13 de agosto de 2019

Te digo adiós, pero siempre te he llevado conmigo

Por Fabiola Martínez Díaz


Carlos y yo hicimos un largo trayecto en metro para trasladarnos del consulado mexicano a la casa de la familia Pilshikov. Yo era consciente de que esa ocasión era mi última vez en ese emblemático metro, así que me deleité con el diseño de las estaciones principales, también me adapté al cambio drástico de la realidad tangible de otras estaciones de metro menos afortunadas o más mundanas.

Como siempre, al salir de la última estación del metro, abordamos el autobús que nos llevó a conjunto habitacional donde estaba tantas veces pernocté, me alimenté y me sentí protegida. Ahora mismo la memoria me traiciona y no puedo asegurar que esa misma noche tomé el tren o si dormí en Moscú. Lo que sí recuerdo es haber comido kasha manaia, té negro, pan negro con mantequilla y una deliciosa sopa.

Mi vuelo a La Habana estaba programado para la media noche o iniciada la madrugada. En mis recuerdos remotos me veo en la habitación de Tania organizando mis maletas y verificando documentación y recibiendo refrigerios con bastante frecuencia...

Después de alistarme con ropa "cómoda" e improvisada para el viaje, mi gran barriga y yo salimos de la habitación para despedirme de los padres de mi amiga mientras Carlos enfiló mis maletas hacia la puerta. Los Pilshikov me abrazaron, pero la señora me susurró al oído: "te vamos a llevar al aeropuerto". Cuando pensaba que ya había recibido mucha hospitalidad de su parte, siempre tuvieron un poco más para darme.

El señor me miraba con cariño, tal vez con la mirada típica de las despedidas. Él hablaba poco conmigo y expresaba menos sus emociones, todo lo que se espera en un hombre educado en la sociedad patriarcal y totalitaria, era un hombre bueno que no tenía permitido expresar su sentir, tal como hasta hoy existen varones en todo el mundo.

Subimos al auto e inició el largo recorrido hasta el aeropuero Sheremitevo II. El trayecto fue silencioso, yo veía por última vez los paisajes y bosques de Moscú, capital de la URSS al mismo tiempo que pensaba: ¡Qué ganas tengo de largarme de aquí!

A mis 23 años, en mis pensamientos y fantasías (alimentadas en la confianza que dí a las descripciones de Valeri y sus amigos), estaba segura que me aguardaba una vida mejor. Así que, ¡sí!, me despedí con la mirada de la ciudad, del país y de esos cinco años de mi vida en aquélla nación que sin duda marcó mi vida de manera contundente.

Llegamos al aeropuerto y bajaron las maletas, mientras el señor Pilshikov aparcó el auto, los demás entramos al edificio para registrarme en la aerolínea, la emblemática Aeroflot. El momento definitivo de decir adiós tuvo lugar después de que todos se aseguraron que yo tenía todo listo para abordar sin verme en la necesidad de cargar nada.

Contenta, me volví hacia el señor y le di las gracias, lo abracé con profundo cariño y recibí un cariño similar por parte de él. La señora, mostrando un poco más de emoción, también me abrazó y me dio un beso. A Carlos lo abracé con mucha gratitud y cariño también, pero con esa ligera esperanza de que lo vería nuevamente o que por lo menos sabría de él. Pero no fue así. Hasta hoy sigo sin encontrarlo.

En la sala de espera tuve que aguardar no más de dos horas, en realidad fue corta la espera.

Cuando llamaron a los pasajeros al avión, mi interior gritaba, ¡por fin!... Ya en el avión, por mi condición física y por el espacio en primera clase, pude dejar la clase económica y estar en la sección de la "gente bien". Me recosté ocupando todos los asientos, pero antes, pedí a la sobrecargo despertarme para las comidas, que como siempre fueron soberbias, caviar y pollo en Moscú y algunas meriendas.

Literalmente en un abrir y cerrar de ojos cambié de página mi vida. De una forma similar terminan mis relatos.

Las vivencias son así, se escriben como se viven, sin aderezos pero sí con reflexiones. Cuando empecé este blog, nunca tuve en mente cómo lo terminaría. Es más, no imaginé siquiera que me llevaría tres años realizarlo. Pero como solía cantar Juan Gabriel de mis amores, "dicen que Dios perdona, pero el tiempo a ninguno", el plazo se está cumpliendo justo ahora, mientras me enfrento al síndrome de la hoja en blanco.

