3 de noviembre de 2015

Ni de la CIA ni de la KGB

Por Fabiola Martínez

Una vez dispuesta a estar en el camino que me llevaría a buenos términos en mi proyecto de vida en la URSS, organicé mis siestas vespertinas para tener tiempo de estudiar y hacer las tareas completas. Para mejorar mi estado de ánimo, dejé de estudiar en la habitación y acudí a la читальный зал sala de lectura, había una sala por cada piso y cada una tenía piano.

Todas las africanas estaban allí, también había una soviética tocando el piano. Allí conocí a una chica de Irán, era reservada pero logramos entablar una conversación. Noté que una conducta muy mía es estar absorta en lo que me acontece y por ello me perdía del mundo y de la riqueza de compartir con la gente, pero finalmente ya estaba en la actitud correcta.  

Llegando a la habitación Lila y Natasha tenían de visita a un compañero suyo que asistía a conversar con frecuencia. Cuando el chico se fue, ellas nos contaron a Martha y a mí, que el principal motivo de las visitas de su amigo era vernos, estar cerca de nosotros porque alguna le gustábamos.

—¿Y por qué no propicia conocernos, conversar o salir con nosotros?
—Lo tiene prohibido. Todos los varones tienen restricciones severas para hablar con extranjeras de países capitalistas. Sobre todo aquellos jóvenes que pronto harán el servicio militar.
—¿Él hará el servicio?, ¿acaso no hay excepción porque estudia?
—Irá a servir en Afganistán y tiene miedo. ¿Han escuchado sobre la guerra que hay allá?
—Sí, pero no me imaginaba que a él le tocara. —Contesté con asombro, pues existe la creencia que, mientras está lejos, el destino no te alcanza, pero lo hace no siempre por el camino más convencional.
—Los muchachos de nuestra facultad que hicieron el servicio en Afganistán ya regresaron, ¿qué no lo saben?, uno de ellos, el más sombrío, comparte habitación con uno de sus amigos nicas.
—Pero… nosotras no somos malas personas, ¿por qué no puede tener trato con nosotras?
—Porque se considera que ustedes pueden ser mala influencia y, que pueden ser usadas por la CIA para sacar información a nuestros muchachos.
—Pero ¿cómo?, yo no soy de la CIA, nadie me ha reclutado, nadie me ha propuesto nada…

Por puro morbo comencé a preguntar a los nicas por ese personaje recién llegado de Afganistán, y sí, se le percibía serio, callado, huraño y con una expresión de permanente enojo. Debía conocerlo, me dije, así que con ayuda de Joel conseguí pretextos para estar cerca de su habitación.

La personalidad de ese estudiante era tal como la describieron y más, parecía ser mucho mayor de edad, como si su servicio militar lo hubiera envejecido. La vida en la URSS me pondría en la oportunidad de compartir habitación con una afgana, conversando con ella me quedaron claros muchos asuntos.

El asunto de la paranoia soviética no me cayó tan de extraño, pues recuerdo que, cuando algunos compañeros y conocidos de la familia supieron que me iba a la URSS, me alertaron de las atrocidades cometidas por la KGB, en ese tiempo se hablaba mucho y muy mal de ese sistema, también se había publicado el libro Parque Gorki y era común que se pensara que la URSS era el rostro del mal. Esos conocidos daban por hecho que sería enrolada por esa organización. Ahora sé que ese terror permanente emanaba de la política internacional y nacional del inteligentísimo ex presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan.

Yo personalmente, nunca supe ni vi algo parecido a algún enrolamiento en el servicio secreto, aunque sí creo que nadie hace nada de manera gratuita, me sigo preguntando qué ganó la URSS con la inversión que hizo en mi educación. Tal vez algún día me entere…

Yo no fui la única latinoamericana en ser cuestionada por sus conocidos por ver una oportunidad de vida al irme a un país del bloque socialista. En la habitación 75 vivía una peruana con la que solía conversar. Ella no la pasaba nada bien, como todos y quizá en mayor medida, tenía miedo, vivenciaba el choque cultural de una forma más intensa. En ese proceso de asimilar el frío, las nevadas y los anocheceres tempraneros, se perdió un poco.

