26 de diciembre de 2017

¿Diáspora?

Por Fabiola Martínez

Un día entre 1988 y 1989, mi amiga Tania me llamó a la residencia. Me pidió gestionar un permiso para recibirla en mi residencia porque tenía que despedirse de un amigo que emigraba. Organizamos todo lo necesario y la recibí en la terminal de tren. Ya de camino a mi residencia me platicó que un amigo judío muy querido, había solicitado y obtenido el permiso de "repatriación" a Israel. 
-Tu amigo ya había vivido en Israel?
-No.
-¿Entonces de qué trata su repatriación?
-Sólo me avisó que ya tenía todos los permisos para irse con toda la familia, y quiero despedirme de él. ¿Me acompañarías a su casa?
-Claro, veamos donde vive para saber cómo llegar. 

Al día siguiente salí con Tania hacia el domicilio de su amigo, en la conversación de camino supe que eran muchos los "judios" que, aprovechando el clima de la Perestroika, pidieron su salida hacia Israel. Dejé a Tania en la puerta del apartamento, saludé y me despedí. En realidad ese amigo me pareció otro ucraniano cualquiera, nada que ver con la fisonomía de los judíos que conocía. Pregunté a mis amigas soviéticas sobre el tema, pero sólo averigué que se trataba de una salida masiva -si es que puede llamarse así-, de judíos jázaros. ¿Qué es eso?, yo, en realidad, desconocía las denominaciones por creencias religiosas y orígenes étnicos de los judíos del mundo. Esa fue una lección que comencé a aprender: Sefardíes, Asquenazís, etcétera, etcétera.

Por aquellos días todo lo raro, era raro, yo no tenía una noción de la realidad del pueblo soviético hasta que fui a la oficina de Intourist a comprar unos boletos de tren a Moscú o a Lvov, no recuerdo (allí era donde los extranjeros estudiantes debíamos comprar con antelación nuestro boletos). Lo que sí recuerdo es que una multitud  hacía filas para salir a otros lugares de Europa sin hacer gestiones especiales, era la primera probada de libertad real. Y en ese contexto casi todos querían ver al mundo con sus propios ojos. Con chamarra, gorro y pasaporte en mano, intenté abrirme paso hacia la entrada principal, pero las aguerridas mujeres me impedían el paso.
-¡Qué se forme!-, gritaban furiosas. 
-Soy mexicana, mi fila es otra. 
-No se dejen engañar, ella es de Mongolia (¡не веритье ей! она из Монголии. En ese tiempo Mongolia era algo así como un protectorado de la URSS y se regía por sus mismas leyes)

Tuve que pedir apoyo a un guardia, quien vió mi pasaporte y me escoltó al interior, donde casi no había nadie en la fila para extranjeros. Ya dentro pregunté por qué había tanta gente y me explicaron la razón. Al salir recibí toda clase de sanciones, pero entendí la situación y no lo tomé personal. Después de todo, tenían todo el derecho de ser libres y de que se tratara por igual a nacionales y extranjeros. 

Nunca olvidé el incidente, antes me dijeron gitana, ahora mongola, ambos orígenes étnicos tenían su historia y destino. Tampoco olvidé al amigo de Tania, ni sus ojos azules, cabello rubio y su ansia de formar parte de una patria que sólo estaba en su imaginario. 

Cuando regresé para quedarme en México, se me presentaron oportunidades de conocer un poco de la historia judía, también empezaron a proliferar películas taquilleras del Holocausto, con lo cual aumentó mi interés, pues ya estaba enterada de que esas cámaras de gases o campos de concentración no sólo fueron para ellos, lo fueron también para homosexuales, comunistas y gitanos. Esa manipulación de una verdad cruel para todos me puso alerta. 

El interés me llevó a conocer datos interesantes de la vida y obra de los judíos de México y del mundo. Supe que, de una población pequeña a nivel mundial, hay una gran cantidad de personas de origen judío que han ganado premios nobel de ciencias. Soy asidua lectora del filósofo George Steiner y de él he aprendido mucho. Luego de leer Errata, examen de una vida, mi horizonte sobre ese grupo étnico y religioso se iluminó. 

Mi investigación continúa y hoy sé que esos soviéticos (sobre todo de Ucrania), que se fueron a Israel, forman parte de un grupo llamado jázaro. Los jázaros fueron un grupo que ocupó extensos territorios de Ucrania y de la ribera del Mar Negro, ese grupo, alrededor del siglo VIII, adoptó la religión judía, pues sólo tenían esa sopa o convertirse al islam o al cristianismo. 

En este tema, lo curioso es que la salida masiva de judíos jázaros fue promovida por el gobierno de Israel, algunos dicen que lo hicieron con la finalidad de fortalecer su presencia en los asentamientos recién quitados a Palestina luego de la primera Intifada (1987). No lo sé de cierto, pero suena lógico, finalmente, Gran Bretaña y la ONU se sacaron de la mangan al estado de Israel para mantener un punto geoestratégico en una zona petrolera. Porque siendo sinceros ahora me pregunto, ¿por qué la ONU no promueve una ley de retorno de mexicanos a los territorios que nos arrebataron nuestros vecinos del norte?, mínimo tenemos derecho a reclamar el retorno libre a la Alta California y Texas. El día que eso suceda, quizá crea que la ley de retorno proclamada para los judíos es justa. De momento no, como tampoco creo que sea justo y correcto reconocer que la capital de Israel es Jerusalem. Aunque nuestros tibios diplomáticos no se pronuncien como la situación lo requiere. 






28 de noviembre de 2017

Historias difíciles...