Un psiquiatra español, Enrique Rojas, dice que, cuando somos jóvenes, estamos llenos de posibilidades, y cuando somos mayores, estamos llenos de realidades. También explica que en cierta época de la edad adulta es necesario hacer un balance existencial de lo que albergamos como seres humanos, de lo que consideramos como lo mejor de nosotros.

En el balance o corte de caja del que habla Rojas, enfatiza la revisión de los cuatro grandes rubros más importantes para él (que también los son para mí):

  1. Amor
  2. Trabajo
  3. Cultura 
  4. Amistad

Este blog ha sido y será una bitácora fundamental de un periodo de mi vida que considero como uno de los más felices y enriquecedores, porque de él adquirí la habilidad de ver al mundo y a las personas desde diversas perspectivas y no desde el reducto de la cosmovisión local de la que muchas personas adolecen. Me declaro afortunada por ello...

Cada escrito me dio la oportunidad de sumar saldo a favor en mi balance de vida. Soy una persona que ha tenido la suerte de saberse feliz y reiterarse en esa condición. El amor, el trabajo, la cultura y la amistad (sobre todos estos dos últimos rubros) son los grandes ganadores.

De unos meses a la fecha, las vueltas de la vida me dieron la oportunidad de volver a aprender de la diversidad, de despertar el placer por conocer cómo viven, piensan y sueñan los demás en otro punto del planeta. Hoy como ayer, me sigo sabiendo afortunada por contar con la consideración y afecto de gente que ni siquiera me conoce, de gente que no teme decir que les agrada conversar conmigo y que mi personalidad "no irrita a sus demonios".

Otro dato curioso de mi última entrega es que la escribo y publico la víspera de mi cumpleaños 53 y en una época llena de cambios buenos... todo cambio es bueno.

FIN

Escrito y publicado el día del planeta Marte 
el 13 de agosto del año 2019 , 
en algún punto de Nueva Inglaterra. 




30 de julio de 2019

La paz comienza cuando terminan las expectativas [S. Chinmoy]

Por Fabiola Martínez 

La puerta de la residencia 3 se cerró detrás de mí por última vez un día de junio de 1990. Sólo me detuve unos instantes para disfrutar de la agradable temperatura del aire, respirar profundo y dar un paso adelante. Lo mismo que hice en agosto de 1985.

Por la noche Carlos y yo abordamos el tren Kiev-Moscú; al final del día, lo mejor que me pudo pasar fue contar con la grata compañía de mi amigo y confidente. Una vez instalados en el camarote designado por la agencia de viajes Intourist (los extranjeros sólo podíamos viajar comprando a través de esta oficina), nos sentamos y tomamos una bocanada de aire que expulsamos con alivio.

Llegado el momento la persona encargada del vagón nos trajo té negro y una rebanada de pan. Dormimos. Por la mañana el encargado avisó que nuestra llegada a Moscú estaba próxima, Carlos y yo nos aseamos y preparamos para dejar el tren.  

Al bajar de mi vagón tuve una inesperada y grata sorpresa. Los padres de Tatiana Pilshikova me esperaban en el andén. Esa hermosa gente . Esa pareja que con un auténtico amor siempre abrió las puertas de su hogar para mí, que me cuidó y alimentó, ¡vamos! Me vio como hija, no como una xéno

La pareja soviética, considerando mi avanzado estado de gestación, llevó a la estación su auto (maca Lada) para recogerme y llevarme a su apartamento. En su momento, el gran gesto del matrimonio Pilshikov me pareció motivado por la certeza de que nunca más nos volveríamos a ver. Y puede ser que sí haya sido así, pero hoy me inclino, también, a una respuesta cultural hacia la mujer embarazada, algo frecuente en ese pueblo.

Luego de llegar al apartamento y bajar las cosas, la madre de Tania nos preparó un desayuno (enorme), al terminar Carlos y yo fuimos a la embajada mexicana a apostillar documentos y a realizar todos los trámites pendientes. 

Nos atendieron rápido, ¿qué hacemos en lo que esperamos tus papeles? 
—Vamos a la Plaza Roja, más bien, quiero hacer el último intento por entrar a San Basilio, desde que llegué a este país ha estado cerrado por remodelación, quién sabe, hoy puede ser mi día de suerte. 

