar esa forma de vida a la que me habitué. 

En cuarto año dejamos atrás las visitas a escuelas y tuvimos nuevas asignaturas, una de ellas fue Economía, el primer semestre abordaba la del socialismo y el segundo la del capitalismo. Tuve la fortuna de contar con una joven y talentosa profesora (además de bonita), que contrastaba con un numeroso grupo de profesores de avanzada edad, que solían impartir Historia, Ética, Estética y Filosofía. La mayoría de ellos habían sido veteranos de la II Guerra Mundial. 

Con esa profesora la glasnost y el ímpetu de la juventud se dejó sentir. Por primera vez una profesora no sólo impartía magistralmente su asignatura (como lo hacían todos), sino que se permitía exponer puntos de vista propios, lo cual dejaba a todo el grupo con la boca abierta y con la posibilidad de tener una verdadera interacción maestro-alumno. 

Al exponer la Economía del socialismo expuso los resultados de su investigación y explicó por qué ella se inclinaba a creer que dentro del socialismo sí existían las clases sociales. La respuesta de todo el grupo fue aplicar una frase coloquial: ¡здравствуйте! (que se traduce como ¡Hola!, el equivalente de un ¿hello? que los mexicanos empleamos como triste remedo de la cultura estadounidense)

Con tal expresión popular quisimos expresar a nuestra maestra que eso ya lo habíamos visto y lo teníamos claro. Sólo ellos se resistían a verlo, o no podían o no sabían cómo, sin embargo ya se hacían escuchar otras voces. Era evidente que sus colegas no estaban cómodos con esa libertad y menos viniendo de una mujer, pues por mucha novedad que haya traído la Revolución de Octubre, en la sociedad soviética nunca hubo una educación para la igualdad entre sexos. Creo que se pensó que venía de facto.  

Los programas de televisión también empezaron a mostrar signos de apertura. Recuerdo que se hicieron muy populares los programas de videntes, de buscadores de espíritus, de otras formas de vidas y hasta de cierto esoterismo. Había un vidente que tuvo mayor raiting y todos lo comentaron en el grupo, en la ciudad y puedo aventurarme a decir que en el país entero. 

Mis compañeros de grupo y muchos de la residencia decían que podían sentir la influencia de ese personaje. Yo no tenía televisor y recuerdo que el morbo me carcomía. Lo conversé con Valeri y sin muchas dificultades lo hice acompañarme a mirar el programa donde, "supestamente", nos hipnotizaría a todos. Honestamente yo no sentí nada, pero quizá fue por la plétora de sandeces que decía Valeri. 

A partir de la curiosidad que me causaron los cambios que veía en la televisión, de vez en cuando iba a verla con Inna o Riita. De lo poco que pude captar en las noticias, me llamó la atención lo que se decía de Alemania del Este, que al parecer quería tener la posibilidad de realizar su propia Perestroika. En Polonia el Movimiento Solidaridad y Lech Walesa ganaban terreno cada día más, pero eso ya no era noticia nueva, porque llevaban años en su labor. 

Mientras eso sucedía, los cubanos seguían maldiciendo lo que sucedía en los países del bloque socialista. De ellos Valeri era un gran entusiasta. En ese tiempo teníamos mucha relación con un polaco y tres checoslovacos de KIIGA a quienes Valeri quería convencer de que el camino correcto era el de su Comandante en Jefe. Recuerdo que en esos largos debates, yo sólo escuchaba, pues no tenía experiencia en lo referente a ser parte de un Estado del bloque. 

En ese afán del "necio" que bien describe Silvio Rodríguez en su canción panfletera, Valeri defendía lo indefendible, tanto que citó los tan cacareados avances médicos que Cuba dice tener (los cuales, me consta, no existen). Y empezó a decir a los amigos que en su país eran tan eficientes que ya habían controlado el contagio del sida. 