Por Fabiola Martínez

La juventud, las hormonas o la vida nos conducían a formalizar relaciones e incluso a celebrar bodas. Creo que en esa decisión coincidían a favor aspectos que nos planteaban esa decisión como algo sencillo: teníamos techo y comida gratis, servicios de salud, apoyo de un cuarto privado para cada pareja que se formara, si había hijos, éstos tenían servicios de guardería, medicina, cuidado, educación. En fin, un acto tan trascendental como es el matrimonio, se realizaba con poca consciencia del después.
Acostumbrados a este contexto de paternalismo, soviéticas y cubanos eran los que más rápido se casaban y tenían hermosos bebés. Las relaciones de amistad se estrechaban conmigo y con Valery al acompañarlos a bodas y visitas por la llegada de hijos. Los encuentros, paseos y reuniones ya eran en parejas y casi siempre era divertido.
Una de las primeras parejas cubano-soviéticas tuvo a su niña cuando yo cursaba tercer año. Ella era nativa de Kiev, tenía su apartamento y por ello, desde el matrimonio, él vivió fuera de la residencia con todos los permisos oficiales, ya que los extranjeros teníamos prohibido vivir fuera de los albdergues. Quizá fue en otoño o finales de invierno cuando recorrí en metro la mitad de la ciudad, recuerdo haber mirado por la ventana el paisaje cuando cruzábamos el río Dniepr, ya estaba oscuro.
El edificio donde X y Y vivían era grande y lindo, los apartamentos pequeños pero funcionales. Yo llegué preguntando directamente por la nena, la abracé y le hice los tradicionales guiños: gugu, gaga...
Ellos se veían desvelados, cansados, confundidos, creo que esa es la sensación que tenemos todos los padres primerizos. La llegada de un bebé nos cambia la vida para siempre, no quiere decir que el amor pasa pero se vive una crisis al interior de la pareja que no sé por qué chinas todo mundo trata de disimular, como si no fuera comprensible. En fin, X y Y estaban preocupados porque la niña debía ver al pediatra muy seguido, parecía ser que había una complicación.
Pasaron los días y le pregunté a Valeri por la bebé, y por sus amigos, quienes por cierto, eran muy nobles y buenas personas. Me dijo que él estaba mal, y más bien enfocado a sacar adelante los últimos meses de estudio. Obviamente pregunté la causa del malestar y bueno, se trataba de algos serio; la niña tenía alguna de las muchos tipos de "espina bífida", había nacido así. Fue entonces cuando encontré sentido a la falta de respuesta de la nena ante los estímulos de mis muestras de afecto.
En verdad me sentí mal por ella pero principalmente por ellos, quienes por supuesto no volvieron a ser iguales y tampoco convivieron de la misma forma, más bien se alejaron. Alguna vez, ya viviendo en Cuba, le pregunté a Valeri:
-¿Qué habrá sido de la vida de X y Y?, ¿cómo estará la niña?
-Ellos están en Cuba, tuvieron que venir después por asuntos médicos de la niña.
-¿Y ella está mejor? -pregunté en mi infinita ignorancia.
-La enfermedad de la niña no tiene cura, poco después de nuestra visita en Kiev, llevaron a la niña a una especie de hospital horfanato.
-¿Y qué pasó?
-Pues nada, allí se quedó ingresada...
-¿Para siempre?, ¿en serio?
-Sí.
Fue así como me enteré que en la URSS, es costumbre dejar a los bebés que nacen con discapacidades en lugares así. Es la única opción que había para esos niños. Desconozco la razón de tal costumbre, pero con esa información me quedó claro por qué no había niños discapacitados en las calles, ni uno.
Esta historia, aunque triste, no pretende juzgar a nadie. La gente que se enfrenta a tener entre su familia a un discapacitado de tal calibre tiene ante sí una serie de problemas y grandes retos por resolver. Lo sé porque mi hermana mayor, María Luisa, nació con un tipo de parálisis cerebral infantil que le permitía comer, caminar e ir al baño por sí misma; según nos explicó mamá, el neurólogo le dijo que el cerebro de Mary había desarrollado una capacidad similar a la de un niño de dos años.
Mi vida y la de mis hermanos siempre giró alrededor de las necesidades de Mary, aunque como hermanos éramos algo torpes, cuando todos nacimos, Mary ya estaba, así que no cuestionábamos nada. Mi madre nos enseñó a interactuar con ella como uno más de la banda, y su discapacidad lo permitía.
Madre iba a todos lados con mi hermana y, ahora que lo recuerdo, solían vernos con lástima, con morbo o como apestaditos. Los hermanos de mamá y mis primos se acostumbraron a Mary. Años más tarde, mi prima Alejandra, quien nació sana, enfermó gravemente, creo que de encefalitis. Mis tíos estaban deshechos, pasaron creo que más de un mes en el hospital. Si la memoria no me falla, Alejandra estuvo en coma, y cuando la dieron de alta los médicos enfatizaron que el cerebro de la niña estaba casi perdido, quedó totalmenter sorda.
Con mucha entrega mi tía se empeñó en las terapias de rehabilitación y tuvieron grandes logros. En algún momento Ale y Mary fueron compañeras de paseos y, hasta la muerte de ambas, como familia, compartimos aquellas miradas de asombro y morbo.

La razón por la que extendí tanto mi relato es para compartirles que, ante hechos como los que relaté, ninguna elección hecha por los padres es la mejor, ni la única. En su momento a mí me pareció un abandono dejar a la nena hospitalizada, pero con el tiempo y con un hijo en brazos, me di cuenta que, al menos en México, hay miles de familias que esconden a sus hijos, esta es también una forma de abandono.
Hace varios años, en México se difundió una iniciativa para crear centros de rehabilitación Teletón, una fundación creada por uno de los monopolios de comunicaciones que en su tiempo fue el más fuerte de México y Latinoamérica. Cada año ese Teletón recaudó millones de pesos, y construyó numerosos centros de rehabilitación en todo México. Personalmente yo conocí a una hermosa mujer que trabajó allí y que dio fe de los grandes logros que alcanzaban los pacientes niños que asistían.
Pero de unos ocho años a la fecha, los chairos y pseudointelectuales se dieron a la tarea de difamar al Teletón, sin presentar prueba alguna y con el único argumento que empleaban era criticar a la fundación por sacar en TV a niños discapacitados.

Desde el año pasado y en este año, Teletón fue acribillado en redes sociales y su recaudación de fondos se fue a la baja, lo cual, desde mi experiencia, me parece un acto social de total intolerancia y necedad. Creo que si mi hermana Mary hubiera tenido la oportunidad de contar con un centro así en Puebla, su calidad de vida habría sido mucho mejor. Creo que si el gobierno soviético hubiera implementado centros como los del Teletón, miles y miles de niños no habrían tenido que ser abandonados en albergues. Pero la masa mexicana habló y ese es su derecho, eso es lo que sucede cuando la gente ejerce su poder mediante un "like". Como dijo Humberto Eco "Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas".


14 de noviembre de 2017

Darek...

Por Fabiola Martínez Díaz

No recuerdo en qué época del año la residencia de Valeri fue desocupada para una reparación total, en verdad era un modelo viejo con corredores largos que propiciaban poco el encuentro y la charla.
Durante un ciclo escolar casi completo, mientras yo cursaba tercer año, Valery y compañeros fueron enviados a un edificio enorme, donde las habitaciones daban hacia el centro.

La cocina de la residencia también estaba en un lugar que propiciaba el encuentro de todos los inquilinos. Recuerdo a un muchacho de Etiopía que prácticamente todo el tiempo se alimentó con "kasha manaya", era muy simpático y conversador. Fue en la cocina donde conocí a Darek, un simpático estudiante polaco que era compañero de clase de Valeri. Recuerdo que Valeri había ido a buscar cierto condimento para hacer su comida y Darek estaba cocinando. Empezamos a conversar y me hizo saber que conocía a mi medio limón.

En poco tiempo Darek nos invitó a Valeri y a mí, y a otros amigos eslovacos y checos, a comer a su habitación. Recuerdo que cocinaba rico y le gustaba hacerlo, a mí su comida me sabía riquísima, porque ya estaba medio harta del con-grí cubano.

Yo no entendía por qué Valeri no socializaba más con ese grupo de compañeros, a mí me parecían de lo más interesantes. Quizás se debía a que a ese grupo de eslavos no les gustaba tanto el ambiente cubano, quizás porque a los cubanos no les gustaba que Valeri estuviera con "otros", socialistas sí, pero con una perspectiva de la vida muy alejada de la de los isleños.

Para mí fue un alivio ver y saber que Valeri podía entablar alguna relación fuera de sus paisanos. No digo que los cubanos de su grupo fueran malos, sino que solían repetir los mismos chistes y bromas, no había charlas profundas, o de la vida, tal vez porque tenían miedo a ser delatados. Como sea, Darek y sus amigos me abrieron otro panorama de la vida y el ser de otras personas del bloque socialista.

Una conversación con ellos era como estar en un lugar extraño. Cada uno tenía la tendencia de mezclar el ruso con su idioma natal, y como Valeri era mitad cubano mitad eslovaco, dominaba un poco de ambos mundos.

Me atrevo a pensar que todos nos agradamos, no sólo porque repetimos las reuniones, también porque organizamos algunas comidas en mi residencia y porque, en algún momento, Darek y mi mejor amiga se hicieron novios. ¿Puede haber alegría mayor?

La vida da sorpresas, y hubo grandes alegrías, Darek y Natasha se hicieron novios formales, casi todos los fines de semana nos reuníamos con Riita y Fausto a conversar y a beber vodka. Gracias a esas eternas charlas pude conocer el mundo de otras personas que vivían en sitios que conocía de nombre, mas no de la vida cotidiana.

En los largos inviernos, no nos cansamos de escuchar las historias de nuestra niñez, como cuando Riita habló de su costumbre de salir descalzos a caminar por la nieve rumbo al sauna. O cuando Darek nos contaba que la crisis en Polonia era tan grande, que quien tenía auto sólo podía sacarlo el fin de semana, por lo regular para ir a misa. Y allí conocí, de viva voz, sobre el enorme catolicismo polaco y su incansable resistencia. Por cierto creo que poco reconocida como elemento fundamental en la caída de la cortina de hierro.

Por el checo Radek Doctor conocí los anhelos de Checoslovaquia y un poco de su punto de vista sobre la Perestroika, que por cierto no coincidían con el de los cubanos. Darek y Radek eran hombres sociables y de carácter noble.