Atravesamos parte de la Plaza Roja y llegamos a San Basilio, para suerte y sorpresa mía el sitio estaba abierto y era posible entrar a mirar sin pagar un kopek (moneda soviética equivalente a un centavo)

En cuanto crucé la puerta de entrada de la famosa catedral, todos mis sueños se rompieron cual ventana después de recibir tremendo pelotazo. El interior del lugar estaba prácticamente vacío, las paredes aún se mostraban repelladas y, el sitio que identifiqué como posible nave central era muy pequeño en comparación con las grandes expectativas que forjé a lo largo de mi vida. No sé cuántas ni cuáles de las torres  estaban abiertas al público pero pudimos subir a una de ellas, asomarnos por una pequeña ventana y ya. 

¿Quién iba a pensar que justo antes de dejar la URSS, para siempre, experimentaría una segunda desilusión debido a mis grandes expectativas? en un intento por comprender la falta de la hermosa iconografía ortodoxa rusa, empecé a crear en mi mente una teoría de conspiración relacionada con el robo de obras de arte... 

Para quitarme ese mal sabor de boca, saliendo de San Basilio, Carlos y yo nos detuvimos a admirar el cambio de guardia del mausoleo de Lenin. En ese acto tenía la capacidad de disparar con entusiasmo casi todos mis sentidos, así, al escuchar el sonido de las campanas mis ojos se dirigían hacia mi lado izquierdo y, antes de llegar a la puerta principal del Kremlin, se detenían en la famosa estrella colocada en la torre de la entrada principal 

Mientras los militares marchaban hacia el mausoleo, me parecía que las personas cercanas al lugar guardaban silencio haciendo posible que sólo se escucharan las pisadas sincronizadas de esos guapos hombres.

Luego de caminar por la Plaza Roja y llenar mis sentidos con todo lo que estaba puesto allí, Carlos y yo regresamos a la embajada mexicana, recogimos mis papeles y emprendimos el regreso al apartamento de la familia Pilshikov...


San Basilio. Imagen de Diego Delso, cortesía de Wikicommons.
Fotografía de Roter Platz, imagen compartida en los términos de Wikicommons

16 de julio de 2019

Quien vive de prisa no vive de veras (J.S. Chocano)

Por Fabiola Martínez

La siguiente tarea restante en mi apresurada mente, consistió en organizar la entrega de mi habitación. Durante el tiempo en que esto sucedía, el cambio de divisa por rublos había crecido aceleradamente y el pago por dolar en el mercado negro equivalía a 75 rublos, una verdadera fortuna; me permitió vivir y comer con bastante comodidad. 

La hora señalada me reuní con una de las encargadas o administradoras de la residencia, una mujer bonita y a la vez ruda, con una hija adolescente y mal carácter. Ella tocó a mi puerta y comencé a explicarle que dejaba un refrigerados (mini), alfombra, parrilla, librero improvisado y ropa de cama que yo había comprado hacía dos años, etcétera, etcétera. 

Dejaba también gorros, bufandas y un abrigo ligero que me había conseguido mamá en Estados Unidos, además de dejar el abrigo pesado y gris que había recibido a mi llegada a la URSS. Si bien, como lo he dicho en diversas ocasiones, era horrible y pesado, formaba parte de mí historia y me pesaba dejarlo. 

Yo tenía conciencia que emigraba a un lugar totalmente opuesto, con clima tropical, playa y sol infinito, pero no podía soltar esas prendas, sentía pesar. Mientras le hablé a la mujer de lo que dejaba, percibí una expresión facial de triunfo, de algo logrado... Algo equivalente a una expresión mexicana de: ¡Ya chingué!

Vivir con tanta prisa, tener una fijación mental de llegar a un punto sin percatarme de mi entorno o de mi gente tuvo consecuencias que evalúo como negativas; porque me di cuenta que, mi prisa era tal que me olvidé de vivir. Tal vez recuerdo puntos fundamentales, como gestionar mi billete de regreso (gratis), porque así estaba estipulado en el convenio de mi beca, pero pareciera que se me borró la mente. 

Recuerdo que tenía comunicación constante con Riita, Natasha y sus parejas. Coincidí un poco más con Bassem (de Líbano) y un poco menos con Murad (Marruecos). Carlos, por iniciativa personal estuvo muy cerca de mí y tal vez con él conversaba mucho más sobre mis sentimientos y emociones. 

