16 de enero de 2018

Porque el mío es más grande... (parte 1)

Por Fabiola Martínez

Y no precisamente me refiero a mi botón nuclear, sino a mi amor, a mi corazón... 

En las relaciones de pareja llega un momento en que uno u otro, o ambos, nos hacemos la pregunta casi obligada: ¿qué sigue?, ¿a dónde va nuestra relación? Valeri y yo no fuimos la excepción, además de proclamarnos lo difícil que sería vivir sin el otro. Estas reflexiones estaban motivadas porque se acercaba el verano de 1989 y Valeri entraría a la fase final de sus estudios, que era de medio año, pues su carrera duraba 5 años y medio. 

Cuando Valeri cursó el quinto año, tuvo más oportunidades de compartir el tiempo conmigo no sólo los fines de semana, se llevaba de maravilla con mis amigas y con mis compañeras de cuarto. Aunque, siendo honestos, se llevaba mejor con Nazima que con Susi. Y creo que a Susi le sobraban razones para no quererlo. 

La opción de vivir juntos en alguno de nuestros países de origen no era tan sencilla por los asuntos migratorios. Para Valeri era impensable dejar Cuba por todo, lo familiar, lo social, lo político o lo que fuera. La opción era que yo me fuera para la Isla, lo pensé una y otra vez y, como lo dije al iniciar esta entrega, porque mi amor era más grande, quien tomó la decisión de dejar su país fui yo. 

Comenzamos a plantearnos los panoramas, según me contaba Valeri, aprovecharía su viaje a Cuba (en verano) para hablar con sus padres porque el trabajo de uno de ellos era delicado y podían no permitirle albergar a una extranjera capitalista en su casa. Yo también decidí viajar a México, no sólo para hablar con mi madre, sino para llevar alguna ropa que pudiera usar en caso de celebrar una boda. 

Mientras tanto, era necesario terminar bien nuestros cursos y yo me hacía tiempo para caminar por la hermosa ciudad de Kiev y disfrutar de sus lugares históricos, pues entre una y otra reflexión "me cayó el veinte" de que iniciaba la cuenta regresiva, sin importar cuál fuera la decisión final como pareja, yo estaba cada vez más cerca de dejar la URSS, y no tenía muchos recuerdos físicos de la ciudad. 

Creo que al menos un par de veces aproveché las tardes soleadas de primavera para tener recuerdos tangibles. Recuerdo haber disfrutado los nuevos lugares que se abrieron en la catedral de Santa Sofía, uno de mis lugares favoritos. Encendí una de las delgadas velas que se podían comprar antes de la entrada. Me senté a contemplar los retablos y a disfrutar de la enorme belleza del lugar. ¿Cuánto ignoraba sobre la iglesia ortodoxa?, casi todo lo referente a los orígenes de la separación y la diferencia con la católica , sin embargo, estando dentro del lugar lograba sentir la misma paz que sentía en la capilla expiatoria del convento del siglo XVI que está en mi pueblo. Y eso era lo importante. 

Ya casi al final de la primavera, cuando el calor y los exámenes finales nos hacían sudar, por fin me visitó mi amiga Martha. Ambas, como era nuestra costumbre, adelantamos lo más posible algunos exámenes para disfrutar de su visita, pasear y planear mi viaje a México. Recibir a Martha en mi hogar fue maravilloso, teníamos tanto que contar, ella ya con un marido y un bebé y yo con la incertidumbre de hacer la mejor elección. 

La visita de Martha fue otro pretexto para repasar las visitas a los lugares que adoré: el Monumento a la Madre Patria, Santa Sofía, el apartamento museo de los Ulianov (Lenin), la enorme Kievo Pecherskaya Lavra, la Puerta de Oro (en alusión a la entrada a Constantinopla), el museo nacional de Arquitectura y modo de vida del pueblo, además del increíble museo de arte oriental y occidental (que me encantaba) y caminamos alrededor de un lugar que yo conocí como palacio de verano de Ekaterina (o quizás estoy equivocada, estaba a orillas del río, y para llegar había que caminar loma arriba. 

Me sentí orgullosa de mi ciudad, yo me sentía kievita, tal vez porque desde mi llegada hice mío el lugar, cada calle, cada museo, cada encantador sitio. Me sentía orgullosa por contarle a Martha que en esos lugares se había fundado la Rus de Kiev y, a partir de ella, el Imperio Ruso, ese del que tanto se hablaba en occidente, ese que para muchos era el de mayor valía por ser la parte occidental. La vida me mostraría lo poco que sabía del mundo y de las culturas de la URSS...


Foto de mi foto, cúpulas de Santa Sofía. 


En la rivera del Dniepr. 

Con Martha en la Kievo Pecherskaya Lavra, a finales de la primavera.
Foto de mi foto, museo nacional de Arquitectura y modo de vida del pueblo. Un paseo único.

Navegando en el Dniepr, recuerdo que ese día me mojé en el río agarrada de la lancha,
haciendo caso omiso al hecho de saber que ese río estaba contaminado de radiación. 

2 comentarios:

  1. Santa Sofia, tambien mi sitio predilecto al igual que el mirador del Dniepr desde el cual era hermoso en las tardes de verano observar la actividad en el rio....Saludes!

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  2. Si vieras, Fabiola, lo bonita que está Kiev. Pero cuántos problemas azotan a esa querida y sufrida Ucrania!

    Tony (desde Hungría)

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