Yo me casé un 23 de enero de 1990 y Natasha y Darek se casaron en abril del mismo año, para la fecha de su boda yo ya estaba embarazada y Valeri estaba de regreso en Cuba. Darek tenía la opción de pasar temporadas en Polonia y en Kiev y, a pesar de lo costosa que era la vida en Polonia, siempre se las arreglaba para comprarme algunos plátanos. Con ese regalo me hacía muy feliz, pues sólo podía pensar en fruta, era el final del invierno y para entonces, no había fruta alguna.

Natasha, Riita, nuestras parejas y yo, pasamos momentos hermosos en los dos últimos años de mi estancia en la URSS. Hasta hace unos dos o tres años que las redes sociales me permitieron volver a encontrarme con ellos, yo viví añorando esos tiempos de cuando se tiene la certeza de contar con gente hermosa y buena, algo que no me era tan fácil en mi país.

La dinámica de nuestra vida de adultos poco me permiten platicar con Riita o con Naty, pero a mi corazón y alma le basta verlas en las fotos que publican. Hemos madurado mucho, el tiempo nos ha dejado un par de huellas en la piel, pero, al mirar los ojos de cada una, sigo encontrando a las chicas inteligentes, audaces, incondicionales y hermosas que conocí.

Tengo tanto que agradecer a la vida...

Darek, te dedico esta entrega, por la amistad, por el gusto de haberte conocido y, sobre todo, por estar al lado de mi mejor amiga y confidente. Natasha.

En mi habitación, 1989, Naty, Darek, Radek y los otros chicos. 

Con mis grandes amigas en la sesión de fotos de la boda de Naty y Darek






24 de octubre de 2017

Entre broma y broma... la verdad asoma

Por Fabiola Martínez

La broma ligera -con un toque de descalificación-, es una costumbre muy mexicana usada para socializar, intentar distensar situaciones incómodas, o para distraer la atención de la poca educación y cultura que tienen las personas. Un día, como consecuencia de una reacción aprendida e históricamente repetida entre mis familiares, hice una "broma ligera" a las amigas de Nazima, mi compañera de habitación en mi tercer año. No recuerdo qué tontería dije pero fue algo así como que los mexicanos somos mejores...

Pensando "a la mexicana", nunca me imaginé que el "detalle" fuera compartido a compatriotas de mi amiga Nazima y tomado de mala manera. Y es que la bravuconada mexicana (ignorancia), no me permitía ver que estaba tratando con gente de una cultura diferente y tan antigua como la Persa, la Armenia o la China, lo cual se traduce en otras formas de ver y entender al mundo y relacionarse con él.

Mi muy occidental perspectiva no me permitía entender la gravedad del asunto, hasta que, preocupada, Nazima me avisó que sus compatriotas querían platicar conmigo para hacer aclaraciones. Recuerdo habérselo compartido a Valery, sus comentarios fueron de los pocos que me ayudaron a comprender el problema en el que me había metido y su sencilla solución: Una sincera disculpa y un reconocimiento de mi ignorancia.

Desde que pude enderezar mi metida de pata me abrí más a conocer sobre la cultura de Nazima intentando, en todo momento, hacer a un lado esos pesados velos del estereotipo vendido por los medios de comunicación occidental.

Dejé asustarme ante el hecho de que Nazima y su amiga pusieran periódico a la cazuela donde preparaban un arroz o cereal con dálites y opté por degustar lo que me compartieron, que siempre fue delicioso. 

Por las largas charlas que entablamos, aprendí sobre los usos y costumbres de su grupo social. Me enteré de los detalles de la fiesta de circuncisión de los varones a los tres años, sobre los deberes que una mujer debe cumplir cuando se casa, por ejemplo, cocinar para toda la familia del esposo, pero sobre todo atender a su suegra, este trabajo acababa cuando la esposa de otro hijo se hacía parte de la familia. 

Nazima y su amiga pasaban mucho tiempo juntas y disfrutaban el cocinar, me llamaba la atención lo bien que sabían hacerlo a pesar de las carencias de productos que cada día comenzábamos a experimentar en Kiev. Para ellas no era una opción aprender a cocinar, como lo fue para mí, era más bien una obligación no cuestionable. 

Ella, con su pícara sonrisa y su mirada traviesa, me enseñó varias palabras y frases en su idioma, por supuesto, lo único que recuerdo es una clásica "palabrota". También me compartió el sufrimiento de su pueblo por la injerencia rusa y estadounidense, que desde finales de los años 70´s cambió el rumbo de la política que como país se había trazado y los sumergió, hasta el día de hoy, en un interminable baño de sangre, destrucción y dolor. 

Nazima y su destino es algo que no se aparta de mi pensamiento, y cuando lo hace, hay una noticia o una película que me la recuerda, como me sucedió cuando vi la durísima película de "Cometas en el cielo" hace como diez años, e incluso cuando vi una muy buena sátira de Netflix hace poco tiempo: "Máquina de guerra". 

Para rematar, de un tiempo a la fecha me ha cautivado una telenovela turca llamada El Sultán Suleimán. Casi en todos los capítulos aportan datos de relevancia sobre las conquistas del Imperio Otomano y, mientras me distraigo con la urdimbre del harem, puedo ligar hechos históricos que aprendí en mis clases de historia sobre los imperios Ruso y Austro-húngaro y crece mi interés por saber, a ciencia cierta (o lo más cercano posible), por qué, por ejemplo, sabemos tan poco sobre la antiquísima Armenia y por qué Afganistán es un nombre ligado al terror y no a su antigua historia, sus grupos étnicos o su posición geoestratégica. A esta edad compruebo que a mí me corresponde sumergirme en el conocimiento de la grandeza de tales civilizaciones, antes de que me siga devorando el anquilosado eurocentrismo. 

En la cocina del piso tres, esperando la cena de Nazima, con Valery. 

3 de octubre de 2017

El que sea libre de pecado, que arroje la primera piedra

Por Fabiola Martínez

Al abrirse archivos con información relevante sobre la guerra fría, resultó inevitable que se dieran a conocer datos concretos de la crisis de los misiles en Cuba. Recuerdo que mi familia me hizo llegar a la URSS una edición especial de la revista Proceso, donde se abordó ampliamente ese episodio. 

No pensé en compartirlo con Valery porque, en esa época, los cubanos estudiantes de la URSS, se mostraban renuentes y en contra del proceso que estábamos viviendo. Pero un día Valery llegó con una edición especial de su periódico oficial Granma, donde por primera vez se habló de los acuerdos entre EEUU y la URSS sobre la crisis. Recuerdo que Valery se veía desconcertado...

-Si no lo veo en nuestro periódico no lo creo, -dijo Valery
-Pues quizá te convendría comenzar a creer, porque eso se sabe en todo el mundo.
-¿Cómo lo sabes? -Y allí le saqué mi revista, la leyó con atención y luego me dijo que en mi publicación se incluían más detalles que el periódico oficial cubano. -¿Por qué apenas nos dicen?

No sé si se trataba de una auténtica ingenuidad, o de una negación total a conocer otras verdades, pero a Valery le cayó mal la noticia. Ahora que lo analizo, creo que me sucedería algo similar si toda la vida hubiese creído que mi padre era un ser semejante al Papa Francisco (a quien admiro), y luego me diera cuenta que más bien el señor se parecía más al repulsuvo cardenal Norberto Rivera, un ser ambicioso y corrupto y cargado de todos los "pecados capitales" que condena el catolicismo. 

Lo que la nomenclatura cubana hizo fue curarse en salud (un poco tarde), pues con la glasnost los documentos de esa crisis que hizo temblar al mundo, saldrían a la luz y ya no tenían manera de controlar nada. 

Por esos días, mi amigo Víctor me escribió una carta comunicándome que había logrado su traslado a Leningrado y que pronto dejaría Lvov. Pensé que era mi última oportunidad de conocer una ciudad que a lo largo de años, fue la manzana de la discordia entre Polonia y Rusia. Le pedí a Víctor una invitación que pronto llegó. Valery y yo viajamos en tren para conocer Lvov, para Valery el viaje representó la oportunidad de saludar a su amigo de la infancia y la juventud. 