Como parte de mis preparativos llamé a Tania Pilshikova a Moscú, para pedirle que me dejara llegar al departamento de ella y sus padres para pernoctar, pues yo debía hacer un par de gestiones en la embajada -relativas a mis apostillamientos. Como siempre, las puertas de su hogar se abrieron para mí. Tania me dijo que no estaría en Moscú porque viajaría a Bulgaria con unas amistades y sólo me pedía llamar a sus padres para avisarles exactamente el día que llegaba.

Creo que la noticia del viaje de Tania fue algo tan impactante que me obligó a detenerme a ver que la URSS experimentaba cambios más drásticos que los que imaginé, claro, yo vivía sumergida en mi mundo. 

Dichos cambios eran de esperarse después de la caída del muro de Berlín ya nada fue igual. Muchos soviéticos viajaban con menos preguntas y trámites a los países que aún formaban parte del bloque, la gente en la calle comenzaba a compartir lo que pensaba. 

Si no mal recuerdo, hacía poco tiempo que ya había sucedido el gran acontecimiento del siglo XX, la inauguración del primer McDonald´s en una avenida principal de Moscú, cerca de la Plaza Roja. Increíblemente la llamada a Tania me hizo reflexionar sobre la cantidad de cambios que se vivía en mi segunda patria, pues jamás imaginé ver una transnacional en el corazón del país... 

Una vez que ya tuve asegurada mi pernocta, compartí con Carlos mis planes. 

-¿Te vas sola a Moscú?
-Sí, no estoy enferma, sólo estoy embarazada. 
-¿Ya viste la cantidad de cosas con las que viajarás? (una pregunta importante que ni Valeri me había hecho a pesar de llevar en mi vientre a su hijo), es imprudente que viajes sola, ¡ya tienes siete meses de embarazo!
-Yo te acompaño. 
-¿En verdad? -hice la pregunta con mucho asombre, pues hacía tiempo no recibía de un varón tanta atención sobre el proceso que vivía. 

No recuerdo cómo fue, pero el día acordado, Carlos y yo teníamos boletos en el mismo camarote para viajar a Moscú. Recuerdo que Natasha y Riita llegaron a mi habitación para despedirse, mientras Carlos bajaba las maletas desde el piso 8 y luego fue a buscar un taxi. 

Las tres amigas permanecimos unos minutos en el amplio espacio de la recepción, todas conteníamos nuestros sentimientos, yo mi prisa y ellas, la realidad de que se trataba de una despedida definitiva, nunca más nos veríamos, cada una tomaría un rumbo distinto. 

Natasha, nos abrazamos y besamos con cariño, también nos dimos un beso. Luego me volví hacia Riita y la abracé fuerte, nos dimos un beso en la mejilla y luego intenté verle la carita por última vez. 

Con los ojos cristalinos la escuché decir: уходи, это очень тяжело (vete, esto es muy difícil). Miré hacia la recepción de la residencia, la babushka en turno nos observaba, miré hacia la salida y salí feliz y con premura. No me despedí de nadie, me olvidé de todo y de todos, simplemente dejé de vivir por darme espacio a la prisa.  

2 de julio de 2019

Cuenta regresiva...

Por Fabiola Martínez

La segunda quincena de mayo de 1990 pasó con celeridad. Debía apegarme al plan  que tracé para ajustar la realidad a mis urgencias (en esa creencia de la juventud que nos lleva a pensar que sólo basta un buen plan para que la vida se resuelva).

Desde que supe de mi embarazo hice planes para llegar a La Habana antes de que corriera el octavo mes de gestación, pues mis conocidas me habían explicado que las líneas aéreas no permitían viajar a mujeres en estados avanzados de embarazo, nunca verifiqué si ese comentario fue verdad y, lo irónico es que tomé decisiones sin información realmente confiable.

Acordé con mis maestros para adelantar exámenes y contar con tiempo para solicitar al decanato mi tira de materias (historial de asignaturas) que luego llevaría a registrar al Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania, radicado en Kiev, esos documentos eran vitales para que pudiera concluir mis estudios universitarios.

No tengo idea de cómo estudié o de cuántas clases tuve que adelantar por cuenta propia, sólo recuerdo las ocasiones en que me presenté a mis exámenes, de forma especial tengo en mente a mi joven maestra de Economía Política del Capitalismo, misma que el semestre anterior nos impartió Economía Política del Socialismo. Una mujer inteligente, de pensamiento agudo y con un amplio criterio que la hacía una de las mejores en autocrítica al sistema de los soviets (incluía lo bueno y lo malo).