-¿En verdad?, ¿el mundo entero no sabe qué hacer y Cuba lo resolvió?- preguntó alguno de ellos. 
-¿Y cómo lo hicieron? se fueron al siglo XXII?- Pregunté con ironía. 
-No, se les da atención en un lugar especial. 
-¿A todos?- Volvió a preguntar otro. 
-Sí, a todos. -respondió orgulloso Valeri, como saboreando su triunfo. 
-¿Y cómo saben quienes son los enfermos? -Volví a preguntar.
-Pues se están aplicando pruebas a todos, como acá, y si alguien sale positivo, se le lleva al centro médico. También se hace una búsqueda de la cadena de personas con posibles contagios y también se les lleva. 
-¿Quieres decir que no les preguntan si es su deseo ir, sino que los llevan a la fuerza?
-Claro que sí. 

Todos quedamos congelados, de por sí ya nos parecía un atropello el que nos obligaran a realizarnos exámenes cada semestre. Y que a los africanos se les aplicaran dobles exámenes. A pesar de que en esa época el tema de los derechos humanos no era un asunto de la Agenda internacional ni nacional como lo es ahora. Todos teníamos claro que forzarte a un encierro por ser portador de VIH o tener sida era una falta grave del sistema socialista. 

Claramente se veía que, mientras un grupo de países  luchaba por reinventarse, Cuba tiraba con gran fuerza al extremo opuesto. Pero yo imaginaba que, como mínimo, mi vida en Cuba sería como en Kiev, sin embargo las ideas casi nunca corresponden a los hechos. La realidad estaba llamando a mi puerta, pero no le abrí porque estaba muy ocupada pensando en mi próxima boda...

Darek, Fabiola y Valeri, escuchando la trova sobre cómo violar los derechos humanos. 

Charla, comida y bebida, en la habitación 817 del edificio 3,
del Instituto de Lenguas Extranjeras de Kiev.

17 de abril de 2018

Cuando de nada nos sirve rezar. Caminante no hay camino. Se hace camino al andar (A. Machado)

Por Fabiola Martínez 


Yo tengo tanto hoy para hablar
que con palabras no sé decir
como es grande mi amor, por ti. 

Ciertamente tengo tanto que escribir y no sé cómo empezar, mis emociones me tienen vibrando. Quiero hablar del amor filial y del amor fraterno. Dos tipos de amor tan profundos e importantes en mi vida que me han marcado para siempre. 

Hace 10 díaz, como cada año desde el 2012, recordé a mi hermano Adolfo por su aniversario luctuoso, como muchos saben, su influencia fue determinante para tomar mi camino hacia la URSS. Mientras lo pensaba vino a mi mente la hermosa canción de Vinicio Moraes: 


[...] Quero voltar aquelaVida de alegriaQuero de novo cantar [...]

Con el paso de los días tomé esa letra de Vinicius como el ritmo que marcaría mi semana, cantando y bailando a ritmo de bossa. Estaba determinada a dar otros pasos para dejar ir mi pesar. Pero la vida, el destino, Dios o lo que sea y que es tan generoso conmigo, tenía algo reservado para mí.
El lunes 9 de abril del 2018, por la tarde o ya casi de noche, recibí una de las noticias más alegres de los últimos años, una solicitud de amistad de mi amiga Amal, de la que tanto he escrito con profunda desazón.

Cuando ví su solicitud en el bendito Facebook, guardé la calma y me dije: ¿quizá la he buscado tanto que quizá el perfil de alguna Amal Shahin se contactó conmigo. Oprimí el botón de "aceptar" y lo dejé para el siguiente día. Sin embargo, a las 5 de la mañana recibí un mensaje de mi querida amiga Isa Morais diciéndome que había encontrado a nuestra Amal. ¿Es un sueño?
Sé que me resistía a creer que tanta dicha me estuviera pasando porque, a pesar de la dicha del Facebook, ¿cuántas Amal hay en el mundo?, ¿en otro idioma y en otra cultura?