Ya en la ciudad, organizamos algunos paseos para conocerla. Lvov, con un centro histórico importante, nada tenía de parecido con las ciudades ucranianas o rusas. Más bien tenía un aspecto y un aire más similar al de Bratislava. Recuerdo que el abastecimiento de productos allí era bastante malito, pero tenía lugares lindos para comer y beber cerveza. En la tabernita que visitamos yo no la pasé tan bien, primero porque no me gusta la cerveza y segundo porque, aunque intenté tomarla, al estar  a temperatura ambiente era peor que un mal caldo de pollo. Los latinos me comprenderán mejor...

Además de las bellas imágenes de la ciudad, de ese viaje tengo un recuerdo extrañamente revelador. En la charla con los amigos cubanos de Valery, se mencionó, como algo normal y cotidiano, que habían expulsado de la universidad a cierto compañero cubano porque descubrieron que era homosexual. Si bien mi país no es el más respetuoso de los derechos humanos, me extrañó que los cubanos aprobaran ese hecho. 

-¿De qué hablan?, ¿cómo saben que era homosexual?, y sobre todo ¿a quién le importa?
-Bueno chica, es que ustedes los capitalistas son unos frescos, se las dan de liberales pero tampoco están de acuerdo con la homosexualidad. 
-En gran parte es verdad, pero no hablen por todos, a mí me da igual que la gente sea lo que sea. ¿En qué me afecta?
-Es que esa gente es una pervertida, y los miembros de la juventud (comunista), estamos obligados a denunciar a esa gente. -las respuestas que narro las recibí de todos los allí reunidos. 
-Bueno, ¿si era homosexual cómo le dieron la beca o lo dejaron entrar a la universidad?
-Chica, mira, ellos no lo demuestran, pero si alguien tiene dudas lo comunica a la "juventud" y entonces se programa una intervención. 
-¿Cómo es eso?, si no se le nota cómo pueden saber sus preferencias y hacer una intervención. 
-Se les vigila y, cuando se reúnen con la persona con la que anda, los miembros de la juventud comunista se reúne y les cae en el cuarto. 
-¿Les parece normal allanar la habitación de alguien?, -pregunté horrorizada. 
-¿Y tú qué crees?, es nuestro deber. 
-¿Qué pasa después de que encuentran a los sospechosos en el "acto"?
-Se les hace un consejo y se les expulsa de inmendiato. Así ha sucedido con... 

Y empezaron a citar al número de personas que habían expulsado de universidades y becas por la misma causa. Yo ya no quise preguntar más, lo que escuché sobrepasaba mi entendimiento. ¿Cómo Cuba, la esperanza y ejemplo de América Latina, era capaz de actuar de formas tan criminales?, ¿en qué se diferenciaban de los conservadores o de los "imperialistas"?
Hasta hoy, el recuerdo de esa charla me hace sentir mal. En ese tiempo no me había preguntado si sucedía lo mismo en la URSS, pero desde que V. Putin hizo públicas ciertas medidas contra los homosexuales, entendí que esa tendencia discriminatoria estaba presente en todos los países que conformaron el bloque, quizá en algunos lugares con mayor fuerza que en otros, pero la cuestión es que se vivía en persecusión contra la homosexualidad, como lo hizo Pinochet y Franco en su tiempo, como lo hace el Opus Dei y otras extremas derechas de la élite política mexicana, como lo hace el propio López Obrador (a quien muchos lo ven como el redentor izquierdista de México), para mí es vergonzoso que el propio Papa Francisco sea más progre que muchos mexicanos de influencia. 

Pero bueno, hechos son hechos, y afortunadamente, al menos en la Ciudad de México, se sigue trabajando en la sensibilización a favor de la igualdad. Cuando hago mis caminatas por los Viveros y veo a parejas de jóvenes (mujeres y hombres), caminando de la mano, me da gusto que, al menos allí, tengan un espacio donde disfrutar de esa expresión de su sexualidad. Verlos siempre me recuerda la anécdota que hoy les cuento y, al menos en ese aspecto, parece ser que vamos por buen camino. 
En alguna parte del centro de Lvov.


Tumba del soldado desconocido, con mi amigo Víctor.

















En la entrada del mausoleo o tumba del soldado desconocido





Visitando la "tumba del soldado desconocido"

14 de septiembre de 2017

Del sexo, el cuerpo y otras cosas

Por Fabiola Martínez

Desde que inicié sola mi camino por la vida en 1985, comencé a percatarme del poder que otorga el infudir temor. En mi país los temores hasta hoy vigentes son el temor a Dios, al pecado y a los placeres carnales.
El idealizar a una potencia del mundo me hizo preconcebir que llegaría casi al paraíso. Pero los demonios que la sociedad soviética hasta 1988-1989 no se parecía a los nuestros, aparentemente. Hasta que inició esa noche larga y oscura que fue todo 1989.
Corrían las tardes aún frías, las tardes de ducha comunitaria con las nuevas chicas polacas y latinas en jolgorio. En algún momento de ese principio de año, los jóvenes de lugares aledaños comenzaron a buscar formas para espiar a las mujeres de mi residencia mientras nos bañábamos. Al principio fueron incursiones rutinarias: un poco de vidrios rotos. Pero ese año en el que todo cambió, las incursiones se tornaron desafiantes y peligrosas.
Comenzaron desprendiendo ventanas, luego intentaron, reiteradamente,  entrar a las duchas. En una ocasión uno de esos jóvenes, repleto de hormonas y dispuesto a desafiar el orden establecido, entró a nuestras duchas  y se resguardó allí hasta que llegó la hora en la que todas solíamos ir a bañarnos. Esa tarde el chico ocasionó un fuerte caos.
No lo sé de cierto, pero lo imagino. Quizá aquel joven y audaz joven contó a sus amigos su hazaña y pronto hubo alguien que quiso superarlo. Ése alguien logró burlar la guardia de las bábushkas para ir directo a las duchas a la hora pico, e ingresar a ellas por la puerta principal. Para su desgracia, cuando el pánico inició, el presidente del stud soviet (consejo estudiantil), un tipo alto, atlético y fuerte, llegó a bañarse a las duchas de enfrente, las de los varones.
Cuando el starosta apenas había cerrado la puerta del baño, comenzaron a escucharse los gritos y éste, sabedor del acoso que vivíamos, entró a la ducha de mujeres para sacar al intruso y darle una golpiza de Dios y Señor Nuestro. Lo que yo ví fue a nuestro presidente estudiantil detenido por unos cuatro compañeros y a un idiota tirado en el piso tratando de limpiarse el montón de sangre que le sacadaron.

Los chicos de mi albergue decidieron montar guardias y rondines para apoyarnos, pero nada podía parar la ola desatada. Nuestros vecinos dejaron de ir un rato pero luego regresaron con un poco de más recato.

Habiendo visto esta reacción por parte de los soviéticos de mi residencia me sentí a salvo. Un sábado de primavera, después de clases fui a la ducha, en esa ocasión no encontré a alguna chica para acompañarnos y, como debía ir a la residencia de Valery, tenía que darme prisa. Así que fui sola, entré y revisé las duchas para asegurarme de que no hubiera nadie, y no lo había. Elegí un lugar, me quité la bata y comenzé mi rutina. De repente, frente a mí estaba un compañero soviético de la residencia... ¡Carajo!, qué miedo más berraco sentí, me quedé paralizada, no podía hablar, gritar ni moverme. Es más, no lograba anticipar si el tipo quería violarme o sólo verme.

De repente, el hombre se dio la media vuelta y se salió, no sé cómo pero se las arregló para no toparse conmigo nunca más, pues yo le reconocía muy bien. Aún cuando respiré y traté de restar importancia al hecho, lo cierto es que, hasta ahora, no he experimentado peor sensación que esa: desnudez, impotencia, invasión, y todo lo que se les pueda ocurrir.