Una noche tocó en mi habitación, yo no escuché, pero las soviéticas sí. Le abrieron la puerta y, cuando desperté, la peruana estaba sentada en mi cama con mucha angustia, decía que en su habitación había micrófonos de la KGB. Como pude traté de calmarla, le dije que eso no podía ser cierto, que nadie le haría daño, la llevé a su habitación y regresé a dormir.

A los pocos días me enteré que la peruana estaba de regreso en su país, porque luego de esa noche tuvo una crisis y se la llevaron al hospital 15. Todos sabíamos que ese número indicaba un asunto psiquiátrico; sentí pena por ella y por los humanos, pues ante adversidades podemos ser tan frágiles, tan manipulables y, al final, a pocas personas les importamos, sólo somos un número o una cifra para los gobiernos poderosos.

Puse mayor atención a mi alrededor, conversé más con mis compañeros etíopes, su país estaba en las noticias por la inhumana hambruna, pero los noticieros poco hablaban de la guerra que vivían. Resultaba que, la buena voluntad de los estadounidenses y soviéticos apoyaban a diversos bandos, unos para instaurar la “libertad” y “democracia”, otros con la bandera de hacer un país del “proletariado”. Los etíopes tenían claro que a ambas partes, lo único que les interesaba eran los yacimientos de diamantes.  

Gracias a las charlas con el grupo de cubanos, supe de un asunto que motivaba su orgullo nacional, el “internacionalismo proletario” para liberar a Angola de la opresión Yanki.
—¿Cómo?, ¿qué tiene que ver Cuba con Angola?
—Les ayudamos a liberarse, el ejército cubano está allá, y también nuestros jóvenes, si les toca el sorteo, hacen el servicio militar en Angola.
—¡Eso es una intervención militar!, ¡como la que hacen los gringos! —Repliqué insultada.
—Tú no entiendes chica, lo que nosotros hacemos se llama internacionalismo.

Me rendí, no había manera, estaban convencidos de que su gobierno era diferente al estadounidense. Y hoy los entiendo en su intolerancia cada vez que leo a un revolucionario del Facebook defender con violencia a todo aquel que piense diferente al “Peje” o a Aristegui. Seguimos sin tener ganas de desarrollar un sentido crítico, seguimos fomentando ser un país de formas y no de fondo, un país de mucho por decir y poco por hacer. Nuestro país y el mundo merecen pensar más allá de una postura de derecha o izquierda, nuestra complejidad así lo requiere.

Con esas charlas claro que, le llamaran como le llamaran, los países más pobres, débiles y con cuantiosos recursos naturales serían reiteradamente invadidos o intervenidos bajo cualquier consigna, no importaba cual, lo relevante era mantener el caos, mover a sus gobiernos según las necesidades de cada intervencionista. No había a quién ir, soviéticos, cubanos, estadounidenses o quien fuera, aprovechaban la coyunturas para sacar raja política y económica de todo.


Las paradojas no terminaron con la conclusión de mis estudios. Tengo muy presente que, al buscar empleo luego de repatriarme en mi país, no faltaron los reclutadores que suponían, y hasta creían saber, que yo había tenido tratos con la KGB. ¡No se rían!, ¡es en serio! Resultó que incluso en mi nación fue difícil encajar; entendía que los soviéticos fueran paranoicos con lo de la CIA, pero que mis paisanos pensaran que tenía algo que ver con la KGB fue el colmo. 

2 comentarios:

  1. El problema es que la gente tiene muy arraigada la idea de infalibilidad e inteligencia propia; hablan a la ligera de sus ideas y todo ello lo confunden con ideología. A muchas personas les interesa más "tener la razón" que escuchar razones; no hace falta tener información; mucho menos poder o influencia, lo importante es imponer las ideas que cada quien alberga, fundadas o no, a los demás y, en ello es que se pierde la lucidez, el sentido común y de la realidad. Claro, los políticos, los gobernantes, las potencias mundiales, con todo un sentido enorme del efecto propagandístico, lo llevan a límites demenciales que retrata tan bien George Orwell en su novela 1984.

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    1. Tener la razón o no, esa es una cuestión que nos acaba como individuos y como grupos sociales. Orwell es un maestro desarrollando el proceso de transformación de todo proyecto social que busca ser justo. Entre tanto, la vida pasa, pasa y la sociedad se queda cada vez más vacía por no disponer de su reflexión y conciencia con los cuales alimentar su interior.
      Leo, gracias por tu comentario. Un abrazo.

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