14 de febrero de 2018

La mentira dura hasta que la verdad florece

Por Fabiola Martínez Díaz


Y por fin llegué a México. Como siempre, mi madre me esperaba llena de amor y cariño acumulado, también me esperaba un hermoso ramo de rosas rojas que mis tíos Eduardo y Lourdes hacían llegar. Abrazos y besos de todos. Me sentí culposa. 

Por aquí y por allá se escuchaban noticias y se veían encabezados de los avances de la Perestroika y la Glasnost; se detallaban novedades sobre el papel del gobierno cubano en el narcotráfico. Pero yo elegí no escuchar, ni ver. 

En pocos días le hablé sobre mi plan de casarme y probar fortuna en el país de Valeri. La lastimé mucho. Pero el egoísmo juvenil es "cabrón" y no comprendía los alcances de mi noticia. Pues justo el año pasado mi hermana Paty se casó llevándose con ella a Carlita, su hija, una niña que todos mis hermanos y hasta mis primos amamos de una manera especial. Podríamos decir que mi madre estaba en duelo, pues esa hermosa niña fue cuidada, educada y criada por ella. El amor entre ambas era de los más profundos. 

Por otro lado, el mismo año, mi amado Adolfo (que en paz descansa), se casó y se fue con mi cuñada a probar suerte a los Estados Unidos en busca del sueño americano, que logró de principio a fin. Mi pequeño hermano, por circunstancias relacionadas con su rebelde juventud, también se fue. Recuerdo haberlo acompañado al autobús en mis vacaciones pasadas, nunca pensé que pasarían tantos años para volver  a abrazarlo. 

Mi padre, libre al fin de responsabilidades, se fue a hacer su vida y yo llegué para decir adiós también. Mamá prácticamente dejó de hablarme, yo pensaba que no me entendía, pero quien no entendía era yo. Mami callaba otra vez para no oponerse a mi plan de vida, y también callaba por la tristeza de perderme. 

Pero yo seguí en lo mío. Busqué la revista de novia que le prometí a Natasha, mi amiga ucraniana que también se había comprometido con Darek. Busqué una ropa linda para usar en mi boda y me llevé un vestido corto que usó mi hermana Paty. Me dí prisa en preparar todo lo necesario y me di tiempo para ver a mis amistades. Un ex novio me buscó para pedirme establecer una relación formal, otro sólo me invitó a comer y sólo me miraba con nostalgia, creo yo. 

Tenía planeado convertir mis vacaciones en una larga despedida de soltera y eso hice. No quise percatarme de nada más. 

Llegada la fecha volé a Moscú, estuve paseando por la ciudad un día o dos y me perfilé a Kiev. Llegando a la residencia gestioné lo necesario para contar con una habitación de dos personas y pedir permiso de que Valeri viviera en mi residencia. Le entregué la revista a Natasha y juntas vimos cada vestido de novia que ella podría coser para sí. 

Como aún no comenzaban las clases Valeri y yo paseamos mucho por la ciudad buscando enseres que podían hacernos falta. Pero durante mi ausencia el desabasto de duplicó, las tiendas de todo tipo estaban vacías. La gente estaba molesta, además del enorme desabasto, los archivos que día a día se liberaban, les hacía más profunda la herida y la pérdida de una nación que marcó su vida para siempre. 

El malestar estaba fundamentado, los horrores cometidos para mantener un sistema de control tan eficaz dejaban mucho que desear. Además, ahora, a los soviéticos se les permitía expresarse y eso hicieron. Expresaban su hartazgo, su desesperación, el vacío de una patria tambaleante, etc. etc. 

Un día Valeri y yo caminábamos por la calle y un hombre maduro me enfrentó cuestionándome  por qué andaba con uno de los suyos. Otros ucranianos ex compañeros de bloque de vivienda exclamaban vituperios cada vez que me veían. ¿Se les podía culpar?

La verdad no, en todos los entidos ese pueblo la estaba pasando muy mal y creo al preguntarse la causa, pensaron que éramos los extranjeros que estudiábamos en su ciudad y en su país. Su lógica tenía mucho sentido, pues durante las décadas que la URSS dio educación superior a extranjeros, ya  fuera por intercambio cultural o por medio de los partidos comunistas, la justificación populista que se le dio al pueblo soviético era que la URSS estaba ayudando a todos los que "moríamos de hambre" en nuestra propia patria. 

A fuerza de repitir una mentira, ésta terminó convirtiéndose en "la gran verdad". Desde 1988  las agresiones verbales o conductuales hacia los estudiantes extranjeros se incrementaron. Para desgracia nuestra (de los estudiantes extranjeros), en ese año escolar llegaron unos más estudiantes extranjeros. El panorama no mejoraría...

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