En otra ocasión un soviético me toqueteó el trasero en un autobús y otro me toqueteó el pecho en plena calle. ¿Qué mierda les pasa?, trataba de conversar el tema con Valery, y lo único que ese su debilidad mental le permitió decirme fue: "Seguramente tú lo provocaste".

Esa respuesta la habría esperado de un mexicano, no de un cubano-eslovaco. Pero por terrible y reveladora que fue esa verdad me permitió ver que todo sistema totalitario, sea de derecha o de izquierda, castra el sentido común,  fomenta la represión sexual y toda clase de temores para controlar a su gente.
Lo peligroso de esto es que, como dice un refrán mexicano, "no hay mal que dure cien años", y en ese tenor también se estaba  yendo un sistema totalitario como el de la URSS. Con graves consecuencias por la represión, como en su tiempo le pasó a España luego de la muerte de  Francisco Franco. Dos sistemas de gobierno tan antagónicos como parecidos. Ambos tenían bajo su total control el poder de la sexualidad y el terror.

Hoy comprendo que en esa apertura de la Perestroika se desataron los demonios y la gente se sintió libre de conocer todo lo que tuvo prohibido, hasta hoy pagan las horribles consecuencias con el comercio sexual que enfrenta su gente.  Como en su momento le pasó y sigue pasando a España, por ejemplo, que no en vano ocupa el segundo lugar mundial (hace tres años ocupaba el primer lugar), en consumir pornografía infantil. Los mexicanos, tenemos el vergonzoso honor de encabezar la lista.

Una historiadora colombiana dijo que "quien tiene el control del temor a la muerte y al sexo, tiene el control de todo", lamentablemente sigue vigente esa consigna, pues por un lado se siguen incrementando las amenazas de muerte por algún atolondrado ataque nuclear y por el otro lado, el comercio sexual se ha vuelto tan lucrativo como el de las armas. Así que, visto en perspectiva, esas son los demonios humanos con los que tienen sometidas a sociedades enteras el temor a la muerte y a la sexualidad. La cosa es que se hace más evidente en aquellas sociedades donde la tiranía predomina.


29 de agosto de 2017

El hombre propone, Dios dispone, viene el diablo y lo descompone

Por Fabiola Martínez

A finales de 1988 y a lo largo del 89 vi y me enteré de situaciones o comportamientos que me causaban tristeza y me llevaban a cuestionarme aspectos fundamentales de la vida, ¿qué quiero?, ¿cómo lo quiero?, ¿cómo me visualizo a futuro?... ¿Realmente tengo futuro?, ¿qué pasará con mi vida?

Todo comenzó un lunes de invierno de 1988,  cuando mi compañera Khema y otras chicas que vivían en la residencia 1 de nuestro instituto, llegaron a clase casi en estado de shock. Platicaron que al salir rumbo al instituto, algunos compañeros se dieron cuenta que un cuerpo estaba tirado en la nieve, muy cerca de la entrada. 

Se trataba de un alumno soviético de primero o segundo grado, lo reconocieron sus compañeros y justo en el lugar, comenzaron a preguntarse qué habría pasado, pues la tarde anterior lo notaron extraño, pasó a saludar e incluso se despidió de algunos de sus más cercanos. 

Con excepción de una amiga de mi madre que tuvo cáncer terminal, hasta entonces, nunca había vivido tan de cerca un suceso tal. Ese lunes fue, sin duda, un día triste, ¿por qué alguien tan joven y lleno de vida tomó esa decisión?, nos preguntábamos todos. 
Yo no imagina que ese lunes marcaría el inicio de una serie de acontecimientos escalofriantes para mí. 

Pasó poco tiempo cuando nos enteramos que la secretaria del Decano del instituto se ahorcó en la oficina principal: ¿Qué está pasando?, me preguntaba sin hallar ni respuesta, ni sosiego.

Los casos que narro fueron tema de conversación por largo tiempo, se decía que, cuando una persona va a suicidarse, suele despedirse de todos, a mí me costaba trabajo comprender... En ese tiempo, poco sabía del proceso que antecede a un hecho tan lamentable. 

Mi radar se afiló respecto a lo que sucedía, fue entonces cuando me percaté que mi compañero de Malí caminaba como "alma en pena" todas las tardes. Al principio empezó a pedirme libros en español porque se buscó una tarea autodidacta para aprender idiomas. Creo que no le funcionó porque comenzó a descuidar su apariencia y aseo. Empezó a faltar a clases. 

En el grupo nos preguntábamos qué le pasaba, todos llegamos a la "sabia conclusión" de que tenía mal de patria. Sin embargo ninguno de nosotros nos interesamos más allá en preguntarle por su estado anímico, todos estábamos "muy ocupados" viviendo nuestra vida. 

Antes del verano o a principios de la primavera de mi tercer año de estudios comencé a faltar a la primera clase o a llegar tarde, pero no era la única. Para ejercer presión, el vice decano se colocaba muy cerca de la puerta de entrada y apuntaba los nombres de quienes llegábamos "rayando" o de quienes llegábamos tarde. 

Busqué mil maneras de vencer la pereza del frío para llegar puntual, porque si acumulaba tres retardos comenzaban a descontar mi estipendio, y yo vivía de él. Un día corrí lo más que pude desde la parada del autobús hasta la entrada del edificio escolar, ¡por fin llegaría sin retraso!, para mi mala suerte, ese día el paso se encontraba obstruido por el cuerpo de un hombre que murió por un infarto. Alguien tapó su cuerpo mientras llegaba el forense. 

Ante tal escenario vi de lejos al decano y me hizo señas de seguir o de lo contrario pondría mi nombre en la lista negra. Dudé por unos segundos, no sabía qué hacer pues en esa escena la vida me puso, por primera vez, de cara a la muerte... Junté fuerza y valor para rodear el cuerpo y avanzar...

La experiencia recién vivida me hizo pensar que ya nada podía ponerse peor. Pero como dice un dicho mexicano: "el hombre propone, Dios dispone, viene el diablo y lo descompone". Pronto el instituto entero sería testigo de otra tragedia. 

Otra mañana de 1989, mientras luchaba contra el sueño y la labor de los tres despertadores que ponía en mi cuarto, no pude levantarme para llegar a tiempo a la primera hora. Corrí y corrí, pero poco pude hacer. Mientras caminaba de la parada al instituto refunfuñaba por mi falta y exagerada auto complacencia, <¡Fabiola, ¿cuántos retardos más tendrás este mes?>

Antes de entrar al edificio vi una especie de ambulancia color gris y estudiantes perturbados en el lobby, pero seguí mi camino. 
-¡Tienes suerte de llegar tarde! -me dijeron todos al mismo tiempo. 
-¿Por qué?, -pregunté titubeante. 
-¿No te enteraste?, ¿no viste lo que pasó en la entrada?
-No, sólo vi un vehículo gris.
-Una mujer se suicidó justo a la hora de entrada- dijo Khema. 
-¿Era estudiante?, -fue lo único que se me ocurrió preguntar. 
-No, -respondió Murad, no era del instituto, me lo dijo la recepcionista.
-¿Y cómo lo sabe?, somos cientos de alumnos. 
-Lo sabe porque la detuvo al no reconocerla, cuando le pidieron su credencial dijo que iba a buscar a un familiar, que era un asunto urgente y que debía subir al piso tal...
-Murad, ¿y tú cómo sabes tanto?
-Porque casi le cae encima, -respondió Khema.
-¿Cómo?, ¿qué dices?
-Sólo sé que cuando caminaba ya para entrar, algo cayó detrás de mí, y fue ella. Yo ya no miré atrás, me detuve en la recepción y allí permanecí un rato, de hecho creo que todos perdimos la primera clase. 

Creo que por salud o negación de la realidad, todos optamos por  no volver a hablar de ese caso. Sin embargo creo que a todos nos afectó profundamente, ¿por qué tantos?, ¿por qué ahora? 