En general, me fue bien con todas las asignaturas, siempre tiré a obtener 5 de calificación (nota máxima), pero oscilé entre el cuatro y el cinco. Y todo por empeñarme en recibir el famoso "diploma rojo", el que entregaban a los alumnos (de países del bloque) que concluían sus estudios sin tener ningún 3 en sus notas. Este dato es un punto importante de reflexión, pues mi enfoque no estaba bien dirigido, pues si bien aprendí mucho en mi formación superior, sólo enfaticé la nota, lo que luce, y no lo que se aprende y aplica en la vida.

Quizás una de mis profesoras sí tenía claro lo que pasaba porque fue más que exigente en el examen, me hizo regresar dos veces. En el fondo, quizás ella no estaba de acuerdo en que yo me adelantara mes y medio fuera el proceso enseñanza-aprendizaje que implica el acompañamiento del docente.

Además de mis exámenes de fin de año, había dos temas que me distraían de la maravilla de lo cotidiano, una consistió en un mayor alejamiento de mis amigas, incluso de mi propia residencia y otra tenía relación directa con el dilema que representaba, para mí, determinar qué hacer con la gran cantidad de cosas que no podía empacar en una maleta.

Escuché decir que para Siddharta Gautama (Buda), el origen del dolor radicaba en el apego y yo, sin duda, sentía apego por mis bienes materiales, creo que este es un mal común, al menos entre los hijos del capitalismo. Pasado el tiempo, también creo que sentía una urgencia por irme a seguir a mi <<amor>> al mismo tiempo que me costaba desprenderme de mi hogar.

Atrás del monumento a Lenin y del edificio caminé
una o dos calles para encontrar la oficina.
La zona tenía mucho encanto. 
Al fin llegó el día de ir a apostillar mis documentos, busqué la dirección de la oficina y me lancé a buscarla. Para llegar al lugar me dirigí primero al centro de la ciudad, a la avenida Kreshatik, luego subí por una calle lateral al monumento a Lenin. Recuerdo haber caminado una loma empinada y transitar por unas hermosas calles angostas que nunca antes vi. Ese trámite se convirtió en un paseo tan agradable...

Hace un mes me mudé del departamento  donde viví por casi 17 años, después del hogar materno, este fue el lugar donde viví la mayor cantidad de años de mi vida. Al empacar pude hacer un recorrido de todas las veces que me mudé de ciudad en ciudad, de país en país. El proceso de acariciar los recuerdos y colocarlos en cajas me dio espacio para recordar, sin prisa, todo lo que he tenido que dejar atrás, todo lo que forma parte de lo desechable y de lo imprescindible...

Facebook me ha permitido reencontrar a entrañables amistades y me ha permitido expresarles lo que tanto tiempo he tenido guardado: lo siento mucho. Esos amigos y otras personas conocidas suelen decirme que no debo lamentar nada, que es lo que nos tocaba vivir. En este tema discrepo con ellos porque sí, no debemos vivir atrapados en el pasado, en el "hubiera", pero tampoco creo que yo deba callar en la primera oportunidad que la vida me da para decirles que habría querido estar con ellos más tiempo que el que dediqué a adelantar asignaturas, que me seguirá pesando no haberme despedido, no haberlos abrazado por última vez o decirle lo importante que fueron para mí.

19 de junio de 2019

Atención, con ustedes... ¡Paaaalooooo de Mayo!

Por Fabiola Martínez
Dedicado a Tatiana e Iván

Sábado por la tarde, después de clases, la comunidad latina de Kiev y las soviéticas estudiantes de español, principalmente, regresamos a nuestra residencia a ponernos muy guapas para ir a la celebración anual más importante: El Festival Latinamericano. 

A pesar del letargo provocado por esa maraña de tristeza y soledad que me cargaba, Natasha y sus compañeras me animaron a asistir al Festival Latinoamericano de Kiev, que este año, por primera vez (y quizás por última, no lo sé), se celebraría en el Teatro de la Ópera Nacional de Ucrania, en el Centro Histórico de esa ancestral ciudad. 

Teatro de la Ópera de Ucrania. Fuente: Wikipedia.
En https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Kiev_Opera.jpg

Mientras me arreglaba para tan importante evento, me dí cuenta que por primera vez, la invitación no había venido de un latino, situación que me hizo ver lo mucho que me había alejado de mis amigos y compañeros, que en los tiempos más difíciles, los de adaptación, estuvieron allí para darme una palabra de aliento, acompañarme o simplemente para invitarme a bailar merengue. 