Pero el día martes fue EL GRAN DÍA. Amal inició una video llamada... Su voz, seguía siendo suave y llena de dulzura, sus ojos, toda ella era y es, mi Amal.

¡Dios!, qué dicha tan grande, hablamos un largo rato, aunque nunca lo suficiente. Sobre todo porque llevo muchos años sin hablar ruso. Pero la necesidad y el deseo impulsan, tanto, que logramos saber una de la otra... Cosas de mujeres, ¡y lo que nos falta!

Como suelo hacer cada vez que encuentro a alguien del Instituto de Lenguas Extranjeras, pregunté por Rashid y Jamal (al que yo he llamado Djamal). Así sin más me dijo que estaba en contacto con Rashid, pero que no sabía nada de Jamal. Rashid estaba bien y con una hermosa familia, como la de ella: "Búscalo habibi, está entre mis contactos, le dará mucho gusto saber de ti". Y luego me indicó la manera de localizarlo por su nombre y apellidos.

Mientras vivía el embelezo de volver a ver a mi amiga del alma, las noticias en el Face no dejaban de hablar de la comparecencia de Mark Zuckerberg ante el Congreso, al mismo tiempo que yo enviaba una solicitud de amistad para contactar a Rashid, mi amigo de Gaza. Para suerte mía él aceptó de inmediato, aunque por la diferencia de horario sólo pudimos escribirnos textos.


Isa, Fabiola y Jamal.
El miércoles por fin establecimos una video llamada. Creo que la suma de emociones ligada al hecho de hablar con un ser humano que habita en un campo de refugiados me dio un golpe de realidad que no puedo describir. No era cualquier persona de las noticias, era mi amigo, mi hermano, mi sangre, compañero y confidente de cuatro años. NO LO PODÍA CREER, esa magia de la comunicación no tiene parangón.

Ese miércoles tuve la suerte de saber que Rashid tenía entre sus contactos a Jamal. Tan pronto lo supe empecé a preguntar por él, y por Murad, Basem y Mohamed, nuestro siro. De todos supe algo, menos de Mohamed. Rashid me propuso contactarse con Jamal para avisarle de nuestro encuentro, entre la emoción y la cautela de no interferir con la vida personal de nadie, esperé impaciente a tener noticias.


Jamal, Fabiola, profesor y Rashid.
Para el jueves que volví a ver a Rashid, decidimos que yo contactaría a Jamal y eso hice. En muy poco tiempo tuvimos contacto y pudimos vernos a la cara después de casi treinta años de no saber el uno del otro. Ambos estábamos tan felices... Simplemente no lo podíamos concebir. Estábamos a miles de kilómetros de distancia y parecía que podía extender la mano y tocarlo. Me alegró mucho ver feliz a Jamal, lleno de vida y con una hermosa familia

Al terminar la video llamada me dije mirando al cielo: Mark (Zuckerberg), gracias, sé que tu negocio es vender mis datos, o los de éste y aquél (nada que no haya hecho antes mi propio gobierno), pero este renacer que me dio tu negocio, no tiene precio y no lo cambio. 

El golpe de realidad llegó el sábado. Tuve que parar de trabajar para darme la oportunidad de sentir... En resumen puedo decirles que, a lo largo de la semana pasada, renací en tres ocasiones. Y no es porque haya sido menos afortunado encontrar a mis otras amigas y amigos , al contrario, fue grandioso ver a Natasha, Riita, Belinda, Franki etcétera, etcétera. 


¿Saben cuál fue la enorme diferencia? Una parecida a la que existe entre la vida y la muerte. Así de rudo ha sido para mí. ¿Por qué razón? Simplemente porque sabía que el resto de mis amigos eran occidentales o del tercer mund menos golpeado: América Latina. No así mis amigos de Medio Oriente. En los casi 30 años de no vernos, pasaron muchas guerras, invasiones, bombardeos y todo aquello horroroso que ya conocemos. 