La vida siguió, mi compañero de Malí se deterioraba cada día más. Lucía como una persona que vive en la calle. Yo no comprendía por qué los encargados de los extranjeros del instituto no lo habían devuelto a su casa, que era lo usual en esos casos, lo que sí supe es que lo tuvieron un tiempo en el hospital. 

El verano de 1989, mi compañero puso fin a su vida tirándose del noveno piso de mi residencia, por fortuna yo no estaba en la ciudad cuando esto pasó. El día que me enteré me sentí miserable, nunca le pregunté por su salud, nunca le di alguna palabra de aliento, hoy sólo recuerdo su rostro, el tono de voz y su figura, pero no su nombre. Aunque sé que no soy responsable, todavía tengo cargo de conciencia por actuar con indiferencia ante las personas con las que compartía el aula. 

Sé que la depresión es frecuente en los climas fríos, pero también supe que en Cuba era muy alto el porcentaje de suicidios, lo cual me llevó a pensar que el clima influía pero no determinaba. Hoy, en la madurez de la edad adulta, creo que lo que viví fue un reflejo de la suma de factores provocados por una vida llena de represión, una oleada de verdades para las que nadie estaba preparado, pero sobre todo, por un futuro incierto sin la certeza o la posibilidad de asirse a una verdadera patria. 

            (...) No me siento extranjero en ningún lugar 
            donde haya lumbre y vino tengo mi hogar, 
            y para no olvidarme de lo que fui
            mi patria y mi guitarra la llevo en mí, 
            una es fuerte y es fiel, 
            la otra un papel (...)






15 de agosto de 2017

Antes del anocher

Por Fabiola Martínez

El atardecer del año 1988 vino con más ímpetu y con la fuerza fulminante de la verdad. No sabría describirlo pero, ese último trimestre voló y dejó huellas imborrables. La atmósfera de la convivencia cotidiana se sentía enrarecida. Los programas de televisión comenzaron a transmitir noticias comentados y mesas de análisis, sobre todo de política actual y de política anterior a la Perestroika y Glanost.

Después de 71 años el gobierno de Mijail Gorvachov dio luz verde para sacar a la luz, de manera gradual. documentos del régimen, esos que ni Nikita Kruschov tuvo el valor de mencionar en su famoso "Discurso secreto". La información iba más allá de lo que significaron los gulags o los hospitales psiquiátricos que usó Leonid Breshnev para enderezar a quienes disentían del régimen.

Mi entrañable amiga Natasha y yo continuamos siendo cercanas y en esta etapa quien solía visitarme con asiduidad era ella. Un día llegó a mi cuarto para tomar el té y quizá también para intentar aliviar su alma, parecía una chiquilla extraviada.

-¡Ужас Фабиола, Ето кошмар! (Fabiola, ¡qué horror, qué pesadilla!
-Садись, выпим чай (Siéntate, tomemos té)

Valeri y Susi también estaban conmigo en la habitación y nos sentamos a conversar. Natasha comenzó a platicarnos que en algún lugar oficial, no sé si en el instituto o el komsomol, les dieron una conferencia donde se les confirmó que la información desclasificada que se estaba difundiendo era oficial y verídica.

<<¿Te imaginas qué sentimos al enterarnos?, ¿quiere decir que todo lo que creí cierto en mi vida no lo es?, ¿qué vamos a hacer ahora en qué vamos a creer? Si todo lo que se dice es verdad, ¿significa que mi abuela tuvo motivos reales cuando escupió al piso al enterarse que Stalin murió?>>

Yo sólo podía escuchar, finalmente ¿qué le dices a alguien que ha perdido todo aquello en lo que fundamentó su vida?... La charla fue larga, escuché la desazón de Naty y de toda su generación, en su voz y en su talante había una mezcla de tristeza, soledad y angustia. Sus razonamientos y cavilaciones me llegaron a lo más profundo, después de todo ¿no había ido yo a la tierra prometida donde la utopía se había convertido en realidad? Yo también perdí la justificación de mis motivos de vida, después de todo, la URSS como proyecto de nación puso el mundo a mis pies.

Valeri, el más "comunista" de la juventud cubana, ese ser que defendía la hermandad y solvencia de los proyectos soviético y cubano, enmudeció ante la desolación y los datos duros de la verdad. Mientras el mundo celebraba el advenimiento de la "libertad" detrás de la cortina de hierro, una generación entera quedó profundamente herida al perder los cimientos de su identidad y orgullo nacional.

Esa fue una tarde de otoño muy triste, a partir de ese día me pareció que el fin de año se adelantaba, me pareció también que cada novedad nos adentraba a la oscuridad de la noche que 1989 representó para la URSS.

Quienes me conocen saben que soy una persona sumamente crítica hacia aquellos proyectos o personas que se denominen o auto nombren "de izquierda", tal vez al leer este relato las personas comprendan el alcance de las esperanzas y riesgos que se infunden en cada ser humano al venderles como proyecto nacional una quimera de ese tamaño. El único referente real de lo que pretendió ser un socialismo fue la URSS, implantó y sostuvo su régimen económico basado en la represión y en el total aislamiento de su población, como sucedió en su momento en España, Chile y Argentina, después de todo, dictadura es dictadura, no importa que venga de la derecha o de la izquierda.

Al día de hoy creo firmemente en que, a menos que a los latinoamericanos se nos garantice un estado benefactor como el de Suecia, Noruega o Finlandia, no tenemos más alternativa que construir nuestro proyecto nacional a partir de nuestra realidad y con miras a un bien común tangible, sin remedos.

Esta fotografía fue tomada en invierno, no recuerdo el día, lo que no olvido es que en la mesa que está a mi derecha tomamos té esa tarde que hoy rememoro. Valeri estuvo sentado en la silla que se logra ver, yo en el lugar que tengo en la misma foto, Naty ocupó el lugar más cercano a la puerta. Sobre la mesa se puede ver la cena que se preparó Nazima, creo que fue una mezcla rica de arroz con dátiles. 




1 de agosto de 2017

Del embeleso al éxtasis

Por Fabiola Martínez

Para el tercer año de la licenciatura el programa incrementó asignaturas, además de las básicas de Ruso, Inglés, Literatura, Metodología y Pedagogía, ahora iniciaba cursos de Ética y Estética, Filosofía y creo que también de Historia del Partido Comunista.

Gracias a los nuevos cursos conocí a otro veterano de la Segunda Guerra Mundial. Contrario a mi antiguo profesor, éste era serio, riguroso y muy apegado a las normas del buen comportamiento. Honestamente siempre he sentido remordimiento por la forma en que nos comportamos con él. Al calor de la naciente libertad de expresión, todos sus estudiantes extranjeros nos volvimos un serio dolor de cabeza, creo que pocos de los contenidos de su clase quedaron fuera de debate o cuestionamiento. Fuimos injustos e indolentes.

Y es que, al momento de ver la paja en el ojo ajeno solemos ser los mejores. En lo personal me acuso de no ser empática con su falta de respuesta a nuestras dudas, a todo lo que pusimos en tela de juicio. Un hombre de su edad, con una guerra a cuestas, con una identidad construida dentro de la utopía, no tenía respuestas para sus estudiantes porque tampoco tenía respuestas a sus propias interrogantes. De ese maestro admiro el estoicismo con el que inició y terminó su semestre, es una lástima que no haya podido decírselo personalmente.

El año académico 1988-1989 inició y terminó con grandes novedades. A nuestra residencia y al Instituto llegó un grupo de hermosas estudiantes polacas para cursar su año de práctica de español, francés e inglés. En principio pensé que, como eslavas, su cultura o conducta serían parecida a las soviéticas o a las pocas eslovacas que conocí, pero nada que ver.

Todas (o la inmensa mayoría) eran devotas católicas practicantes y tenían como costumbre ducharse a diario. Las duchas comunes fueron los principales puntos de encuentro entre latinas y polacas.

La presencia de Polonia no pasó inadvertida para mis compañeros de clase. Marroquíes, palestinos y gente de Chad pidieron su cambio de residencia para quedar en la número 3. En un tris todo mi curso estaba viviendo donde al inicio de mi licenciatura sólo habitábamos unos pocos extranjeros no socialistas.

