18 de diciembre de 2018

Bratislava, ¡Acá sigo! parte 2

Por Fabiola Martínez

Los días transcurridos entre Navidad y año nuevo significaron, para Valery y para mí, aprendizajes sobre los procesos de "democratización" de los países del llamado "bloque socialista". 

Un sin fin de preguntas, respuestas y explicaciones transcurrieron entre Valery y su tío T., con su respectiva traducción, para que yo comprendiera todo.

La mañana del 31 de diciembre de 1989, Valery y yo observábamos la vista desde la ventana, desde donde se podía divisar la frontera con Austria.

-¿En verdad habrán quitado la frontera? -Mientras Valery me hacía esa pregunta el tío T. nos escuchó.
-Sé que están pasando libremente en la garita hacia Viena, yo ya pasé con la familia, pero no estoy seguro que hayan caído todas las alambradas. ¿Qué te parece si lo comprobamos?
-¿Cómo?
-Vamos caminando hacia allá, eso está no más de 15 minutos caminando. Pónganse sus zapatos.

Sin pensarlo dos veces nos calzamos y salimos con los dos primos pequeños de Valery. Según recuerdo, antes de la Revolución de Terciopelo, se había establecido un límite que no podía ser rebasado a pie por nadie cercano a la frontera.

Avanzábamos sin que nadie nos detuviera, y eso hizo crecer la confianza en el tío T., pronto vimos las cercas caídas. Yo jugaba dando un paso hacia un lado y hacia el otro de la cerca, imaginando algo así como: "ahora estoy en Eslovaquia... y ahora estoy en Austria".

Saqué mi cámara para tomar fotos y sólo alcanzamos a sacar la que comparto ahora...


En la imagen todos estamos sentados en una especie de enorme cruceta de madera que servía para sostener la alambrada. El punto señalado con una línea rosada muestra las torres desde donde los militares eslovacos cuidaban la frontera para evitar que la gente local cruzada hacia Austria.

Frente a nosotros, y a menor distancia, se encontraba una torre similar, desde donde venían a paso veloz dos militares con armas largas. No los vimos antes porque parecía que las torres de vigilancia estaban abandonadas.

Fue el tío quien se dió cuenta de lo que pasaba.

-¡Ey!, todos, sigan actuando igual. Valery, dile a Fabiola que por ningún motivo hable. Yo me haré cargo...
-Buenas tardes, ¿qué los trae por acá? -me quedé muda del miedo.
-Hola oficial, tomamos un paseo antes de la cena de fin de año.
-Llegaron muy lejos.
-Vivimos en el edificio de allá, como puede ver, estamos muy cerca. La verdad es que escuchamos que el gobierno quitaría la frontera y quisimos ver qué sucedía.
-Les sugerimos regresar a casa a festejar, -le dijo un militar al tío mientras le devolvía su documento de identificación-.
-Muchas gracias por la atención, de hecho ya íbamos a regresar. Feliz fin de año.

Con la velocidad propia de un paseo dimos la media vuelta y tomamos el camino de regreso actuando como si todo lo que acabamos de vivir fuera algo cotidiano. En el fondo nos acojonamos, ya que, en otra época  nos habrían disparado desde lejos antes de llegar al punto donde tomamos la fotografía.

Después del susto, hablé de la increíble experiencia de estar en dos países casi al mismo tiempo. También expresé mi deseo de conocer Austria. Así que tío T. organizó una salida a Viena el 1 de enero de 1990.

Pasar la garita de migración fue otra gran experiencia, pues también íbamos a riesgo. Los documentos de identificación de Valery eran cubanos, no eslovacos, por tanto habría requerido un permiso especial que, por cierto, migración eslovaca no pidió. A mí se me pidieron pasaporte y visa.

Una vez pasada la garita eslovaca, los austriacos ni nos voltearon a ver, T. dijo que no lo hacían porque sabían que los eslovacos ya habían hecho el trabajo duro, y si nos dejaron pasar fue porque no encontraron nada sospechoso, ¿para qué se desgastarían ellos?

Ya en suelo austriaco el paisaje cambiaba mucho, las construcciones de las casas eran diferentes. Llegando a Viena corrimos a la iglesia del centro, creo que se llama Santa Sofía. Caminamos por el andador turístico y vimos a lo lejos un palacio hermoso con grandes jardines. El dinero que yo llevaba sólo me alcanzó para comprar un café, el más caro de mi vida, hasta hoy.

En una de las calles centrales de Viena.

Los intrépidos, en Viena, 1ro. de enero de 1990.
Y a propósito del tema, del fin de año, de la Navidad, adjunto un escrito que me regaló Belinda, mi entrañable amiga y compañera de habitación.



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