En ese espacio donde dejé fluir mis sentimientos, me percaté que no hay peor incertudimbre que no saber  de la vida de alguien amado. Por ejemplo, yo amo profundamente a mi hermano Adolfo y saber dónde está su tumba forma parte del proceso de aceptación. Ese "lugar" es el principal referente de una certeza: Nunca jamás lo volveré a ver.


Sin embargo, en muchas de mis entregas del blog, así como en la vida cotidiana, Amal, Rashid, Jamal y Mohamed han estado en mis pensamientos. En lo profundo de mi ser siempre guardé una esperanza, y fue ella la que me provocaba incertidumbre pero al mismo tiempo un anhelo. Gracias a la vida los encontré justo en la semana de tanto ajetreo por el infame bombardeo a Siria. Situación que contribuyó en mucho a replantearme la vida. 



Fabiola, Jamal y Mohamed. 
En este ir y venir de sentires y vivencias tomé consciencia de otro hecho, de aquella época en la que sólo sobrevivía sin saber cómo vivir. Sucedió cuando recién llegué a México y tuve que dejar a mi hijo en casa de mamá para buscar trabajo y sacar adelante la vida. Fue un tiempo donde surgieron otros rompimientos dolorosos pero necesarios. 

En aquel entonces, mi compañero de caminatas, de charlas de arte y estética, no sólo me ayudó a mirar en mí y en el sentido de mi belleza, esa persona me trajo a la vida sólo por el hecho de acompañarme a caminar, de respetar mis puntos de vista y de compartirme sus conocimientos. 


Perdí a ese gran amigo en mi terco afán de seguir invirtiendo tiempo y esfuerzo dando cariño y atención a alguien que no lo deseaba. Como lo hice cuando dejé Kiev sin despedirme de nadie para ir a dar a la boca del lobo: Cuba. Pero otra vez  Facebook me rescató y hace años mi amigo y yo pudimos encontramos y para trascender hasta compartir la vida.

Creo que muchos de  los que vivimos en la antigua URSS habrán vivido situaciones similares a las que les platico hoy, como también estoy segura que extrañan y piensa a aquellos amigos y compañeros que caminaron junto a ustedes.

Con la madurez y la edad creo que todos hemos aceptado el hecho de que el tiempo no regresa y, si somos afortunados, buscamos la oportunidad de compartir nuestro cariño con las amistades que convertimos en familia. Porque como dice Antonio Machado: 


Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

PD. Quizás algunos se dieron cuenta de la banda sonora de esta entrega, por si acaso, les dejo los enlaces de las canciones que rondan en mi mente al mismo tiempo que escribo estas líneas. 









27 de marzo de 2018

La vida es lo que pasa mientras haces otros planes (parte 2)

Por Fabiola Martínez Díaz

Tocó mi turno de obsesión. Considerando que al inicio del Otoño los jardines de Peterhof aún estaban abiertos, sugerí a mis amigos regresar, sobre todo, porque estaba decidida a no perderme las imágenes de tan maravillosos jardines y estatuas. Fue por eso que guardé como  tres cuartas partes de un rollo kodak a color de 36 exposiciones que llevé desde México.

Salimos de la residencia de Martha y Víctor hacia la terminal de trenes desde donde salía la electrichka hacia el Palacio de Verano. Ese día en particular, hacía mucho viento. Al llegar a los Peterhof, volví a sentirme maravillada. El pasto aún era verde y en los jardínes había tulipanes.

Recuerdo haberle pedido a Víctor que me tomara las fotos en los lugares que más me gustaron y en los que no había visto en postales. Empecé a posar con Valeri a diestra y siniestra. El tiempo voló y nuevamente ni el horario ni las fuerzas alcanzaron para caminar todos los lugares. Ese día reímos mucho, jugamos con el agua que baja de la fuente principal y desemboca en el Golfo de Finlandia.

Entre más nos alejábamos del resguarde de los árboles, mayor se sintió el viento frío... Y húmero. Para cuando llegamos al muelle a esperar la lancha (a la que llamaban cometa), la sonrisa se nos borró por ese frío que calaba hasta los huesos.