Admito que esa ligera sensación de exclusividad que sentía se perdió, pero gané una vida animada por la diversidad que se conformó. Ya fuera por las parejas de amigos y enamorados paseaban por los corredores o por las intensas charlas entre musulmanes africanos y palestinos en torno a la Intifada, de la cual todos mis conocidos musulmanes tenían una opinión distinta.

De las historias de amor y pasión hubo una que llamó mi atención, la que formó mi compañero de Malí y una polaca. Ella era el típico rostro que representaba el estándar de belleza occidental: esbelta, rubia, ojos grandes y azules. Él, delgado, muy alto, de mandíbula prominente y de un tono de piel muy oscuro.

El cielo y la tierra se unían cuando ellos se encontraban en los descansos para besarse. Ella le acariciaba el rostro con ternura, y lo besaba amorosa una y otra vez. Yo me convertí en testigo de su historia porque él era mi compañero de grado y ella iba a buscarlo siempre que se podía. Admiraba a esa mujer porque no tenía reparos en expresar sus sentimientos y emociones con un hombre que me parecía poco agraciado.

Para mi suerte, la vida hizo posible que obtuviera otro aprendizaje de gran relevancia. Un día, mi compañero de clase salió al descanso y se sentó como si tuviera frío, su chica se le acercó para besarlo como de costumbre, le pasó la mano por la frente pero él detuvo su ímpetu con lo que le dijo: "Espera, hoy no, me duelen los huevos."

En cuestión de segundos vinieron a mi mente las escenas narradas por García Márquez cuando explica cómo descubren el amor y la pasión las mujeres de la novela "El amor en los tiempos del cólera". Me quedaron claras las escenas que no había comprendido en su momento, también supe que en el amor y la pasión hay un sinfín de acordes que pueden llevarnos del embeleso al éxtasis y que yo no esperaría a tener la edad de Fermina Daza y Florentino Ariza para descubrirlo.

25 de julio de 2017

Nazima...

Por Fabiola Martínez

El viaje de Shannon a Moscú fue pesado y hubo turbulencia. Por fortuna se presentó ningún problemas, Susana y yo pasamos un par de días en mi adorada Moscú y, por supuesto, estuvimos paseando por la Plaza Roja, nuevamente hice el intento por visitar el interior de San Basilio, pero seguía en remodelación, al igual que el teatro Bolshoi.

En la caminata decidí rodear San Basilio, bajé hacia una calle lateral que conducía
hacia la torre de Constantino y Elena, a la de Torre Petrovskaya y hacia un enorme jardín. En ese trayecto me interceptó un fotógrafo.

-Dievushka, le tomo una fotografía, será maravillosa. -Y apuntó con su dedo hacia el escenario de fondo, a mis espaldas estaba una vista de San Basilio, era casi imposible resistirse.
-Bien, tómela, pero prométame que saldrá toda la iglesia.
-Lo prometo, y usted se verá muy bella.

El hombre me colocó en un lugar donde me senté, me pidió posar con la mano en la barbilla y también me hizo sonreír. Al terminar la sesión escribí mi dirección, continué mi camino y me dije: "Ojalá llegue la foto."

El 302 fue el número de habitación que me tocó en el tercer año del instituto. Susana y yo estábamos contentas porque pudimos comprar una alfombra roja y un juego de té, creo que buscábamos forjarnos un hogar acogedor. El plan era vivir ella y yo en una habitación para tres personas pero no pudimos acatar los requerimientos del administrador, fue así como llegó una tercera compañera: Nazima.

Nazima, originaria deAfganistán, era una joven menuda, inteligente, alegre y conversadora. A pesar de todo lo bueno de su ser, Susana y yo nos quedamos sentadas en nuestras camas, mirábamos pasar la vida desconcertadas, casi mudas...  ¿una afgana?, ¿y si mejor nos hubieran puesto a una soviética?, ¿qué hábitos tendrá?, ¿nos llevaremos bien?

El miedo a lo diferente y desconocido pasó pronto, con el paso del tiempo nos hicimos buenas amigas. Como compañeras de habitación sólo tuvimos un tema complejo para resolver: la ducha diaria y el uso de desodorante.  Honestamente no sabíamos cómo hacerlo. Hicimos planes macabros de invitar a Nazima para ir juntas a las duchas, todas las tardes. Ella cedió quizá un par de semanas pero luego dijo que le dolían los huesos.

Un tanto desesperada, Susi abrió la maleta de sus tesoros y le regaló a Nazima un desodorante, ella se alegró y lo colocó en su repisa, en aquel lugar donde ponía sus objetos preciados. En esos jaleos de poder territorial Susana y yo debíamos elegir entre convivir con nuestras diferencias o sobrevivir en confrontación. Optamos por lo primero y ciertamente no fue sencillo, se requirió un compromiso de respeto diario en los aspectos más mínimos.

A mediados de 1988, mientras en México continuaban las marchas multitudinarias de apoyo a un Cuauhtémoc Cárdenas que no tuvo la suficiente gana de defender su victoria electoral y se conformó con gobernar a la Ciudad de México, mediante un partido hecho a su medida; cuando las huelgas del movimiento Solidaridad arreciaron, cuando los intelectuales y activistas y algunos miembros del partido comunista de Hungría trabajaban con tenacidad y discreción para lograr un cambio como el de la URSS, la vida me daba la oportunidad de aprender a sobreponerme esa tendencia occidental de creer que lo que hacemos y pensamos es mejor que aquello diferente a nosotros.

Gracias a Nazima me fue posible acercarme a una versión diferente de la historia oficial, a un mundo que sólo conocía por las noticias de la guerra, el que la prensa occidental nos mostraba incivilizado y salvaje, urgido de una paternidad que lo llevara por el buen camino, un país cuya custodia era peleada con sangre y muerte.

Nazima forma parte de mis recuerdos dolorosos, porque no sé si aquella chica inquieta y ávida por conocer el mundo y de disfrutar la vida, haya tenido cabida en el nuevo orden que se formó en su país gracias al pretexto del 11 de septiembre del 2001.

11 de julio de 2017

Verano de 1988

Por Fabiola Martínez

En un abrir y cerrar de ojos pasamos de la tibieza de la primavera al calor asfixiante del verano. Llegó el momento de preparar exámenes. Como era costumbre, los зачёт o pruebas previas al examen, se presentaban uno por día; mientras que los exámenes se daban con intervalos de un día.

No recuerdo ninguna dificultad para el periodo final, estudié en forma, comí bien y seguí trotando en el parque. Para esos meses ya era muy cercana a los dos únicos varones cubanos que ese año: Nelson y Osvaldo. Ellos, a su vez, tenían una excelente amistad con dos chicas soviéticas que cocinaban como nadie.

No tengo ni idea de cómo le hacían, porque en las tiendas de comestibles ya empezaban a escasear los productos y ellas, cada vez que iban de visita a su casa, regresaban con mil cosas para preparar. Recuerdo que en una ocasión hicieron una torta (pastel) tipo mil hojas, con leche condensada... ¡wow!, nunca volví a comer algo tan exquisito.

Mis vecinas soviéticas solían preparar sus varenies (mermeladas) en nuestras extrañas estufas eléctricas, a las que nunca me acostumbré. Fue tanta mi fascinación por su comida que un día les pedí que me enseñaran a preparar algo y así lo hicieron: fue la primera y única vez que preparé mermelada de fresa, con la fruta que compré en el mercadito sobre ruedas de la parada de autobuses. En esa época del año solían llegar de las aldeas cercanas las personas que vendían fresas, cerezas, moras, frambuesas, además de las manzanas frescas.

Osvaldo, Nelson, las dos soviéticas y una que otra persona perdida, pasábamos las tardes repasando para los exámenes finales. A pesar de las comilonas, yo continuaba perdiendo todo el peso que había ganado dos años antes. Además de eso me sentía feliz porque viajaría a México todo el verano, gracias a que el dólar se cotizó más alto en el mercado negro en una paridad aproximada de 50 rublos por dólar.

