22 de septiembre de 2015

Tener conciencia del mundo o ¿dónde está Campuchía?

Por Fabiola Martínez

Hace unos días, en México sonaron impactantes noticias sobre la muerte de ocho compatriotas en Egipto. No faltaron los personajes que de inmediato alzaron sus voces para exigir  al gobierno (algo rabiosos), esclarecer tan lamentables hechos. La experiencia que recuerdo de esos días es que todos buscaban beneficio político o mediático sin comprender o ser conscientes de cómo se enquista la ignorancia ante tales reacciones, después de todo, ¿qué sabemos nosotros de lo que significa vivir en una guerra casi permanente?, ¿qué entendemos de cada contexto histórico y político de los llamados países de Medio Oriente y África?, ¿cómo vive un ciudadano común siendo vecino de Israel o Libia, cerca de una Siria que enfrenta éxodo, muerte y violencia?, ¿cómo se sobrevive a los genocidios? La peor parte, para mí, es que pocos se interesaron por contarnos sobre cada individuo que falleció, sobre lo qué amaban, lo qué les estremecía, además del contexto que vive un Egipto que hace cinco años vivió la tan aplaudida "Primavera árabe". 

Un tema de charla recurrente entre quienes llegábamos a la URSS en mis años de estudiante, fue el de la fotografía. A pesar de que siempre me ha gustado  no me interesé en averiguar por qué había tanta obsesión por adquirir diversos equipos fotográficos soviéticos. Las experiencias compartidas con mis compañeros de Campuchía me instruyeron en el tema.

Desde el inicio de mis clases compartí grupo con cuatro estudiantes del país asiático ya mencionado. Sus nombres forman parte de la sensible pérdida de memoria histórica de esa parte de mi vida, sin embargo, recuerdo gestos, movimientos, sonrisas y aventurillas compartidas cada vez que veo las pocas fotografías que tengo de Jarkov, que por cierto se las debo a ellos.

Al inicio de clases todos nos presentamos y conversamos, usando un limitadísimo idioma ruso, sobre nuestro país de procedencia. Antes de esos ejercicios escolares nunca supe de la existencia de ese país, lo encontramos gracias a la información vertida en un mapa del mundo.

En 1985, conviviendo con mis compañeros asiáticos, supe que Campuchía antes se llamaba Camboya, que hacía pocos años vivieron un genocidio que acabó con miles de vidas, que ellos cuatro superaban la edad promedio del grupo porque, al igual que la inmensa mayoría de campuchianos (no sé si el gentilicio es así, espero disculpen si me equivoco), tuvieron que abandonar la escuela en espera de tener tiempos menos aterradores.

Los cuatro chicos maravilla cooperaron para comprarse una cámara y t0d0 el equipo de revelado de fotos. Sí, ese era el quid del asunto, la oportunidad de desarrollar el pasatiempo estando en la URSS se debía a que podías entrar de cabeza a todo el proceso fotográfico.

Muchas tardes templadas de primavera y verano, incluso algunos días de invierno, los chicos tocaban a nuestra puerta y luego pasábamos a recoger a Índu, nos llevaban como sus “chicas modelo” para tomarnos fotos y, luego de procesarlas, nos daban un juego de ellas a cada chica. Cada vez que tocaban la puerta para una sesión o que nos regalaban fotos, su rostro y sonrisa se iluminaban, eran felices. ¡Cómo es bella la vida que, a pesar de ser sobrevivientes, podían olvidar tan graves sucesos de su país haciendo trascender en nuestra historia los momentos compartidos!

Puede ser que enviaran las fotos para presumir sus conquistas, puede ser que los cuatro estuvieran enamorados de Índu, a quien tenían que rogar más y no perdían oportunidad de fotografiarla.

Afortunadamente con Martha y conmigo la relación fue más cercana, los campuchianos nos enseñaron a jugar bádminton (yo me aficioné mucho a ese juego), estudiábamos juntos y no se cansaron de enseñarme una canción popular que cantaban con frecuencia y que a mí me gustaba mucho. Me resultaba imposible lograr la fonética de su idioma, aunque un par de acordes de piano sí logré retener.

Estar abiertos a las posibilidades que brinda la vida es una de las mejores maneras de vivirla, creo que en mí siempre hubo un frenesí que me llevaba a conocer a la gente a través de sus motivaciones e historias de vida. Los años posteriores en la URSS, tuve la fortuna de tener a Kjema o Khema como compañera y pude conocer mucho más sobre las marcas que deja el genocidio en una persona y su familia. 


3 comentarios:

  1. Pocas personas tienen la oportunidad de conocer otros países y culturas; un viaje de estudio te permite estar frente a toda una pléyade de ellas, adentrarte y entenderlas. Compartirlas con nosotros, es todo un privilegio. Gracias

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    1. La vida ha sido generosa conmigo, además de conocer y compartir nueva gente de otras culturas, es generosa por tenerte como lector. Abrazo y encantada de compartir.

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  2. Si, fuimos en ese y en otros sentidos tener la fortuna de convivir con personas que a pesar de ser jóvenes, algunas de esas personas guardaban recuerdos supongo muy amargos de su vida anterior a su llegada a la entonces URSS. Conocí una vietnamita que contó que toda su vida en su país había estado en túneles y vestida de gris pues de otra manera no era posible sobrevivir en el un Vietnam en guerra con EU (era el 76). Otro de los casos fue un joven que vivía en mi piso y que siempre lo vi en silla de ruedas. Un día me regaló un escudo que decía “Has buscado en el mapa a Palestina?. Después supe que el era Palestino y que motivo de su invalidez era su participación en ella.

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