Brincamos para tomar calor y no funcionó, dimos vueltas como en clases de educación física y tampoco. A alguien se le ocurrió formar círculos, de espaldas y de frente y sólo así logramos recuperar algo de calor. La lancha tardó en llegar, no sé cuánto porque cuando la estoy pasando mal, el tiempo se me hace eterno. Empezó a llegar más gente al muelle y nos faltó poco para pedirles estar juntos para obtener calor.

Finalmente la lancha llegó y fuimos los primeros en subir y, a pesar de estar dentro con más gente, simplemente no podíamos calentarnos. Nunca había sentido un viento así, tan penetrante y húmedo que calaba hasta los huesos. En el trayecto de regreso nadie habló, creo que ninguno quería gastar sus calorías. Sin embargo, yo pasé del éxtasis al asombro y pesar. Mi mente, mi mejor máquina de sabotaje, comenzó a preguntarse cómo serían las condiciones de vida de quienes construyeron la ciudad, todos los lugares que amaba de Leningrado.

Recordé aquella cabaña donde vivió Pedro el Grande, y todo tuvo sentido. Si Pedro vivía así era por practicidad y porque no había mucho para donde hacerse. Era un lugar pantanoso, sobrevivir allí debió ser difícil. En ese momento no quise indagar, lo hice años después, y supe que para construir la ciudad hubo miles y miles de muertos.

Finalmente llegamos a nuestro destino y bajamos frente al Hermitage, pero no reparamos mucho en él porque todos queríamos tomar un té caliente o cocoa (era una especie de chocolate caliente sin leche). Luego de recuperar fuerzas y calor caminamos hacia la catedral de San Isaac, pues Valeri quería ver el péndulo de foucault.

Como ya no había horario de visita a museos o iglesias, caminamos por la zona, que en sí misma es un museo de anchas aceras donde se aprecia, ya sea la estatua a Pedro el Grande, o la de Pushkin, en la galería de arte y otras más.

El último lugar que visitamos fue la fortaleza de Pedro y Pablo, que además funcionó como prisión. Nuevamente pensé que los pobres presos debíeron haber muerto de frío, neumonía, tosferina o enfermedades similares; pues allí, en ese clima de Otoño, se respiraba humedad y las paredes se sentían húmedas. ¿Cuánto dolor cuesta hacerse de un imperio? Esa era mi pregunta constante.

Ahora que escribo esta entrega también pienso que lo mismo debió sucederle a quienes construyeron Versalles, o esos lugares de Europa tan concurridos y apreciados. No sé cuántas personas se hagan las mismas preguntas que yo. Pero quizás valga la pena hacerlo porque incluso ahora, las potencias luchan por hacer imperios que cuestan miles de vidas. Vidas que ponemos los más débiles en la cadena.

Valeri y yo regresamos a Kiev contentos con la visita. En la primera oportunidad que mi amiga Riita visitó Finlandia, le pedí revelar el rollo. Honestamente estaba ansiosa de verme allí, junto a esas majestuosidades. Para mi desgracia, todas las fotos de Peterhof se velaron, ¡por segunda vez! y las demás sí salieron.

Hasta hace poco pensaba que yo era la que tenía mala suerte con el lugar, hoy pienso que tal vez habilitaron la zona para que se velaran las fotos. Sigue siendo una duda, pues tampoco esa opción hace sentido porque el resto de las tomas sí salieron, menos las de Peterhof. Anhelo volver allá, espero que la vida me de la oportunidad de hacerlo. No se cuándo ni cómo, pero quizás lo logre.

Peterhof, con la flecha señalo la ubicación del muelle. Imagen cortesía de Wiki Commons.

Otra vista, al fondo el palacio. Imagen cortesía de Wiki Commons.
Algún día tendré mis propias fotografías. 

Catedral de San Isaac, Leningrado, hoy San Petesburgo.
Imagen cortesía de Wiki Commons.