Para el viaje me puse de acuerdo con Susana, una mexicana que, aunque había llegado con Javier y con Mónica, sigo sin recordar por qué no la he tenido presente en mis recuerdos, hasta ahora.

Fui a las tiendas a buscar regalitos y recuerdos para la familia y noté que la oferta de productos era menor. Entré a mi tienda favorita de oro y piedras preciosas y... ¡horror!, ya no había la misma cantidad de rubíes o zafiros que yo había visto poco antes. Aunque para entonces yo no compraría ninguno, solía ir como en peregrinación a escoger la pieza preferida.

Llegar a México era simplemente maravilloso por el clima, la familia, la comida. Mi madre me llenó de besos y mis tíos adorados me recibieron con un enorme ramo de rosas rojas. En dos años de ausencia mi pueblo y mi país habían cambiado radicalmente. La gente local abrió supermecados, en todas las tiendas te envolvían la mercancía con bolsas de plástico, cosa que antes era impensable.

Las tiendas de electrodomésticos tuvieron un boom por la apertura comercial generada a partir del Tratado de Libre Comercio. Este enorme contraste hacía corto circuito en mi cabeza, CONASUPO, que había sido la tienda mejor abastecida del pueblo y con la mejor oferta en precios desapareció, y con ello también le dieron un knock out al campo mexicano. Entre los adultos había preocupación que la mercadotecnia consoló con fácil acceso a bienes de corta duración.

Sentía que el mundo estaba alborotado. Mi madre me contó que se había hecho un programa mexicano en Moscú y que no se perdió detalle alguno. Estaba alocada por saber, de viva voz, cómo se vivía en ese extraño país al que su extraña hija se había ido. Gracias, creo, a Jorge Saldaña (q.e.p.d.), México pudo hacer un recorrido por las noches de Moscú, por sus museos, tiendas y también paseó con su gente.

Radio y televisión seguían atentos los pasos de la perestroika y la glasnost, al mismo tiempo que aprovechaban la ventana que Govachov abrió para que el mundo conociera a la URSS. ¡Y yo con el trauma de ver tantas bolsas de plástico en las casas!

Ese verano hice de todo un poco; abracé incansablemente a mi sobrina Fabiola Alejandra, que tenía como tres meses de nacida; estuve en el fiestón de 15 años de mi prima Mónica, subí caminando a la cabeza del Iztaccíhuatl (que es la tercera montaña más alta del país, a 5 mil 230 metros sobre el nivel del mar)

Como ya era costumbre, mis padres hicieron un guardadito de dinero para dotarme de desodorantes, toallas sanitarias, ropa y dólares. El viaje de regreso a Moscú fue hermoso, como siempre. En Shannon, Irlanda del Norte, me compré una chamarra de invierno divina y muy práctica que usé eternamente. También hice planes con Susana para compartir habitación en el nuevo ciclo escolar.

Todo me parecía maravilloso, cada día tenía más capacidad y recursos para vivir y pasarla bien en la URSS, el panorama no podía ser mejor...

Belkis, Ciro y yo en la cocina del bloque, antes de ir a las duchas. 
En busca de regalos para mi viaje, cerca del centro comercial Gum, ¿o Tzum?...

Mismo día de compras, en las fuentes del centro de Kiev.

Aquí, muy `pro´subiendo al volcán Iztaccíhuatl, verano de 1988. 

En la iglesia de Contla, con mi sobrina en brazos y mi hermana Teresita de Jesús. 

4 de julio de 2017

Llegar para quedarse

Por Fabiola Martínez 

En Kiev, como en el resto de la URSS, la oferta de películas en el cine era escasa, comparada con todo lo que nos mandaban a México desde Hollywood. Si bien yo no estaba acostumbrada a ir al cine porque en mi pueblo sólo había dos y eran bastante malitos, sí me enteraba de las tendencias, sobre todo porque a principios de los 80, comenzaron a venderse los reproductores Beta y a abrirse las primeras tiendas de alquiler de video.

Contrario a mí, Valeri sí gustaba de ir al cine, por ello íbamos con cierta frecuencia. Como recordarán, lo popular de ese país y de ese tiempo  eran las películas de la India, todo un choque cultural para mí. No sólo me impactaba lo malas que eran, también la cantidad de fans que tenían, que no sólo eran soviéticos.

Para mí la peor parte era el final, pues sin importar el género de la película, los indúes se las arreglaban para bailar incluso si el tema era sobre asesinos seriales. Aunque viéndolo bien, era peor quedarse en casa a hacer más de lo mismo.

En el cine también veíamos películas soviéticas y casi puedo afirmar que, a pesar de su antigüedad, aún se podía ver en el cine "Moscú no cree en lágrimas", estrenada en 1979. Una película muy buena, por cierto.

Un día Valeri y yo nos vimos en un punto intermedio para asistir a una sala donde, se decía, se estrenaba una película soviética que estaba dando mucho de qué hablar. Esa afirmación me parecía fuera de la realidad en un país donde todo está bajo control del Estado, donde no se movía nada que le Politburó no aprobara, donde todos sabíamos cuál era nuestro lugar y tarea.

Esa tarde mi percepción de la realidad respecto a la glasnost cambió por completo y para siempre. La película en estreno era Маленькая Вера (que se traduce como "Pequeña Viera", éste último es un nombre común de las mujeres eslavas y se puede traducir como Fe)

Aparentemente, el argumento de la historia era algo poco extraordinario, algo así como la cotidianidad de una familia soviética promedio y las inquietudes de Viera, una joven de ciudad pequeña que sentía tedio por la vida cotidiana; una chica a la que le gustaba la fiesta, la música occidental y poco le interesaba forjarse un futuro dentro de los estándares del régimen soviético. 


El impacto y la grandeza fueron enormes, y no por retratar abiertamente el hastío cotidiano de la gente y las fugas que buscaba en el alcohol, sexo y drogas; sino en el hecho de hacer pública esa realidad por primera vez. 


A pesar de que quienes vivíamos en la URSS nos dábamos cuenta de que los jóvenes soñaban con conocer ese "maldito capitalismo" contra el que tanto se luchaba, de que los adultos estaban atrapadas entre el querer ser y el deber ser que derivaba en amargura, alcoholismo y otros males sociales que hacían aumentar con tal de ver y saber de otros mundos. También estábamos conscientes de que ésos, eran temas tabú y jamás nos imaginamos verlos desmenuzados en el cine.


La película fue genial, mi asombro crecía conforme los cuadros avanzaban. Jamás pensé que se hablaría "a calzón quitado", sobre temas como la poca o nula privacidad por las viviendas híper pequeñas, sobre la exploración de la sexualidad y los conflictos generacionales, políticos y sociales. 


Salí del cine apabullada, mientras Valeri echaba pestes por esos descarados... Desde ese día aprendí a ver y a mirar los cambios a mi alrededor.

No sé si esa película terminó de dar el empujón al pueblo para creer, de una vez por todas, que la glasnost y la perestrioka habían llegado para quedarse e más allá de invitar a Billy Joel a un festival de rock. 

Desde que esa película se exhibió tuvieron lugar grandes cambios, al menos eso fue lo que yo noté. Los jóvenes roqueros se dejaron ver, los programas de televisión empezaron a hacer parodias y comedia política, comenzaron a emitirse algunos noticieros comentados...

Para mí, la "pequeña Viera" lo había logrado. Logró que la gente creyera en las políticas de Gorvachov, que se abriera a su pasado y presente, que se cuestionara en voz alta, que las personas supieran lo que significaba hablar con su propia voz.

En esos años pensaba que el nombre del filme iba más allá de dar identidad a la protagonista, para mí era una especie de juego de palabras que tácitamente se refería a la incipiente "fe en el cambio". Años después me hizo pensar que quizá, la pequeña fe, la malenkaya viera, aludía a las pocas esperanzas de acceder a una vida mejor. Algo que todavía no sucede en esos países de la antigua URSS y mucho menos en nuestros pobres y lastimados países latinoamericanos.