Ese día no supe por qué razón no me puse de acuerdo con las chicas para ir juntas al teatro; hoy entiendo que todo se debió a mi necedad de hacerme la valiente o simplemente para no darle gusto a las personas que siempre pensaron que Valery y yo éramos como el agua y el aceite. 

Interior del Teatro. Fuente: Wikipedia, autor, Tatyana Klimenko.
En el trayecto que recorrí hacia la avenida principal de la ciudad, la calle Kreshatik, me encontré con varios latinoamericanos planchados y perfumados, supuse que era para ir al festival. 

En el trayecto que recorrí caminando de la avenida hacia el teatro las sospechas se confirmaron. Por todos lados caminaba se sumaban estudiantes latinoamericanos cantando, bailando, jugueteando. Felices, por el buen clima, por el evento o por que cuando somos jóvenes es más sencillo encontrar motivos para alegrarse. 

Con paso más firme y veloz pasó junto a mí, Sayonara, mi amiga gimnasta ecuatoriana que estudiaba con los nicas en el Instituto de Cultura Física, cerca de mi Instituto. Hasta ahora no olvido que se veía hermosa, fresca. Me llamó la atención verla con el cabello largo y un aspecto esbelto. Sayo, como le llamamos de cariño, se movía con el dominio que nos daba la madurez de varios años vividos como estudiantes de la URSS, estaba rodeada de amigos y con una sonrisa tocaba su cabeza para no perder un bonito sombrero de fieltro.

La mente es la máquina más increíble y perfecta que puede haber, pues me viene a la mente que mientras la miraba pasar, veía todo aquéllo que yo habría querido vivir y expresar a esas alturas de mi vida, sin embargo, la diferencia entre ella y yo no era grande, sólo nos separaban dos o quizás tres decisiones de vida. Así de sencillo. 

Al llegar al teatro me esperaban Natasha y las chicas, quienes me ayudaron a conseguir un buen lugar en el centro, junto a ellas, con una buena vista, cosa que mi barriga agradeció porque el camino cuesta arriba me había pesado un poco. El interior del teatro era hermoso. Recuerdo haberme preguntado: ¿Cómo rayos le hicieron para conseguir este lugar?

De repente una voz con acento hispano comenzó a hablar para dar la bienvenida en ruso e iniciar con el programa. Como siempre, las asociaciones de cada país hicieron su mejor esfuerzo para ofrecer un espectáculo cultural de buen nivel. 

Destacaron los enormes agrupaciones musicales de Bolivia y Perú, con sus kenas, zampoñas, charangos, guitarras y bombo. Conforme los representantes de cada país pasaban, la euforia creció, los adultos soviéticos que estaban en el centro del teatro miraban con susto las expresiones tradicionales latinoamericanas. 

El público empezó a reclamar la muy gustada intervención de la pareja nicaragüense conformada por Ivan y Tatiana, cuya interpretación dejó huella en todos los latinos de mi tiempo: El Palo de Mayo, una danza típica de la región africana de nicaragua asociada a los ritos previos a la siembra (si no mal recuerdo y, si me equivoco algún nica me hará el favor de corregir).

Finalmente escuchamos las palabras mágicas:
"Bнимание, теперь с вами Пало де Майоooooooo" 
(Atención, ahora, con ustedes, Paloooo de Mayoooooo)

Hecho el anuncio, las palmas y gritos hicieron retumbar el edificio, literalmente. Los soviéticos estaban asustados e indignados, lo cual era comprensible porque todo estaba sucediendo en un recinto para ópera, cuya concepción está asignada a la "alta cultura" y lo que vivíamos era la expresión de la cultura viva de varios pueblos. Ese festival no pudo haber un cierre mejor ni del festival ni de mi historia en la URSS con los festivales latinos. 

"La Tatiana", como suelen hablar en Nicaragua, terminó sus estudios universitarios pero su vida sigue siendo el baile y el canto. Supe que tiene una carrera exitosa en Alemania y se conserva tan bella y alegre como en aquéllos tiempos. Mi querido hermano Iván regresó con su esposa e hija a Nicaragua, es un excepcional profesionista, esposo y padre de familia. 

Por cierto, si alguien sabe de Tatiana o tiene una foto de ella y de Iván, ojalá pueda compartirla para enriquecer este recuerdo.